Sánchez como pasivo político
Pedro Sánchez pasará a la historia como el peor presidente del Gobierno que ha habido en España, al menos desde que comenzó nuestro actual régimen democrático, incluso peor que Zapatero, que parecía imposible. Probablemente, también sea uno de los peores de toda la Historia de España, pero, sin duda, lo es en las últimas cinco décadas.
Pese a ser un pésimo jefe de Gobierno, durante un tiempo tuvo un cierto tirón electoral, agitando fantasmas del pasado, realizando cambios de posición a su conveniencia, en una suerte de trucos permanente de ilusionista, que le iban saliendo bien para sus intereses, aunque mal para los de España. Mientras eso sucedía, su partido tragaba con las barbaridades de su gestión, pues el poder es un pegamento que une mucho, especialmente en la izquierda. Algunos barones socialistas criticaban alguna cuestión, aunque con la boca pequeña, pero poco más.
Sin embargo, desde que nos sometió a todos a un encierro, mal llamado confinamiento, ilegal, su figura y su buena suerte fueron en declive. De hecho, aquellos estados de alarma declarados inconstitucionales muestran su indiferencia ante la ortodoxia jurídica: como dijo el Constitucional, quizás el encierro tenía que realizarse -aunque esto es bastante discutible, pero eso es otro tema-, pero para ello era necesario que se aplicase otro instrumento, como el estado de excepción. Ahora bien, eso dificultaba la renovación de los encierros, al no poder prorrogarlos de igual manera el Gobierno y al tener que pedir autorización al Congreso desde el primer momento. Como eso iba contra sus planes, optó por el camino más fácil, pero jurídicamente erróneo, y el Tribunal Constitucional le sacó los colores al declararlo inconstitucional, aunque no haya tenido ninguna consecuencia jurídica para el Gobierno.
Desde entonces, Sánchez comenzó su declinar, perdiendo cada elección que se celebraba, con excepción de las elecciones autonómicas de Cataluña, donde pese a ganar el PSC no pudo gobernar. Perdió en las elecciones intermedias de Madrid, tras intentar descabalgar a Ayuso con una moción de censura junto con Ciudadanos, como la que intentó en Murcia. Perdió las de Castilla y León. Perdió las de Andalucía, donde fue barrido en lo que durante cuarenta años fue la reserva de voto de los socialistas. Y perdió el domingo veintiocho de mayo en las elecciones municipales y autonómicas, dejando a su partido hundido tras una gran debacle.
Sólo ha conseguido ganar en Castilla-La Mancha, y por un puñado de votos, y quizás gobierne en Asturias, si el CERA no lo corrige, y en Navarra, si vuelve a pactar con los batasunos. La campaña ha sido tortuosa para los socialistas, entre los etarras con delitos de sangre en las listas de Bildu y los casos de compra de votos por correo.
Con todo ello, con su actitud, con las leyes contraproducentes del Gobierno -la del sólo sí es sí, la de la vivienda, las intromisiones en las decisiones empresariales- Sánchez fue convirtiéndose en una losa para su partido, para sus barones, que no lo querían junto a ellos en campaña. Sin embargo, Sánchez decidió implicarse de manera extrema en dicha campaña y su sombra ha provocado el desastre electoral socialista. Page, que ganó por la mínima, lo ha hecho con numerosas críticas a Sánchez, evitando coincidir con él e incluso empleando unas traseras cuya letra, estilo y color recordaban más al PP que al PSOE, como se puede ver en la celebración de su resultado electoral.
Sánchez es un pasivo y el centroderecha comete un error si se acobarda ante la jugada del adelanto electoral. Es obvio que no debe confiarse y que los ciudadanos que quieren derogar el sanchismo deben ser conscientes de su responsabilidad y así ir a votar para poder echarlo, anteponiendo la necesidad de ir a votar a vacaciones o cualquier otro elemento. Sánchez ha tratado de buscar la abstención al convocar en período vacacional, pero eso debe ser vencido por los ciudadanos yendo a votar en masa. De hecho, es difícil pensar que los ciudadanos que quieren acabar con el sanchismo y que así votaron en las municipales y autonómicas, no vayan a buscar la manera posible de votar en julio para lograr derrotar a Sánchez. Irán a su lugar de vacaciones y volverán para votar, retrasarán sus vacaciones, las anularán, o votarán por correo, pero votarán.
Por eso, ante este último truco de prestidigitador, de ilusionista, el centro-derecha no debe tener miedo. El PP, sin confiarse, debe poner en marcha toda su maquinaria electoral, que de hecho la tiene activa tras las elecciones locales y regionales, trazando su camino, sin mirar a los lados, atrayendo a un amplio grupo de ciudadanos que quieren que a España vuelva la normalidad, la moderación, la ortodoxia en la gestión, la seriedad y la seguridad jurídica. No debe temer que le digan si pacta o no con lo que los socialistas llaman extrema derecha, pues en el centro-derecha todos los partidos respetan la Constitución, a diferencia de muchos de los socios en los que se apoya Sánchez para gobernar. Ese particular «que viene el lobo» ya no le funciona a la izquierda, y ése era todo el activo político de Sánchez, que se ha convertido en una rémora, en un pasivo político, que ha perjudicado mucho a España, pero que deja, además, destrozado a un partido socialista que ha sido uno de los dos grandes partidos que se ha alternado en el Gobierno a lo largo de las últimas décadas y que Sánchez ha llevado de ser un partido de Estado a un partido en torno a los intereses de él mismo, de Sánchez, y que, con su derrumbe, deja arruinado políticamente, que tendrá que regenerarse cuando, tras perder en julio, se deshaga de Sánchez por segunda vez.
Sánchez, por tanto, no es ningún revulsivo para julio, sino una rémora. Los ciudadanos votaron contra él en mayo y, al presentarse directamente, votarán todavía más contra él en julio, en una censura completa al sanchismo que parece que, afortunadamente, tiene poco más de dos meses de vida como forma de hacer política.