Puigdemont, el nuevo socio de Sánchez
No sirvió para nada que hasta cinco diputados del Partido Popular preguntaran el miércoles a medio Gobierno si era cierto o mentira que Sánchez se estaba dando el pico con el fugitivo Puigdemont en Waterloo. En ese sentido, esa sesión de control parlamentario pareció un juego surrealista: «¿Qué hora es?», como pregunta, «manzanas traigo» como respuesta. En pura técnica dialéctica se afirma que cuando se quiere evadir una cuestión peliaguda se utiliza el ardid de desviar la atención planteando otra al oponente. Bien: en eso consiste ahora mismo el control parlamentario al Gobierno de la nación, o lo que sea esa muchedumbre de ministros inútiles a los que estamos pagando el salario y hasta la casa. Esa técnica, sin embargo, encierra un problema; a saber, que cuando se realiza cara a cara, de cuerpo presente digamos, lo gestual suele desmentir la martingala. Había que ver por ejemplo la faz del ministro Marlaska cuando también a él, ministro del Interior todavía, se le interrogó por la visita a Waterloo: «Es usted la X de Puigdemont». Marlaska quiso componer su deteriorada figura, pero su cara parecía haber abandonado al dentista cinco minutos antes. Sabía Marlaska lo que ha revelado este periódico: que la senadora catalana Granados ha sido varias veces la enviada de Sánchez de Waterloo.
El caso visita a Puigdemont ya verán cómo va a dar mucho de sí. Son tan torpes los protagonistas del suceso que, directa o indirectamente, han filtrado el evento (o los eventos porque al parecer las visitas han sido varias). Aquí, en España, de común no nos enteramos de cómo compran los independentistas catalanes las voluntades de los medios influyentes de Europa. Fíjense en la casualidad: el mismo día en que se conocía la presunta negociación Sánchez-Puigdemont el periódico quizá más influyente de Alemania, Die Welt, denominaba al grupo de fugados secesionistas literalmente el «Gobierno catalán en el exilio». ¿Curioso no? Este periódico y algún otro se ocuparon en su día de celebrar que las autoridades judiciales de la República Federal (en realidad un juez de pacotilla de un distrito marginal vecino de Dinamarca) decidieran no entregar al fugado a España. Luego se supo de las ingentes cantidades de euros empleados por la Generalidad y también por empresarios catalanes afectos a la causa independentista, en pregonar sus deseos separatistas por toda la Unión Europea.
Ahora estos medios han informado de la visita al fugitivo como si se tratara de una reunión perfectamente legal entre dos Gobiernos: el de España, representada por la recadera de Sánchez, y el llamado «del exilio» al que se supone presidido por el huido ex alcalde de Gerona. Es natural que con todos estos datos, y dada la clásica pereza con que nuestras representaciones diplomáticas informan de estos complejos asuntos, el Ejecutivo que aún preside el felón Sánchez Castejón se niegue a responder si han existido verdaderamente las reuniones en las que se ha negociado el regreso de Puigdemont a España. Como este sujeto es un besugo, pero tiene quien le aconseja, le ha pegado un corte de mangas a su rendido interlocutor Sánchez y ha declarado más o menos que él no se vende por un plato de reformas, que o la sedición se suprime absolutamente de nuestro Código Penal, el Código Penal de la democracia (¿el del ministro Belloch, se acuerdan?) o nada tiene que decirse con cualquier demandadero de Sánchez que se acerque por Bélgica a comer mejillones.
O sea, que estamos en éstas: Sánchez, que ha hecho de la traición el santo y seña de sus políticas, envía a una mensajera a Waterloo para pasar la mano por el lomo al delincuente, y le transmite que él está dispuesto a tratarle como socio, al mismo nivel que al indultado Junqueras o al rufián Rufián. ¿Qué le importa al aún presidente aparecer como aliado de un malhechor si aquí, en lo que queda de España, es compinche principal de los abyectos terroristas de Bildu o de ETA, que son la misma cosa? Todo sea por lo que este individuo zarrapastroso denominó el miércoles en el Parlamento español la «necesaria normalización de Cataluña». Las gentes se han venido preguntando desde la sesión de control referida que, siendo como es el Gobierno de la Nación, y más concretamente su jefe Sánchez Castejón, un monumento a la mentira, por qué no la utilizaron una vez más para negar las visitas de Waterloo. Pues la especie que corre por España es que La Moncloa sabe que Puigdemont ni se ha marcado un farol, ni ha soltado un embuste presumiendo de la reunión -que nunca existió-; no, resulta que Puigdemont puede tener pruebas fehacientes (¿una grabación? ¿un acta?) de lo que le ofreció la enviada especial del padrino de La Moncloa y que está dispuesto a ofrecerlas a consideración general si sus interlocutores se empeñan en negar las evidencias. Por eso Sánchez y sus ministros permanecen callados como difuntos y sólo han encargado a la hirsuta portavoz que eche balones fuera para ver si este cáliz pasa definitivamente de nosotros.
Desde luego que la oposición del Partido Popular no está dispuesta a soltar así como así a la presa y con la misma constancia con que el PSOE insulta a Feijóo tildándole de «débil» (falta muy poco para que le adosen el adjetivo de «mental») va a exigir que Sánchez y el coro de 700 asesores que se nutre de nuestros dineros, aclaren qué ha pasado verdaderamente en Waterloo, qué nueva cesión se ha realizado desde el Gobierno a los independentistas para que esta gentuza política siga manteniendo a Sánchez en la Presidencia del Gobierno. Existen muy fundadas posibilidades de que la ralea mediática que ampara a Sánchez no se ocupe de este escándalo, bastante tienen, ¡pobres!, con encontrar síntomas de paralización cerebral en Feijóo, que todo, lo verán, se andará. El calendario, no se olviden, es éste: primero, rebaja del delito de sedición para facilitar, entre otras lindezas, que el pícnico Junqueras se presente a las elecciones, segundo, regreso a España del fugitivo Puigdemont con el objetivo cierto de que este tipo vuelva a presidir la Generalidad. En eso han consistido las visitas de la cuchipandera de Sánchez al facineroso que un día se piró gracias a la torpeza, ¿o connivencia?, de nuestros servicios de Seguridad.