Señor ministro, torero se nace
El aficionado se hace, pero el torero nace, gracias a Dios. Nace el torero, como nace el pintor, el tenor o el sacerdote. Porque todos nacemos con un don, y el de aquéllos es inexplicable e incontenible. Pero tan poderoso y determinante, que, desde que son conscientes los niños toreros de que nacieron para ello, sólo piensan en toreo.
Por lo que podrá, Sr. Ministro, empeñarse en adoctrinar a las nuevas generaciones de españoles, como lo hacen sus homólogos camaradas en Venezuela, México, Colombia, Perú, Ecuador… Sí, no le niego a usted su poder de influencia. Pero usted es un influyente más, entre los influencers, desde el púlpito de un Gobierno, que no goza, precisamente, de un prestigio notorio ni entre los jóvenes ni entre nadie. Y sabrá usted que para influir uno tiene que tener cierta autoridad en lo que dice.
Es ya conocido que los comunistas abogan por la supuesta igualdad de clases. Necesitan, como bien señala la propia etimología de erradicar, extirpar la raíz, en este caso, de la tradición, porque bien saben los comunistas y marxistas, que con la tradición no se puede competir en mentir.
El rito
La traición preserva una verdad histórica, que es el rito. El rito es la base fundacional en el desarrollo cultural de una civilización, porque, en el rito, la espiritualidad trasciende los hechos, hasta convertirse en algo intraducible a la mera lógica histórica. Tampoco tiene un equivalente léxico directo cada rito. ¿Por qué? Porque en el rito no hay pasado. En el rito no existe el ayer. El rito es la fusión del pasado, presente y futuro.
He ahí la dureza del material intangible con el que está fraguada la ceremonia del rito. Una fragua generacional de corte mitológico, que sólo se puede romper si se deja de practicar, si se olvida, si se convierte en algo incomprensible. Porque el rito que no se entiende no se puede sentir, y al no poderse expresar en él, se vuelve inútil para el ser humano.
Ustedes intentan hacer de los ritos algo inútil. Lo intentan con los nacimientos, con los matrimonios, con la muerte. Y obviamente, con los ritos culturales como la Tauromaquia. Por eso, como persona influyente, intenta con su poder desprestigiarla. Y una manera de hacerlo es quitarle los galones que la soberanía popular le ha ido otorgando con activos como, por ejemplo, el Premio Nacional de Tauromaquia.
El modo de argumentar ante la sociedad su gesto, como autoridad cultural, es simplemente diciendo que representa a generaciones pasadas. Y el pretexto que sostiene su argumento es el bienestar animal, una tesis ética para encubrir una estrategia vil como es ir contra la cultura de cientos de años de un pueblo que sigue diciendo sí a los toros. El animal sacrificado mejor tratado de toda Europa.
Papas contra los toros
Queda usted, por tanto, señor ministro, al descubierto. Quiere, con su posición de influencia, determinar qué es o qué no es cultura. Pero en esto también yerra. Porque la cultura popular no la puede determinar una sola persona. Lo intentó incluso el Papado, varios papas. Y ni por la excomunión lograron quitar la afición a los devotos españoles, que se acogían a un santo, le hacían una promesa, y ante el toro se ponían como demostración de que Dios existe.
Porque –como decíamos– torero, gracias a Dios, se nace. Y mientras haya toros habrá toreros, pese a que bien se empeñan, con su desprecio a este animal, a que cada vez haya menos toros, menos ganaderías y menos encastes, muchos de los cuales son joyas del patrimonio genético. Eso sí que es una triste muerte, la extinción de una raza por sectarismo político.
Nuestro derecho
De tal forma que, como queremos hacerle ver la mayor parte de los españoles, es nuestro derecho ejercer como taurinos en la vida. Nos ampara la traición, esa que teméis como los vampiros temen los ajos y crucifijos.
Porque sin duda la tradición preserva el derecho consuetudinario y, por ende, el derecho natural que nada os gusta, porque ahí, en ese terreno filosófico, los marxistas siempre perdéis, porque ahí las personas normales, los que amamos nuestras raíces, la batalla cultural la tenemos ganada sin que tengamos que enfrentarnos los unos a los otros, mientras reina el respeto a lo que es.
Por eso, Sr. ministro, deje usted de hacer el pariré y el ridículo, que usted no es un papa renacentista preocupado por que sus ovejas puedan pecar en un acto suicida ante un animal que mata. Por eso, el papa prohibía los toros, entérese, no para proteger al toro, sino al torero.
Si no entiende que la tauromaquia es cultura, estudie. Como hacemos todos cuando no entendemos algo, máxime cuando lo entienden millones de personas. Sea prudente, y no piense que los que vamos en dirección contraria somos un movimiento transversal de personas muy diferentes que nos une entre sí esta bella y poderosa afición. Porque ustedes, los del contra, son todo uno, muchos pocos e iguales, que comen lo mismo, leen lo mismo, votan lo mismo, quieren lo mismo.
A diferencia de todos los demás. Que comiendo distinto, pensando distinto, leyendo distinto, votando distinto, amamos las raíces taurinas de nuestra patria por encontrar en ellas la gloria de pertenecer a la especie humana que es capaz de hacer belleza afrontando la mortalidad de la carne y la eternidad del espíritu.
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