Ponencia para cerrar el presente y abrir el futuro

La ponencia política del PP, que se aprobó en el Congreso del fin de semana, es extensa, pero en sus primeras diez páginas acota los temas relevantes; es clara, aunque denuncia la incomprensible forma en que los ismos (secesionismo, filoterrorismo y comunismo) incluidos en el sanchismo están conduciendo España; es política, en cuanto que recoge principios y valores, plantea retos para reforzarlos o recuperarlos y, por tanto, abre ilusionantes expectativas. Su elaboración, en fin, ha sido un acierto y lo será más si se tiene ocasión de llevarla a cabo, tanto por acabar con lo que critica como por realizar lo que propone.
Y el primer acierto es dirigirla a los españoles. Se puede pensar que es de cajón: ¿a quién sino se iba a dirigir? ¿A los selenitas? Pero el hecho de dejar claro quienes deben ser los destinatarios y protagonistas del futuro político, encierra importantes mensajes, y no tan subliminales. El primero es hacer un guiño de treinta y una real a la Constitución de 1978, a ese Título primero que establece los derechos de todos los españoles; a todos los españoles a los que se nos está birlando la soberanía y la condición de libres e iguales que creíamos consagrados. Un segundo mensaje es situar el texto constitucional como punto de partida al que volver para continuar construyendo el Estado social y democrático de derecho. Y, por último, da carta de importancia a la terminología y la nomenclatura: españoles es una categoría previa y mayor que ciudadanos, y es, por supuesto, más apropiada que los términos de pueblo o gente que utiliza la izquierda para retirar derechos a los individuos (españoles) y otorgárselos a esos colectivos que ellos pretenden representar.
Incluye después la ponencia un análisis certero de la evolución de la izquierda desde el momento en que se quedaron sin pilares ideológicos y económicos; aunque la deriva zombi del socialismo en las democracias occidentales contrasta con el predicamento que sigue teniendo en España oculto detrás del mal autollamado progresismo.
Su secreto ha sido que como ya no tenían ideología podían abrazar cualquiera; solamente necesitaron encontrar un agente adecuado, sin escrúpulos, que ha tenido en la práctica más éxito que en la teoría porque no solo no tenía límites ideológicos sino tampoco éticos. Alguien que ha pretendido apoderarse impúdicamente de algunas minorías, pero que ha caído en manos de las más inconstitucionales, y aún más anti españolas, que no se dejan dar tan fácilmente el abrazo del oso. Alguien que, apoyándose en el sectarismo y el revanchismo más rancios, ha explotado hasta la saciedad el discurso del miedo, estigmatizando a una derecha que se habrá desempeñado con mayor o menor acierto y honestidad, pero que nunca ha dado un paso fuera del sistema.
Explicando la realidad de lo que ha acontecido en nuestro país, ese primer apartado de la ponencia es una verdadera réplica al blanqueamiento del terrorismo y a la absurda exposición de motivos de la Ley de amnistía, que hace una interpretación falseada de la deslealtad secesionista y que tiene menos sentido jurídico que las instrucciones de la lavadora (Tribunal Constitucional) en la que han blanqueado todo el procés. Y en una exposición continuada con mucha lógica, llega al momento actual en el que el Gobierno, preso de las exigencias de sus socios y de la enfermiza vocación de resistencia, juega al dontancredismo con la insoportable realidad de corrupción e inoperancia que le atenaza.
Los principios y valores que detalla a continuación son obvios por conocidos, pero también por imprescindibles; de hecho, son, sin salirse un ápice, los de la Constitución. Y no se han querido introducir en aspectos de más detalle o de más polémica, porque se percibe que ante la urgencia es necesario ceñirse a cuestiones medulares y estructurales.
Hacer referencia a estas alturas, con un periodo constitucional de casi 50 años, a la democracia liberal, a la economía de mercado, a la libertad y la igualdad de los ciudadanos, a la unidad de la nación y a un proyecto nacional o a la prioridad del bien común y a la política como servicio público, podría parecer innecesario y redundante. Y sin duda que hace unos años lo hubiera sido. Pero ahora se hace imprescindible reivindicar esos principios porque están siendo puestos en cuestión o amenazados, cuando no flagrantemente agredidos.
Con esos cimientos firmes y las bases coherentemente establecidas, el resto de la ponencia es en parte un plan y en parte un programa; cargado de sentido común y de prudencia, de humanismo y de sensibilidad social, de aspiración de eficacia y rigor económico, de confiable y confiado europeísmo y de un tranquilo pero orgulloso españolismo.
Un proyecto de futuro para los españoles que hace innecesario el nuevo socialismo amoral, el viejo nacionalismo egoísta y el siempre estridor populismo.