Pues claro que hay que pinchar los móviles de los golpistas
Cuando el 6 de marzo de 1988 agentes de las fuerzas especiales británicas SAS frieron a tiros a tres terroristas del IRA que iban a poner un bombazo en Gibraltar, se montó un cristo más que notable. Los laboristas, entonces más próximos al mal que al bien, y el Sinn Féin acusaron a Downing Street de “vulnerar los derechos humanos” y de “actuar como si estuviera en el Salvaje Oeste y no en una democracia”. Cuando se celebró el preceptivo pleno en la Cámara de los Comunes, Margaret Thatcher zanjó el debate en los escasos dos segundos que tardó en pronunciar tres palabras que han pasado a la historia: “Sí, yo disparé”. Ni laboristas ni liberales, ni por supuesto, conservadores, dijeron ni mu. Se quedaron boquiabiertos. Aquí paz y después gloria, mientras la popularidad de la segunda premier más grande de todos los tiempos tras Churchill ascendía a la estratosfera. La balacera mortal a los tres miembros más peligrosos del IRA no volvió a figurar jamás en el centro del debate público. Tal y como reza la canción Pedro Navaja del gigantesco Rubén Blades, “no hubo preguntas, no hubo curiosos, nadie lloró”.
Pedro Sánchez no sólo es un cobarde sino también un miserable que ha dejado a los pies de los caballos a la buena de Margarita Robles. En lugar de coger el toro por los cuernos y reconocer que claro que han tenido pinchados a los líderes del golpismo catalán, ha optado por bajarse los pantalones ante ellos y solidificar su romance con Arnaldo Otegi, el jefe histórico de esa banda terrorista ETA que ha asesinado a 856 españoles y ha dejado heridas, mutiladas o incineradas a miles de personas, que es responsable de la orfandad de cientos de niños, que ha extorsionado a decenas de miles de vascos y navarros y que ha provocado el éxodo de 250.000 ciudadanos de ambas comunidades.
Sánchez en vez de coger el toro por los cuernos y admitir que han pinchado a los golpistas, ha optado por bajarse los pantalones ante ellos
La que se ha liado acerca del supuesto pinchazo masivo de los móviles de 65 líderes del golpismo catalán me deja anonadado, se me antoja una situación más propia del país de pandereta que seguimos siendo que del Estado serio que deberíamos ser. Toda la clase periodística patria da por buena una investigación periodística del hijo del menorero Woody Allen en la revista New Yorker en la que sin base probatoria alguna se asegura que existió el espionaje telefónico a través del sistema israelí Pegasus, un spyware que permite invadir la intimidad telefónica ajena sin tener que colar en el terminal enlaces fraudulentos o documentos infectados. Vamos, que Pegasus entra en cualquier móvil como Pedro por su casa. En estas lides, la de los software espías, los judíos son los número 1 del mundo por encima incluso de los estadounidenses.
Lo más llamativo es la ingenuidad o la idiocia de muchos periodistas españoles. La carga de la prueba siempre corresponde al que acusa. En este caso no hay soporte empírico cierto alguno. La mayor parte de los medios patrios ha optado por creer a pies juntillas a la decadente revista neoyorquina y a un independentista llamado Elies y de apellidos incontrovertiblemente catalanes, Campo Cid, que trabaja para un grupo investigador de la Universidad de Toronto, The Citizen Lab, que da como cierto el espionaje de 65 capos independentistas por parte del CNI.
Es decir, que para el cada vez más sectario, podemita y filoindepe periodismo español vale más la palabra de un golpista como es Campo Cid que la de una ministra de Defensa que, para más señas, es magistrada del Tribunal Supremo. Manda huevos. Olvidan que el catalanísimo Campo Cid es el cerebro tecnológico de la reedición del 1-O, Tsunami Democràtic. Sencillamente de locos. Se cree más a un sujeto que es juez y parte que a la impecable ética y legalmente Margarita Robles, que ha reconocido la existencia de pinchazos, aunque muchos menos de los que hablan, y todos ellos con la correspondiente autorización judicial.
