La plutocracia del PNV al garete

La plutocracia del PNV al garete

Más de diez años lleva el pícnico Ortuzar al mando del PNV en la cúspide del Euskadi Buru Batzar. Menos, desde luego, que Joseba Egibar eterno en Guipúzcoa desde que sus gudaris hacían la mili con lanza. Como ahora mismo la llamada dirección nacional del partido está en estado de shock después de haber perdido cuatro escaños en las elecciones pasadas, el personal afecto a la causa actual de Sabin Etxea, el batzoki político de los «jeltzales», no está aún decidido por la causa de la renovación del partido, causa que estaba abierta aun antes de las urnas.

Pero la revolución, algo más que simples cambios cosméticos, está ahí; a la altura de la cabeza de los nuevos aspirantes. Si el PNV atendiera a sus Estatutos, cosa que sus dirigentes se ocupan muy mucho de transgredir, este mismo año 2024 o, como muy tarde el siguiente, tendría que convocar a rebato e inaugurar una Asamblea General para enviar al trío Ortúzar-Itaxo Atuxa-Eguibar a la reserva pasiva, pero como la iniciativa parte de los presuntos cesantes, la convocatoria está ahora en estado de hibernación.

Ortúzar, lleva, según se ha señalado, dos lustros moviendo su rollizo esqueleto por todos los garitos del PNV, algo expresamente desaconsejado en el Artículo 92 de los Estatutos propios que reza exactamente así: «La reelección del presidente del EBB lo será por una sola vez, debiendo transcurrir un mandato para una nueva elección».

Claro que para las reglas, sobre todo para las de los partidos, se han hecho las excepciones y a una de ellas se ha agarrado Ortúzar. El orondo dirigente no tuvo en su momento la dignidad que un día presentó Xabier Arzalluz para esperar cuatro años y volver al puesto; se marchó unos añitos a dar la lata fuera de la dirección y se buscó a un hombre de paja, un viejecito de alias Ustarre, para que hiciera exactamente lo que él le mandara a distancia.

Ahora Ortúzar ha venido diciendo unas veces una cosa y otra la contraria según le ha convenido. Contra el «me quiero ir» ha esgrimido, al revés, el «No me importaría quedarme». Los que conocen el PNV, incluido el ahora medianamente crítico Iñaki Anasagasti, no dudan de que quisiera reeditar una nueva encomienda. Ortúzar en su estrategia de quita y pon, sugiere, cuando le oyen solo unos poquitos, que hace falta una renovación, y basado en ese aserto ha justificado la ejecución del lehendakari en funciones Urkullu, al que machacaron ya en septiembre desde Bilbao y le hicieron cocerse en una maceración insoportablemente caliente nada menos que tres meses.

La dirección del EBB tiene catorce miembros presuntamente elegidos por las territoriales (al fin, elige la plutocracia) trece de los cuales superan ampliamente la sesentena, sólo la secretaria general está en los cuarenta. Presume esta dirección de una ansia renovadora indeclinable y esgrime para ello la composición de las últimas listas electorales, pero claro, la trampa está servida: los muchachos y muchachas aupados/as en las planchas electorales han bajado en edad respecto a sus promotores, pero la mayoría pertenecen al funcionariado del PNV. Es decir: que nadie se mueva, que aquí no viene nadie que no seamos nosotros.

Es creíble que en los últimos días, plena campaña electoral, la camisa no le ha llegado al cuerpo a miles de gentes del PNV que se creían llamados a las tinieblas exteriores si los hermanos separados de Bildu («los chicos, la pistola», Arzalluz dixit) les comían la merienda en las urnas. Así que por eso, a última hora y casi llevados del ronzal, las edurnes y los aitores, se han dejado de remilgos y «vamos a votar a los nuestros, que los de afuera sabe Dios lo que pretenden».

Y hablando de Dios: Arzalluz recomendaba siempre «cuidar el voto de las monjitas que son nuestras aliadas», la recomendación de hoy es menos cristiana, más grosera y más interesada: «trincar el voto de los funcionarios». Los funcionarios que, en puridad, están hartos de la rigidez y soberbia con que el Gobierno del PNV ha mandado en Vitoria, por eso se han puesto en huelga casi permanentemente.

Este es el dato suministrado por el propio Urkullu: «Euskadi soporta el 56% de las huelgas del Estado». «Estado» dice él por no nombrar a España. En este momento, la plutocracia se está ocupando de tranquilizar a sus huestes «porque seguimos aquí, aunque resulte que los nuevos (Bildu) ya no nos quieran».

Pero, claro, cómo la renovación tenga nombre de mujer y se llame Itaxo Atuxa, señora de Aitor Esteban, apañados estamos. La plutocracia enquistada siempre reelegía a Ortúzar y demás cuadrilla, pero se ha pegado un tortazo como el Bocho entero, primero en las municipales y ahora en las autonómicas donde ha estado a punto (a lo mejor, lo está todavía) de marcharse con el aurresku a otra parte.

«Esta plutocracia ya no gana elecciones» le dice desde Bilbao a este cronista un antiguo peneuvista de los raros que se han ganado la vida fuera del partido y de sus satélites. Habrá que seguir con gran celo qué clase de Gobierno le dejan hacer a Pradales Gil desde Sabin Etxea. En ese momento se verá cuán verosímil es la regeneración de un PNV que, no lo olvidemos, no es un partido, sino un movimiento con todo dentro, desde cocineros sufragados, a un sindicato ELA-STV que se ha vuelto más radical que su homónimo, procedente de Herri Batasuna, LAB.

A la plutocracia del pícnico Ortuzar parece que le han enviado a recoger setas las urnas del domingo, pero él, ellos en general, son duros como el pedernal, y no se van a dejar fácilmente liquidar. Lo tiene dicho muy expresivamente el mencionado Ortúzar: «Nosotros somos como chinchetas, pinchamos y nos quedamos». Pradales Gil es un copiloto cogido a lazo. Como se empeñe en ser piloto le envían otra vez a dedicarse al remo.

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