La pólvora del rey
Allá por los siglos XVI y XVII los arcabuceros de los tercios españoles tenían que afinar mucho su puntería, pues no podían permitirse el lujo de desperdiciar una pólvora que debían adquirir con el dinero de su bolsillo. No era así cuando, en asedios y otras ocasiones especiales, podía conseguirse el explosivo de los almacenes o polvorines de artillería de los reyes. Esa era la famosa “pólvora del rey” con la que se disparaba más alegremente, pues no mermaba la paga recibida.
De ahí viene aquello de “disparar con pólvora del rey” una expresión con la que nos referimos al gasto alegre y descuidado del dinero público; ese que, según Carmen Calvo, “no es de nadie” y para el que estos días, tras la fijación del techo de gasto en el Congreso, nuestros políticos empiezan a pensar qué impuestos nos van a subir.
Y para que todos compartamos la alegría que da el gastar y no nos dé por pensar, nuestro gobierno y sus economistas y tertulianos de cabecera nos insistirán en las dos falacias que siempre acompañan al gasto público: que cuanto más mejor y que es para fines sociales.
Milton Friedman explicaba que existen cuatro formas de gastar: se puede gastar el dinero propio en uno mismo, el dinero propio en un tercero, el dinero de un tercero en uno mismo y el de un tercero en un tercero. ¿Cuál cree que es la más eficiente?
Está claro. Es de la primera forma como mejor se satisfacen los deseos personales y se ajusta la relación calidad/precio. En la segunda puede aparecer alguna ineficiencia, ya que el gastador puede equivocarse al comprar un regalo a un tercero o derrochamos y consumimos peor cuando el que paga es otro. Pero, sin duda, las más ineficientes son las dos últimas, justo las que emplean los gobiernos cuando disparan con pólvora del rey, recaudando nuestro dinero para gastarlo en uno mismo o en un tercero.
Fichar como asesores o responsables públicos a amiguetes o camaradas de partido cuyo curriculum cabe en un post-it, subvencionar chiringuitos inútiles o favorecer a determinados colectivos para conseguir votos son ejemplos de cómo el Gobierno malgasta dinero de terceros (los contribuyentes) en uno mismo. Como cuando un Gobierno aprueba cuantiosas transferencias a otro Gobierno autonómico para que este le mantenga, cuando el interés general demandaría destinar esas partidas a otras cuestiones. ¿Les suena? O como cuando aumentan las subvenciones a los sindicatos para que no molesten con sus manifestaciones. ¿No es eso usar el dinero de terceros en beneficio propio?
Por ello, no siempre más gasto público es mejor, dependerá de para qué. Entonces se activa la segunda falacia y nos dicen que la cuarta forma de gastar que criticaba el nobel de economía es buena porque la mayor parte es “gasto social”, que es para construir escuelas y hospitales, justifican en las autonomías. Es entonces cuando me parto la caja.
Y es que, bajo el paraguas de gasto social cabe todo: nóminas, alquileres, publicidad institucional y resto de gasto corriente y de servicios empleado para producir los servicios. Y claro, como “es para escuelas y hospitales”, no se debate si hay otras formas más eficientes de prestar esos servicios, como sí se lo han planteado en numerosos países, que tanto nos gusta poner de ejemplo, países donde los gobiernos tienden a gobernar y las sociedades a remar.
Aquí a nuestros gobiernos les gusta llevar el timón pero también remar, dejando poco espacio a la colaboración público privada. Así, cualquier cosa que suponga dejar la decisión o la gestión a los destinatarios o fuera del sector público es rápidamente censurada. Ya preparan, por ejemplo, nuevos ataques a la concertada y se empieza a cuestionar el modelo de MUFACE. Aunque sea más caro preferimos aquello de «Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada en contra del Estado» que diría Mussolini. Eso sí que es Fascismo.
Así se llega a que más de la mitad del gasto público productivo español corresponde a retribuciones a empleados públicos, pero como es para fines sociales no se puede criticar. En otros países, como Alemania, apenas es el 35%, ya que se externaliza más la producción pública mediante diversas modalidades de cooperación público-privada. España dedica a estas adquisiciones cerca de un 40% del gasto productivo público, mientras que el Reino Unido supera el 50% y en Alemania se acerca al 60%. No olvidemos que lo importante no es cuánto se gasta sino cómo se gasta, pero cuando dices esto te acusan de querer desmantelar el Estado de Bienestar.
Mucho ha cambiado desde que los arcabuceros de nuestros tercios se jugaban la vida por el Imperio. Hoy nuestros políticos no se la juegan, sino que se la aseguran con unas pensiones, a veces más generosas que merecidas. Y, a tenor de lo votado, la política económica y social española prefiere a Carmen Calvo o a Mussolini antes que a Milton Friedman.
Pues nada, a gastar con alegría. Ya serán los ciclos económicos los aguafiestas que nos enseñen, de nuevo, que no es la austeridad sino el despilfarro, lo que aumenta los negativos efectos de las crisis. Mientras tanto, disfruten de lo votado.