Por la senda deficitaria camino del precipicio

Por la senda deficitaria camino del precipicio

Mientras que parece que la tasa de inflación se modera, con el índice de precios al consumo cayendo en marzo al 2,3%, por debajo de ese inquietante 3% de los últimos meses, asoma ante nosotros mucha madera presupuestaria que cortar con los Presupuestos Generales del Estado para 2017. No obstante, ahora lo realmente preocupante es constatar el rumbo errático y sumamente negativo de nuestras cuentas públicas en 2016. Estamos ante una enfermedad crónica, como tantas veces decimos, que representa un auténtico lastre para la economía española, una amenaza para la ciudadanía en clave tributaria y un fantasma aterrador que sobrevuela nuestro tejido empresarial dado que los descuadres de nuestra contabilidad pública son costeados a la postre por todos y cada uno de nosotros. De ahí que uno desde hace tiempo proponga que los políticos y sus respectivas formaciones avalen con su peculio parte del déficit que arrojen nuestras finanzas públicas. Así, seguro que se esmerarían y no se comportarían con esa frivolidad reprobable de quien sabe que por mucha palabrería que suelte al final no rinde cuentas a nadie.

El año pasado cerró con un déficit de 50.576 millones de euros —4,54% del PIB—. En principio, dentro del objetivo, muy holgado, del 4,6% aunque en cifras absolutas de una envergadura tremebunda. ¡Gastar más de 50.000 millones de euros de lo que se ingresa tiene que provocar un cargo de conciencia hasta la eternidad! En 2015, el déficit alcanzó, siempre en números negativos, 55.128 millones de euros. En apenas dos años, más de 105.000 millones de euros tirados por la borda por culpa de que quienes tendrían que cuadrar nuestros guarismos son incapaces de hacerlo o, simplemente, por mucha labia de la que tiren no les da la gana de equilibrar las cuentas públicas. En cualquier caso, queda patente la absoluta incapacidad para embridar el déficit público de España que de 2012 a 2016 acumula unos 350.000 millones de déficit público. A este paso, nos acercamos al precipicio. Y eso pese a que 2016 fue un año excelente para la economía española con un crecimiento magnífico de nuestro producto interior bruto. Las dudas afloran cuando piensa en ello. Si en 2016, ejercicio triunfal económicamente hablando, las finanzas públicas han ido así de renqueantes o de taradas, ¿qué no sucederá cuando la expansión económica se modere?

A poco que pensemos, muchas subidas de impuestos, mucha persecución al contribuyente, mucha presión al ciudadano, reajustes en el Impuesto sobre Sociedades de dudosa inconstitucionalidad y con pecaminosa retroactividad, esfuerzos y más esfuerzos por parte de todos nosotros, sacando la lengua en cuanto a tributos, extenuados hasta el límite y entretanto sin que se logre frenar la hemorragia por parte de nuestros gobernantes. Las Comunidades Autónomas han hecho un ejercicio de disciplina presupuestaria, fondos de liquidez autonómicos al margen, y el déficit de 2016 es de 9.155 millones de euros, menos de la mitad que en 2015 y 2014 cuando superó los 18.000 millones. Por tanto, la mano dura sí que ha sido para las autonomías pero no para la Administración Central. Conviene resaltar que el gasto público que corre a cargo de las Comunidades ascendió en 2016 a más de 167.000 millones de euros.

Ejemplo consistorial

Los ayuntamientos vuelven a marcar una seria disciplina en sus cuentas al saldar 2016 con un superávit de más de 7.000 millones de euros. Los ingresos totales de las corporaciones locales, encarnadas esencialmente por los municipios, fueron de casi 71.000 millones de euros mientras sus gastos se situaron por debajo de los 64.000 millones. Además, las grandes ciudades españolas, aquellas que cuentan con más de 300.000 habitantes, han sabido rebajar su deuda. No cabe duda de la seriedad y responsabilidad de los políticos de proximidad quizás por esa cercanía que a diario tienen con la gente de a pie, con sus conciudadanos.

Los números son trémulos en cuanto a la Seguridad Social. El déficit de 2016 es de 18.096 millones de euros, muy por encima de los 13.150 millones de 2015. O se actúa con prontitud o vamos hacia el abismo… En 2016 el gasto total de la Seguridad Social se ha elevado a más de 162.000 millones de euros en tanto sus ingresos se han quedado en 144.000 millones. El problema radica en que los gastos del sistema año tras año van en aumento y los ingresos, que por ejemplo en 2011 fueron de casi 158.000 millones de euros, se reducen cada vez más. Cotizantes y cotizaciones, empleo, más trabajo, mejores sueldos e imaginación para empujar al país y crear puestos de trabajo de raigambre, cuestiones éstas que no cristalizan frente a una población cada vez más numerosa de jubilados, con una esperanza de vida alargándose de año en año, cuyas pensiones mes tras mes van al alza, situándose en promedio en marzo de 2016 en 1.059 euros cuando en diciembre de 2016 era de 1.051 euros.

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