Podemos es lo que parece
Lo del ser y parecer, desde que Aristóteles hablara de la substancia, la esencia y existencia, ha sido siempre un axioma deconstruido por quienes hacen del juego realidad-percepción una forma de vida. Esa gente que expide carnets sobre lo que eres o debes ser y que determina la categoría de tus ideas o tu condición de persona. Cansinos analógicos y digitales sin más. La política perceptiva ha degenerado en amagos de acciones que se quedan en enunciados teóricos sin fundamento. El penúltimo ejemplo, el Pacto Antiterrorista. Lo que debía ser el cónclave de la unidad de todos los partidos, donde construir el dique frente al odio y la violencia contra quienes conculcan nuestras formas de vida, se convierte en espectáculo mediático por obra y gracia de los de siempre: Podemos y nacionalistas, extrema izquierda y secesionistas, tanto monta en un país que hace tiempo dejó de reconocerse a sí mismo.
La percepción que hay sobre Podemos como un partido comprometido con los derechos humanos, asentada en foros y tribunas académicas y mediáticas, no se corresponde con la realidad en cuanto ésta reluce. Esa idea de “somos demócratas, nos importa la gente, estamos con el respeto a la libertad y los derechos fundamentales” es un mantra que han implantado en buena parte del imaginario común a base de repeticiones en discursos sobrevenidos, canutazos preparados y entrevistas con caricias. La propaganda sólo es efectiva cuando el mensaje repetido es interiorizado incluso para rebatirse.
La realidad es que Podemos blanquea el terrorismo, como hacen ciertos “periodistas” que se cuelgan el carnet de creadores de la deontología y hablan de frustración de “la mayoría” —nótese la falacia— de los musulmanes y de los imames por tener que disculparse cada día por no condenar los atentados terroristas. El quintacolumnismo islámico, insertado en ciertos partidos políticos y medios de comunicación, con “comunicadores estrella” suavizando el radicalismo, es, quizá, lo más obsceno de cuanto hemos vivido en las últimas horas.
Decimos que Podemos blanquea porque no tiene reparo alguno en reunirse con batasunos que homenajean a etarras, o porque defienden con fruición a filobatasunos como las CUP, Tardá y Rufián. Ahí no se hacen los observadores, sino que participan gustosos de la normalidad institucional y democrática. Pero cuando se trata de ponerse las katiuskas parlamentarias y bajar al barro político real, no al figurado, ahí se hacen los señoritos. La política observada es el eufemismo diplomático con el que los necios encuentran su excusa para no actuar. La equidistancia es en sí misma una posición. Ser observador de un pacto antiterrorista es ser el voyeur de una orgía sexual: una situación cobarde en la que te invitan a participar pero en la que ni quieres entrar ni dejas de estar. La política se hace con palabras pero se transforma con acciones e intenciones. De ahí que Podemos no se suba a ningún tren que condene atrocidades a los derechos humanos ni articule una estrategia contra el radicalismo islámico. No al menos mientras arrastre dos fantasmas que pueden aparecerse en cualquier momento para evidenciarle sus miserias ideológicas y su hipocresía política. Desengáñense. Podemos no se suma por cinismo, lo hace por coherencia. El árbol y las nueces de la política.