La revolución de los despachitos de Moncloa

La revolución de los despachitos de Moncloa

Entre otras muchas joyas de la hemeroteca del ministro Ábalos, hay un tuit del 30 agosto de 2013 en el que éste acusa al Partido Popular de borrar los discos duros de Bárcenas “porque así lo prohibía la ley de protección de datos”. Sin embargo, hoy, una vez requeridas por el juez las cintas de AENA con el petting delictivo entre el de Fomento y Delcy Rogríguez, la genocida con silueta de búcaro de Maduro, el socialista ha lamentado “que la Ley de Protección de Datos prohíba su difusión”. El caso de Ábalos es el típico caso del político sobrevalorado, cosa que debería sospecharse cuando el que siempre ha presumido de la sobrecapacitación del ministro es un presidente del Gobierno que ha convertido su patológica habilidad para la mentira, su obscena indiferencia ante el que la descubre, y su naturaleza de trilero de biombo, en una insólita carrera política.

Como la de Sánchez, la capacidad de Ábalos para cometer el mal ha sido confundida demasiadas veces por la opinión pública con una inteligencia de la que está totalmente desprovisto, como bien saben los valencianos que le han visto reptar entra la habitual mediocridad endogámica de partido a costa de flirtear con el nacionalismo y el apoyo del sindicato más corrupto de Europa.

Algunos de esos valencianos, unos pocos, los que le padecieron, comentan que la única práctica profesional, fuera de la política, en la que ha sido eficiente Ábalos, ha consistido en amedrentar a los antiguos empleados de las administraciones de lotería de su estirpe para que se fueran sin reclamar finiquitos con “cuentas que no cuadraban en las cajas”. Así esperaba que se fueran mansamente. Sí, el valencianote con las arquetípicas pulsiones al vasallaje pancatalanista del PSPV al que, presuntamente y a falta de que se hagan públicas las grabaciones, se le han escapado las maletas con oro de la narcodictadura por Barajas.

Si Ábalos hubiera sido tan listo no le habrían pillado como a Pepiño Blanco, con Dorribo, los pantalones bajados, y con el culo en pompa en aquella gasolinera de Lugo. Aunque hay que reconocer que hay que tener más huevos para reunirse con una vicepresidenta narcodictadura e ilegítima que con un farmacéutico lugareño que te trae mucha menos propina.

Con lo que, probablemente, nunca habrá soñado el socialista es que, gracias a su cita en Barajas, pudiera rendir su más alto servicio a España de su extensa y, esperemos, escindida carrera política: que desde este momento, y de ahora en adelante, cualquier empleado de Maduro en los ministerios de España se lo piense bien antes de recibir a cualquier miembro del régimen chavista aunque la revolución de la tiranía bolivariana se esté librando también desde los despachitos de Moncloa.

Sería gracioso que los vende milagros de la teoría de la redistribución pudieran explicar por fin lo que significan realmente esas albricias socialistas: que el oro robado a los venezolanos que se mueren de hambre, en este caso 40 maletas de 25 kg, lo que podrían ser unos 46.000.000 de euros, estén en alguna caja fuerte incumpliendo la normativa del blanqueo de capitales para forrar a los nuevos terratenientes votados por millones de españoles tan cortos como Ábalos.

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