Sánchez, al final del camino

Sánchez
  • Graciano Palomo
  • Periodista y escritor con más de 40 años de experiencia. Especializado en la Transición y el centro derecha español. Fui jefe de Información Política en la agencia EFE. Escribo sobre política nacional

Si a Pedro Sánchez le despojas del poder, ¿qué queda? Nada. Si a Sánchez le dejas sin presidencia del gobierno, ¿que seguidores le secundarían? Nadie. Si al marido de Begoña Gómez le dejas limpio y lirondo de poder enchufar en puestos del Estado a sus amigos y conmilitones, ¿cuántos ponen la mano en el fuego por semejante personaje? A lo sumo dos o unos cuantos, parodiando al neosocialista Fernando Simón, que, en efecto, se ha quedado sin el perseguido chiringuito.

Conozco la desazón de esa mayoría antisanchista que ha perdido toda esperanza de mandar al actual presidente del Gobierno a su casa y, a ser posible, con el deshonor y la vergüenza que durante siete años acumuló con sus procederes. Sin embargo, no comparto tanta melancolía. Sánchez en estos momentos es un juguete roto, con el poder que se le deshilacha entre las manos, y a estas alturas todo el mundo se ha hecho una opinión sobre sus valores e intereses fundamentales.

Lo ocurrido el pasado jueves en el Congreso de los Diputados, derrotado de principio a fin. Lo ocurrido también ese día en Bruselas donde la mayoría de sus correligionarios europeos optan por el «rearme», menos él, significa que estamos ante un primer ministro acorralado y cada vez con menos capacidad para la fuga política. Sólo le sostiene el poder. Pero ese poder pende de un  hilo.

Se lo acaba de decir con toda fiereza Felipe González: sin Presupuestos no queda otra que convocar elecciones por mandato constitucional. El histórico jefe del socialismo español (auténtica socialdemocracia) desprecia con tanta pasión a Sánchez que ha terminado por colocarle en el mismo anaquel que a Rodríguez Zapatero. Es un hecho cierto que desgobierna sin Presupuestos y que, además, no tiene posibilidad alguna (al día de hoy salvo que garantice a los separatistas la propiedad de la Catedral de Burgos) de presentar unas cuentas públicas y que las Cámaras las aprueben.

Tampoco es capaz de llevar al Parlamento el aumento de gasto para el rearme nacional a tenor de lo exigido por la Unión Europea, entre otras razones, porque sus socios comunistas no secundan el gasto.

La guinda al pastel putrefacto gubernamental viene con nombre de corrupción. Y no tiene escapatoria porque los datos y hechos se amontonan al socaire de un abuso de poder intolerable. Jueces y fiscales lo saben. Incluso Conde Pumpido, que a esta hora es consciente de que jugó al número equivocado.    

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