EEUU, la democracia más sólida del mundo, interviene los teléfonos de todo aquél que constituye un peligro para sus intereses
Dicho todo lo cual habrá que convenir que todos los estados serios del mundo espían a quienes quieren cargarse el orden constitucional, poner en riesgo la seguridad nacional o introducir estupefacientes en su territorio. Estados Unidos es, ex aequo con Reino Unido y los países nórdicos, la democracia más sólida del mundo y no se para en barras a la hora de intervenir teléfonos en todo el universo conocido de todo aquél que constituye un peligro para sus intereses o para la vida de sus nacionales. ¿Acaso alguien se piensa que para localizar y ajusticiar a Bin Laden no se controlaron miles de móviles, ordenadores, correos electrónicos y cuentas bancarias? La Agencia de Seguridad Nacional estadounidense (NSA) mantiene agujereados cual queso gruyère millones de teléfonos y ordenadores de malos-malísimos de todo el planeta.
Fueron precisamente los satélites yanquis los que permitieron adivinar con exactitud cuasimilimétrica el día D y la hora H del inicio de la atroz invasión de Ucrania. Este éxito de inteligencia no fue precisamente resultado de la ciencia infusa sino del trabajo permanente con los móviles, los ordenadores, las viviendas y los despachos de todos los dirigentes rusos, Adolf Putin incluido. No tengo ninguna duda de que la CIA y la NSA no pidieron permiso a ningún juez para invadir la intimidad del presidente ruso ni la de sus Göring, Von Ribbentrop, Himmler, Hess o Goebbels. Un acierto que redime a una inteligencia estadounidense de sus espectaculares fracasos previos: las armas de destrucción masiva de Sadam que jamás aparecieron y la patética salida de Afganistán el verano pasado.
Tanto el Gobierno de Sánchez como el de Rajoy han espiado a todos los capos golpistas habidos y por haber. ¡Cómo no iban a hacerlo! Diría más: no haberlo hecho constituiría un acto de prevaricación pasiva. Y ciertamente es mejor ejecutar las escuchas previa autorización del magistrado de la Sala Tercera del Supremo encargado de estos menesteres, Pablo Lucas. Pero, si no fuera así, también se entendería que se llevasen a cabo por razones de fuerza mayor o por la celeridad que impone muchas veces el pragmatismo. Una acción criminal puede llegar antes de que Lucas haya dictado el correspondiente nihil obstat.
Sánchez ha optado por profundizar en sus relaciones cuasidelictivas e inequívocamente inmorales con Otegi y los tejeritos catalanes
Tener controlados día y noche los móviles de los caudillos golpistas permitió, por ejemplo, saber dónde estaban las urnas del 1-O y que Carles Puigdemont iba a fugarse. Lo cual no impidió que, en un acto que explica tantas cosas, Soraya Sáenz de Santamaría permitiera distribuir las cajas en las que se iban a introducir las papeletas del referéndum ilegal o que el delincuente que presidía la Generalitat se largase a Bélgica.
Sea como fuere, no estaría de más que el periodismo español centrara todos sus esfuerzos en determinar si durante la era Sanz Roldán se desarrolló un sistema de escuchas masivo en el CNI similar al que Manuel Cerdán desentrañó en los 90 con Juan Carlos I como víctima más prominente. Tengo la convicción, que no las pruebas, de que elementos incontrolados —o no— de los servicios secretos españoles nos tenían vigilados telefónicamente día y noche a periodistas y líderes políticos incómodos. De Margarita Robles me fío: de su honradez, su probidad y su decencia no me van a contar nada porque lo sé todo. La contraposición de un presidente del Gobierno que tenía la oportunidad de su vida para reconciliarse con los españoles de bien pronunciando un dignísimo “sí, yo pinché” y ha hecho todo lo contrario: profundizar en sus relaciones cuasidelictivas e inequívocamente inmorales con Otegi y los tejeritos catalanes. Está claro que Pedro Sánchez podría haber sido De Gaulle pero le mola más Pétain.