¿Por qué no te callas, Juan Carlos?

El Rey Juan Carlos se mantiene firme en su propósito de enterrar el legado de su indudable protagonismo en la consolidación de la democracia en España bajo un manto de movimientos frívolos y desconcertantes que, lejos de limpiar su nombre, sólo contribuyen a manchar su ya maltrecha reputación y a embarrar la institución que un día representó con orgullo. Por no hablar del potencial daño que sus actos pueden causar a su nieta, la futura Reina Leonor, y a su hijo, un Felipe VI que ha recuperado la ejemplaridad como sello de la Monarquía española.
La última veleidad que se le ha antojado al Rey emérito ha sido denunciar a su ex pareja, Corinna Sayn-Wittgenstein, y al político cántabro y antiguo amigo suyo Miguel Ángel Revilla por dañar «su imagen y su honor». Tal y como desvela hoy OKDIARIO, Juan Carlos ha confesado a sus íntimos que se ha embarcado en estas demandas porque, dice, no quiere «pasar a la historia como un corrupto».
El problema para Juan Carlos I es que lo que contarán los libros de historia acerca de su legado no se basará en las declaraciones que hayan podido hacer Revilla o Corinna -que, para más inri, no tienen nada de ficción, sino que se ajustan a los hechos-. Al contrario: que un antiguo Rey de España tenga que vivir hoy exiliado en Abu Dabi se debe sólo a los desmanes que cometió durante su reinado y que llevaron a la Casa Real liderada por su hijo a tomar esa dolorosa decisión para salvar la institución. De modo que ante estas palabras tratando de justificar lo injustificable, sólo cabe trasladarle el mismo consejo que él le dio al entonces dictador comunista Hugo Chávez: «¿Por qué no te callas, Juan Carlos?».