Que algo cambie en Alemania para que todo siga igual
“NADA”. Esa fue la única anotación en el diario de Luis XVI el día 14 de julio de 1789, día que se sigue celebrando en Francia como Fiesta Nacional, la Toma de la Bastilla. El infausto rey, que pronto pagaría con la cabeza su incapacidad de leer los signos de los tiempos, se refería a lo que había cazado ese día, pero cuentan que al volver de la partida advirtió el aire de revuelta en la capital y preguntó a su chambelán si se estaba produciendo un motín. “No es un motín, Majestad, es una revolución”, respondió el otro.
En Europa -en Occidente- hay en marcha algo parecido a una revolución, pero el sesgo de normalidad, el más peligroso para los gobernantes, impide a la mayor parte de nuestros políticos advertir por dónde les sopla el aire. Se mueven todavía en el paradigma agotado de las izquierdas y derechas de posguerra mientras el suelo se mueve bajo sus pies.
El gobierno izquierdista multicolor se ha hundido en Alemania y tenemos elecciones anticipadas en febrero en la ya renqueante locomotora europea, pero los partidos que van a competir por el voto del ciudadano, salvo uno, son los mismos que llevan medio siglo alternándose en el poder y, sobre todo, los que en la última década han contribuido al declive económico del país, han dejado entrar a miles de inmigrantes ilegales y han permitido que la inseguridad se convierta en la norma en las calles del país.
Pero la inercia es la fuerza más poderosa del universo, y con toda probabilidad las elecciones las ganará la actual alianza de centroderecha de la oposición CDU/CSU. Según las últimas encuestas, va camino de obtener el 31,5% de los votos, lo que significa que podrá formar gobierno. Sin embargo, es probable que tengan que echar mano de alguno de esos partidos gobernantes a los que ahora están poniendo como chupa de dómine.
Los liberales, que son quienes con su retirada de la coalición han propiciado la caída del gobierno, serían el candidato natural para pactar con la CDU. Pero cotizaban tan a la baja que quizá ni siquiera lleguen al 5% que exige la ley para entrar en el Bundestag. Y aliarse con Alternativa para Alemania (AfD), que ocupa el segundo lugar en las encuestas con el 19,5%, es completamente verbotten.
En Europa hay un pacto tácito, suscrito por todos los partidos que han dominado el panorama político desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, por el que se pretende acabar con los nuevos partidos soberanistas que suben como la espuma en todo el continente -AfD, pero también Reagrupación Nacional en Francia, el FPÖ en Austria o Vox en España- mediante una estricta política de demonización, acoso mediático y aislamiento político. Pero no parece estar dando el resultado apetecido y, últimamente, se está recurriendo a métodos más expeditivos. En Rumanía han invalidado unas votaciones con la sonrojante excusa de una campaña rusa por TikTok y en la propia Alemania se ha aceptado una moción para ilegalizar AfD.
Las elecciones alemanas se juegan en tres temas: la inmigración, el escaso entusiasmo por una guerra con una potencia nuclear y el rápido desmantelamiento de la industria alemana, que es la que nos da de comer a todos en la UE.
En el asunto ruso, ningún partido del sistema va a dar un paso atrás. El país con más bases norteamericanas en Europa no puede permitirse ir por libre en el gran juego geopolítico, y la creciente penuria industrial está íntimamente relacionada con esta decisión. En los días de vino y rosas, Alemania decidió que verde, lo quiere verde, y decretó el fin de la energía nuclear, fiando la parte del león de su necesidad energética al gas barato que les enviaban los rusos. Eso se acabó, y la industria inició una acelerada huida a Estados Unidos que está arruinando a los alemanes.
Así que queda la luchar contra la invasión de ilegales, algo que, además, ayudará a los partidos del sistema a comerle terreno a la AfD. Los líderes de la CDU/CSU aseguran ahora que endurecerán su postura contra la inmigración (alimentada, irónicamente, por su predecesora, Angela Merkel) y prometen rechazar a los inmigrantes ilegales en la frontera, permitir las deportaciones a Siria y Afganistán declarándolos países de origen seguros y externalizar los procedimientos de asilo a terceros países. ¿Demasiado poco, demasiado tarde?
En cualquier caso, es poco probable que las cosas vayan a cambiar sensiblemente en Alemania con estas elecciones. Como concluye un artículo el medio de comunicación alemán Junge Freiheit, “gane Scholz o Merz [el candidato de la CDU], los mismos perdedores que han llevado a este país a la ruina durante años seguirán gobernando”.