Reflexiones ‘políticamente incorrectas’ ante 2024

políticamente incorrectas

El año 2022 lo cerramos escribiendo del Papa -emérito desde 2013-, Benedicto XVI, que había fallecido ese mismo día en su residencia del Mater Ecclesiae radicado en los jardines Vaticanos. Ese luctuoso acontecimiento marcó el final de un tiempo singular en la bimilenaria historia de la barca de Pedro sobre la que «no prevalecerán las puertas del infierno», pero cuya existencia está marcada por la persecución durante su tránsito terrenal.

La coexistencia durante diez años de Francisco al timón, con Benedicto vestido de blanco y viviendo en el Vaticano, no se había producido nunca con anterioridad . Hoy, un año después, dicha barca está sometida a fuertes vientos y oleajes que pareciera la pueden hacer zozobrar, precipitados por una Declaración de la Santa Sede y sancionada por Francisco, considerada desde cualificados ámbitos eclesiales como una concesión al «mundo», y en particular al potente lobby lgtbi. Es oportuno hacerse eco de este suceso por cuanto la historia, y especialmente la nuestra, está fuertemente condicionada por el devenir terrenal de esa embarcación.

Este año 2023 que acabamos de dejar atrás ha sido pródigo en acontecimientos políticos en España, con dos jornadas electorales muy significativas, el 28M y el 23J. De tal forma que, en menos de dos meses (..!), tuvimos elecciones, que han provocado un seísmo con una polarización política sin precedentes en nuestro actual régimen constitucional.

Ya es significativo que precisamente la RAE haya elegido «polarización» como la palabra del año. En España el sanchismo, entendido como una praxis política carente de todo tipo de referencias éticas y morales, con un desprecio absoluto por el valor de la palabra dada y para el que el fin -de conseguir y mantener el poder- justifica cualquier medio para conseguirlo, nos coloca ante el espejo de un país con una sociedad que debe reflexionar seriamente sobre el sentido de su existencia y los valores sobre los que se asienta.

Si se acepta la premisa de que en una democracia «cada país tiene el gobierno que merece», hemos de concluir que estamos muy mal como sociedad. La sabiduría popular tiene expresada en los refranes y proverbios una expresión nítida de ella, con un conocimiento acumulado de la experiencia de sucesivas generaciones en el transcurso del tiempo. De ahí se deriva la sentencia de que «todo país que no conoce su historia esta condenado a repetirla»; por supuesto, en sus peores experiencias.

El preocupante desconocimiento de nuestra verdadera historia común, sometida al desguace interesado en míticas historias nacionalistas por un lado, y por el otro a la «memoria histórica y democrática» legalmente establecida como obligatoria por la izquierda sanchista, comunista y populista propia del Grupo ideológico de Puebla -sucesor del Foro de Sao Paulo-, ha creado un vacío existencial carente de conciencia sobre nuestras profundas raíces históricas. Son éstas las que conforman nuestra identidad nacional, a la que cualificados historiadores han dedicado obras de gran rigor y altura académica.

Hemos comenzando, con intención, evocando la situación de la Iglesia en un Occidente sometido a un intenso proceso descristianizador como consecuencia de la apostasía profetizada y que hoy es una dramática realidad. Todos los países occidentales, con mayor o menor intensidad, han sido edificados sobre unos principios y valores asentados sobre la terna de Roma, Grecia y Jerusalén: el derecho romano, la filosofía griega y el cristianismo. De esta realidad se desprende que la descristianización tiene una consecuencia directa sobre sus pueblos, que resultan con una identidad debilitada y expuestos a una progresiva dilución en un mundo cada vez más globalizado. Siendo España un referente indiscutible a estos efectos, por ser una nación cuya identidad nacional es inseparable de la Cruz, la apostasía general provoca una acusada pérdida de su identidad. Un ejemplo claro lo tenemos en nuestras dos comunidades más secularizadas -Cataluña y el Pais Vasco-, presas fáciles de nacionalismos míticos y disgregadores.

Que un personaje como Sánchez esté al frente del Gobierno de la nación es otra prueba, consecuencia de la pérdida de nuestra raíces. Sin sentar precedente, por una vez tenía razón Pachi cuando en el debate de las primarias sanchistas le interrogaba: «Pedro, ¿ tu sabes lo que es una nación?». Me temo que él tampoco sabe cuál es la española. Y siguen sin saberlo.

Lo último en Opinión

Últimas noticias