Los pobres ya no votan socialismo
El último informe de Funcas, sumado al que organizaciones como Intermón Oxfam publicaron no hace mucho, nos confirma lo que el Gobierno niega en su publicidad institucional diaria: que somos un país de tiesos sin futuro y con una hipoteca a pagar, cuya cifra es inalcanzable de imaginar, pero que llegará el momento en que tendremos que abonarla. Y ahí, sufriremos de verdad como nación si las reformas que urgen no se aplican con presteza y destreza. Una radiografía que no hace sino retratar al socialismo que gobierna España como lo que es: un fabricante infinito de miseria y dependencia.
Desde que Sánchez y sus socios garrapata asumieron el mando con una moción de censura contra la corrupción, no han hecho otra cosa que corromperse. Porque la mentira, como la amnistía, o el enchufe de prostitutas con dinero público, es corrupción. La tasa de pobreza infantil en España se ha disparado, hasta situarse cerca del treinta por ciento, la más alta de toda la Unión Europea. Uno de cada tres niños sufre miseria en su hogar, incrementándose esa cifra demencial entre los menores de edad, donde la exclusión social roza el treinta y cinco por ciento. Por esto no se manifiesta nadie, ni siquiera esos mismos jóvenes a los que esa cifra alude, o al menos, amenaza. Es tal la lobotomización cerebral que el socialismo ha provocado en grandes masas de la población, que alteran su pirámide de necesidades hasta el punto de celebrar no tener nada por encima de que otro gobierne y haga mejor las cosas.
El discurso de diputados como Carlos Quero, de Vox, está poniendo sobre la mesa un nuevo tablero retórico sobre el que va a girar la política de los próximos años. Porque está incidiendo en el problema desde la estrategia política y comunicativa. No va a las consecuencias, sino que se adentra en poner el foco y señalar las causas, y alinea desde arriba hacia abajo el discurso binario que obliga a elegir de qué parte estás: si en el lado del problema o de la solución. De la misma forma que han obligado desde Vox al resto de partidos a virar su estrategia sobre un problema ya innegable como el de la inmigración, provocando que todos acaben abrazando su discurso, lo mismo sucederá con la vivienda. Porque no hay relato oficial que borre la realidad que el ciudadano común percibe y sufre a diario. Aunque el poder subvencione la negación de dicha realidad.
Porque el drama de la vivienda se explica desde la ley que Pedro Sánchez y Yolanda Díaz aprobaron ufanos en 2023, cuyas consecuencias ya se notan en uno de los laboratorios que mejor define el experimento woke decadente: Cataluña. Sánchez llegó a Moncloa mintiendo y comenzó su legislatura engañando, bajo la promesa de construir viviendas y acabar con las desigualdades. Los únicos que han aumentado su patrimonio inmobiliario desde entonces han sido los dirigentes socialistas y sus comisarios mediáticos repartidos por las televisiones y radios.
Mientras, la España real sufre un evidente déficit de vivienda, sobre todo la destinada a alquiler en condiciones asequibles y a carácter social. La media en Europa está entre el quince y el veinticinco por ciento. En España no llegamos al dos por ciento. Y eso obliga a destinar parte de la renta de los hogares a sufragar esa carencia, aumentando la pérdida de poder adquisitivo y con ella, los riesgos de pobreza, incrementados por la entrada de quienes ahora mismo no son contribuyentes netos del sistema, sino receptores de ayudas del mismo, incluidas esas casas a las que no pueden acceder en condiciones normales familias cotizantes de clase media con hijos.
Esa pauperización progresiva -y progresista- de la sociedad está provocando que haya un trasvase histórico de votos por todo el país en barrios donde antes se elegía socialismo por ósmosis, ahora Vox es la primera opción política. Si dejamos de lado a quienes siguen viviendo de los impuestos que pagan los que producen, observamos que son las rentas más bajas, sufridoras de esos dos problemas principales, vivienda e inmigración, las que transforman el eje sobre el que van a girar todas las campañas electorales venideras.
Vox fue el primero en entenderlo, y por eso es el que más crece en apoyo popular y en intención de voto, provocando que los demás vayan a rebufo. No se trata de consecuencias, sino de causas. Y los pobres que votaban socialismo han empezado a entender que a quienes votaban no tenían incentivo alguno en sacarles de la pobreza y perder con ello el poder. Ya no les alimenta la esperanza de las buenas palabras y además, han perdido el miedo a las amenazas vacías e invisibles. Prefieren comer y tener un sitio al que llamar hogar a seguir profesando obediencia ciega a una ideología tan perversa como fracasada. Ni siquiera apelar a la ultraderecha les vale a los goebbels de mercadillo como recurso de propaganda contra esa hambre y frío que en los barrios más pobres de España empieza a asomar sin remedio.
Temas:
- Pedro Sánchez
- PSOE
- Socialismo