La prueba de vida de Plácido Domingo

La prueba de vida de Plácido Domingo

A tenor de las acusaciones de acoso sexual de varias mujeres a Plácido Domingo, escribí hace siete meses un artículo en defensa del tenor titulado “Mi defensa de Plácido”. En él contaba que seis de ellas eran invisibles y anónimas, por lo que pudiera haberse tratado de los hologramas de Carmen Calvo echándole burundanga a Plácido en el cubata en los camerinos de la Filarmónica de Castellón.

También recordé que, de todas ellas, la única que daba la cara en los platós previo pago, se llamaba Patricia Wulf, una especie de Carmen de banda de pueblo en su versión septuagenaria de Eva Sanum

Enjuta maruja lacrimógena, y ex amante del tenor que, ahora, se había reconvertido en cantante por soleares del chantaje clitoriano del ´Me Too´. No sabemos si por algún aprieto inmobiliario, o por algún problema de conciencia sobre su escarceo de hace seis lustros que, sospechosamente, sobrepasa con mucho la franja de duelo psicológico por el desamor prescrita por cualquier psiquiatra.

En el articulo también escribí que, como algunas otras mujeres, Wulf había encontrado en las franquicias ‘Me Too‘, un refugio inquisidor y victimizante que evita tener que someterse a la crudísima e insoslayable verdad de que para triunfar, seas hombre o mujer, la vida nos exige talento, y que en la ausencia de él, hay que compensarlo con mucha preparación, con una generosa dosis de creatividad para ser mejor que el resto o, en su defecto, asociarse a un movimiento de presión con una gigantesca capacidad de coacción y extorsión. El feminismo.

Hoy, medio año más tarde, la corriente mediática de las feministas y los feministos Borja Maris galopa de nuevo con los titulares de “Domingo ha sido declarado culpable y él ha confesado, ¿y ahora qué dicen todos los que le defendían?”.

En primer lugar, la “condena” proviene del juicio sumarísimo de una asociación de culturetas del mundillo de la ópera, no de los tribunales de justicia que han evitado a las acusadoras conscientes de su nulo recorrido judicial.

En segundo lugar, de haberse celebrado hace 20 años el juicio sobre la citas carnales consentidas y esgrimidas, éste sólo hubiera arrojado una sola verdad incontestable: que las mujeres admirables no son las que denuncian ahora, sino las que hace 20 años no pasaron por la cama del tenor aún con el riesgo no prosperar en su carrera.

Tres; Placido Domingo se ha equivocado al pensar que “pedir perdón” va a evitar que su leyenda se desvanezca. Muy al contrario, miles de hombres y mujeres veíamos en este caso la oportunidad de plantar cara al chantaje de un movimiento diseñado para acabar con la vida profesional y civil de aquel que no le pague el impuesto revolucionario. Al pedir perdón Plácido ha cometido el error de pagar por una prueba de vida de su carrera, y al hacerlo, ésta ha sido lanzada al zulo por las feministas.

Yo no sé si Plácido Domingo era un poco “piernas”, lo que sí puedo decirles es que apuesto todo lo que tengo a que, como mucho, fue la mitad de “pichabrava” que el vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias quien, desde su aparición en la vida pública, ha expandido espectacularmente su pollódromo saliendo con Tania Sánchez, Dina Bousselham e Irene Montero, mientras a mí me proponía cervezas y ponerme un tutú rosa al salir de La Tuerka.

Lo que sí sé es que las artes amatorias del tenor son puestas hoy en la diana por los mismos que llaman manipulación a las sentencias y los autos policiales que demuestran que Podemos, el PSOE y su guerrilla feminista esconden los centros de menores de la Comunidad Valenciana y Baleares transmutados  en prostíbulos y, también sé que, alguna de las cronistas y analistas políticas de pulida melenita para la caza del tenor en los desayunos televisivos, han perseguido, a veces con éxito, a políticos cuyo compromiso no era únicamente el suscrito con su actividad política.

Esa acusación mía podría ser mentira, pero, en caso de que algún día lo escriba en un libro, es evidente que siendo mujer a mí me creerán sí o sí, hermanas.

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