Rubiales: una gresca entre sociatas
Cuando ese macarra de bolera que atiende por Rubiales se agarró los bandullos ante la mirada atónita, y un tanto jocosa, de cien millones de espectadores, Reina de España incluida, y cuando, no contento con su hazaña, le propinó un besazo en los labios, vulgo pico, a nuestra ganadora Jenni, un colaborador del Gobierno, según le cuentan a este cronista, hizo recaer a los costaleros de Sánchez en el enorme regalo político que les había deparado el palurdo cachas de Motril. La historia es verdad, tan cierta como que un genio del marketing al servicio del okupante de La Moncloa, sentenció: «Es un chollo, pero que lo denuncie otro primero para que no aparezcamos como los tontos del bote que quieren quitar méritos al Campeonato».
Así que si el relato, tal y como aquí se cuenta, es real como el fútbol mismo, los ideadores encontraron en el veleidoso Echenique, el agente que se prestó a hacer de recadero, una vez más, de Sánchez, y colocó un tuit para delatar el ósculo barriobajero de Rubiales. Y, a partir de ese momento, ocho horas después -no hay que olvidar el dato- del término del partido de nuestras jugadoras con las rubias de la pérfida Albión, se organizó un proceso, un festival político destinado a borrar a toda prisa las mil dádivas, los cientos de cariños, los disimulos con que Sánchez ha tratado al depuesto Luis Rubiales de la Presidencia de la Federación Española de Fútbol. Una institución cuna de escándalos sucesivos: «Pablo, Pablito, Pablete, que te hemos cogido sinvergonzón» (Pablo Porta), el maño Roca: «que pasa dietas de viaje a la Federación residiendo en Madrid», el católico vasco Villar que gobernaba la Federación como si fuera el batzoki de Mungia. Al final, lo que ha hecho Rubiales, o sea su corrupta administración, no ha sido más que la perfección de la herencia jugosa que le suministraron sus antecesores.
El merluzo de Motril ha sido durante todo este tiempo un socio preferente de Sánchez, hasta tal punto que, siguiendo con fidelidad sus instrucciones, se cruzó de brazos ante el mayor escándalo de compraventa de partidos que se haya podido demostrar nunca en España, la razia mafiosa de Enríquez Negreira y de los sucesivos presidentes del Fútbol Club Barcelona. Rubiales, tras verse, entre amorosos abrazos pertinentes, con Laporta, jefe del Barça, le dijo: «No preocuparos, yo lo hablo con Gianni», denominación amistosa que ha venido utilizando el hortera ex presidente para referirse y morrearse con el impresentable Infantino.
Pero, ¡hombres de Dios! Aparte de lo dicho por Xavi Hernández, que habla siempre como si estuviera perdonando la vida a la entera humanidad, ¿se ha escuchado o leído a la dirección culé alguna condena contra Rubiales, algún pequeño reproche a lo acaecido en el palco australiano? Quizá mucho público en general no lo haya visto, pero el cronista sí: se trata de una fotografía en la que Xavier Puig, directivo del Barcelona -més que un club-, le propina un besazo de novio a una jugadora del equipo minutos después de que este Club ganara la Champions femenina. Ni una palabra.
Aquí, en este país guarrete, de pronto convertido en cuna del pudor sublime, a nadie se le ha ocurrido, por Dios, por Dios, criticar, siquiera levemente, los achuches y el sobeo a que Yoli, la simpar Yolanda Díaz, somete a su cómplice Sánchez cada vez que ambos celebran alguna efeméride, por ejemplo, la salida de agresores y violadores gracias a la Ley de Montero. La histérica y desocupada ministra, a la que le quedan días para volver a su ocupación anterior, no digo cuál para no enojar con el recuerdo a los trabajadores del gremio.
Aquí, en este país, nadie ha recaído en que la fiereza con que el Gobierno del PSOE y de su patrón Sánchez fundamentalmente, han atacado el tumulto del pico de Rubiales, le está sirviendo a este partido para estas tres cosas: primero, para que el gentío se olvide de que han perdido las elecciones, segundo, para disfrazar el pacto indigno y felón que Sánchez prepara con toda la escoria nacional, y tercero para que ningún buscador de perlas cultivadas encuentre alguna reaccionada con la vida cruzada de Sánchez y Rubiales, los múltiples favores que se han hecho uno a otro, sobre todo, claro, del presidente nacional, al presidente federativo.
Naturalmente que a Sánchez le importa una higa cómo de ofendida puede haber quedado la jugadora besada a traición, o cómo han reaccionado las feministas que no pertenecen al grupo de las enragès. Una de éstas ha llegado a declarar, con la solemnidad de un obispo revestido de pontifical, que el beso de Rubiales es una «agresión sexual propia de la cultura (sic) de la violación». Nada menos. Aquí, en este país, hay tanto temor a responder a esta mentecata, que la gente se calla como un difundo, no vaya a ser que caiga víctima del feminismo desaforado.
Espero por lo menos que la RAE corrija a esta enervada señora y le comunique que asociar la brutalidad de una violación al término «cultura» es, por lo menos, un dorsal para participar y ganar un campeonato mundial de bobos. Dejémoslo ahí.
El socialista Rubiales ha caído porque al socialista Sánchez el tipo ya no le cae bien, ya no le sirve, ya no cuenta para él, ya le resulta un estorbo, ya le vale sólo como disfraz para ocultar unos días sus fechorías habituales, entre ellas, la más principal, el acuerdo que quiere suscribir con los barreneros de España. Esta refriega era, y está siendo, una gresca entre militantes de una izquierda que trata de vender su imagen de limpieza ideológica, de moralidad acrisolada.
Son unos farsantes. Este griterío que se ha organizado sólo les conviene a ellos, ni siquiera a la infortunada futbolista víctima de la grosería impúdica de Rubiales. Aquí, en España, un país que siempre se apunta al estrépito a última hora, solo falta que el venerado Papa Francisco tome cartas en el asunto y profiera su opinión. Al parecer la embajadora Celaá está en eso. Es el único que queda, aunque mirándolo bien, no lo es: echamos de menos la contribución de los delincuentes, mentirosamente arrepentidos que, tras violar y desgraciar a cientos de mujeres, ya están en la calle dispuestos a perpetrar alguna que otra salvajada.
A los simpatizantes del macarra Rubiales este cronista les sugiere lo siguiente: salgan a la palestra y únanse con todo el cinismo de que sean capaces al coro de los interesados plañideros, Sánchez, al que deben tanto, se lo agradecerá porque podrá presumir así de que su Ley del sólo sí es sí, ha sido una enorme bendición parlamentaria. Rubiales, socio de Sánchez hasta ahora que se ha desatado la gresca, puede ser el último agraciado con ella. Asco.
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