Por qué la izquierda quiere una guerra civil y España necesita un Milei

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España ha corroborado en este 2023 que es el país de las oportunidades. Ello explica que una mujer que tropieza con el diccionario cada dos palabras, verbaliza su falta de formación y asesina el léxico en cada intervención, destrozando la sintaxis y la lógica argumental desde que amanece, se convierta en vicepresidenta primera del Gobierno después de dejar arruinada la sanidad andaluza y someter a los españoles al peor infierno fiscal y saqueo patrimonial de su historia. Dónde iba a escalar tanto alguien que, sin preparación ni oficio, salvo en la de palmear a sus superiores -ahí es catedrática- y que sale en la foto de los gobiernos más corruptos de la democracia, es capaz de acumular ahora tanto poder político, sin comerlo ni beberlo. Sólo en la España de Sánchez, claro.

Terminamos el año donde lo empezamos, con el peor dato de paro y desempleo juvenil de toda la Unión Europea (30%), a la cola de todos los índices educativos mundiales, en un sistema creado por las élites progresistas antiprogreso para que los estudiantes sean tratados como ganado infantil al que hay que proteger y sobreproteger, fabricando un futuro de cristal donde los jóvenes se quiebran a la menor dificultad, concienciados en su sentimiento antes que en sus virtudes. Los nefastos resultados educativos de nuestro sistema, manifestado con cada informe, no tienen a este Gobierno como elemento corrector, sino que, al contrario, ejerce de impulsor que crea y favorece la ignorancia.

La España de 2023 es la que, por primera vez, altera el equilibrio piramidal entre contribuyentes y receptores. Veinte millones de ciudadanos están mantenidos, pagados, subvencionados o comprados por el Estado, cuyas necesidades son costeadas por una menguante población asalariada perteneciente al sector privado, (catorce millones) que sufraga a disgusto la fiesta del socialismo pagalotodo. En ese ecosistema, la natalidad desciende o se estanca mientras la inmigración aumenta de manera descontrolada y en vez de integrarla de forma regular, el Gobierno opta por abrir y dejar sin vigilancia las fronteras, en un ejercicio de indolencia irresponsable, fomentando el control de las mafias y enriqueciendo a taxis revestidos de oenegés que se lucran con cada patera aventurera.

Este ha sido también el año en el que se ha constatado la degradación moral de quien gobierna la nación, que ha instaurado la mentira en el santoral de buenas prácticas a la que hay que rezar antes de cada consejo de ministros. Sánchez presume de que con su gobierno se acabó la corrupción y lo dice con la flema de quien se siente inmune a cualquier juicio de valor que no sea el que se realiza él mismo ante la pantalla de su móvil.

De igual manera, hemos asistido al triunfo de la voluntad de un pueblo creyente en las bondades de la miseria. En esta deriva irrefrenable hacia el totalitarismo, el gobierno anunciaba nada más iniciar la ominosa legislatura su satisfacción porque cada vez hay más personas cobrando el ingreso mínimo vital. Sólo en el socialismo se celebra la pobreza, porque la necesita para justificar su existencia. Un simple razonamiento, que el votante zurdo no suele hacer, nos lleva a concluir que el mejor escudo social lo tiene aquel país que no necesita escudo social. Porque no tiene deuda pública y déficit, su gobierno no trata a los ciudadanos como idiotas vendiéndoles el todo gratis, no roban ni saquean lo público, y por ende, no fríen a impuestos a los que producen. El problema del mátrix socialista es que cuando gobierna, también aumenta el patrimonio de los ricos, a pesar de la insistente propaganda del progresismo en contra. Los ricos de verdad, no los que tienen rentas de 60.000 euros, viven muy cómodos con un gobierno así, pues de los contratos del Estado dependen sus fortunas. Nunca hay más millonarios en un país que cuando gobierna el socialismo, pero son imprescindibles en su papel de chivo expiatorio, al que requieren, con su plácet, para azuzar el rencor del nuevo pobre subvencionado, que no puede encontrar trabajo, ni alquilar un piso por culpa del empresario o del rico. Jaque.

Y como todo es un dislate en sesión continua, el Gobierno del progreso ha deducido que el problema del alquiler en España es responsabilidad de los que tienen propiedades y no de la infecta ley que propicia el conflicto, y en un giro chavista que ni el propio Maduro hubiera realizado, oficializa la ocupación delictiva de las propiedades privadas e insta a los dueños de las viviendas para que actúen de oenegés y las cedan al precio que los inquilinos impongan. Menos pueblo pensante y más votos a la buchaca. Todo ello, mientras se articula y ejecuta la estrategia de asaltar y controlar las instituciones y organismos públicos con obedientes cargos de carné socialista, acabando con la transparencia y los contrapesos propios de una democracia liberal.

La lista es tan larga como continuada, y una vez el dominio de cada resorte del Estado sea total, nada impedirá al autócrata que sólo cree en la indisoluble unidad de su ego hacer las leyes que le plazcan.

De esta forma, cuando tienes a gran parte de los funcionarios a tu lado, a los que no dejas de regalar subidas de sueldo, a la mitad de la población comiendo de tu mano con cada subsidio, ayuda, bono e ingreso porquetúlovales, los medios de comunicación comprados con el dinero que saqueas a la población que produce y las instituciones sometidas, pues están dirigidas por lacayos colocados para obedecer, se consuma la argentinización de España.

Milei, en su primer discurso a la nación como presidente de Argentina, expresó la sentencia que sirve de prefacio a lo que vendrá en España en los próximos años, de seguir por esta senda: «Éste puede ser el año en el que dejemos atrás el modelo colectivista que nos hizo pobres y abracemos de nuevo el modelo de la libertad que nos hizo prósperos». Pronto estaremos en la situación pre Milei y hará falta alguien que, motosierra en mano, ejecute sin metáforas el programa liberal que España necesita.

Para que ese escenario no llegue nunca, o tarde en provocarse, el gobierno orwelliano activa a cada minuto su propaganda, fijándose en su pasado más siniestro y admirado: la Segunda República. Por aquel entonces, Indalecio Prieto (PSOE), fijadas las condiciones sociales para que la España que no era de izquierdas se cansara de recibir acosos políticos y ataques personales, hastiada de ser robada, menospreciada y acusada de querer una guerra civil (cuando fue al contrario) decidiera por fin defenderse del gobierno que alteró las elecciones de 1936, protagonizó un golpe de Estado en el 34 y sacrificaba sus libertades, activó la maquinaría persecutoria del Frente Popular con la convicción de que, provocando el conflicto, ellos estarían en el poder para siempre. Detrás tuvo, como hoy, a una población que seguía creyendo que el progreso era la izquierda que robó el dinero del Banco de España, la igualdad consistía en tener una nación de pocos ricos (entre ellos, la élite socialista) y muchos pobres, y la democracia llegaría instaurando la dictadura del proletariado, que hoy llamaríamos, con el mismo pan y circo, del subvencionado.

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