El ‘pin’ de Sánchez
La Agenda “veinte-treinta” de la ONU, esa que a despotín Iglesias no le guste que así denominemos (hubiera preferido vivir en otra época y que hubiera sido la ‘Agenda 1917’ o ‘Agenda 1931’), le sirve a Pedro Sánchez para encajarse el colorido ‘pin’ de su logotipo en la solapa de su entallada americana porque queda genial y muy ‘progre’. Eso sí, las pocas veces que sale a dar la cara.
El presidente verdaderamente se pasa por el arco de triunfo el significado de la Agenda 2030. España cada día que pasa se aleja más y más de los objetivos marcados por Naciones Unidas para dentro de nueve años. Habla de reducir a la pobreza, mientras aquí ya tenemos 1 millón más de pobres desde que Sánchez llegó a La Moncloa. Hay 5,1 millones de personas que viven con menos de 16 euros al día en España y el ingreso mínimo vital que se sacaron de la chistera en la coalición Picapiedra sólo llega a 160.000 hogares españoles.
La Agenda 2030 habla también de acabar con el hambre cuando en España las ‘colas del hambre’ son la nueva estampa de las calles españolas que nos rememoran a las mismas colas y las cartillas de racionamiento de la postguerra. Habla de la protección sanitaria, mientras que con la gestión de Sánchez tenemos la cifra más alta en Europa de muertos por la pandemia y un número tan alto de contagios que dan ganas de salir corriendo.
Es muy propio de la izquierda jactarse precisamente de lo que carece. Recuerdo como presumía la Alemania del Este de llamarse “democrática”, al igual que hace Corea del Norte o la misma dictatorial Venezuela. Sí esa Venezuela cuyo régimen tirano tiene las manos manchadas de sangre y para el que la izquierda española pide diálogo.
La izquierda es muy demócrata para abrir los libros de Historia por los capítulos de Franco y Pinochet, pero le gusta ponerse de perfil cuando se trata de hablar de los dictadores socialistas. ¿Diálogo con Maduro? Claro que no. A los dictadores se les echa, se les arresta y se les juzga. Y si es en el Tribunal Penal Internacional, mejor.
Esta semana hemos conocido el perfil bajo que el Gobierno de España ha adoptado respecto a la dictadura de Maduro en la UE, protagonismo que ha sido cogido por Alemania que no tarda ni tres segundos en reaccionar ante el atropello chavista de expulsar a la embajadora de la UE en suelo caraqueño, mientras aquí la ministra de Exteriores hace mutis por el foro y tarda cinco días en abrir la boca.
Pero el ‘pin’ de Sánchez es la expresión de lo que ha sido la historia de la izquierda desde sus inicios con el cofundador del comunismo mundial, Engels.
Federico el malo Engels -porque tuvimos que aguantar 130 años para que viniera al mundo Federico el bueno J. Losantos- enseñó a sus futuros cachorros en el capítulo 1 del manual del buen comunista que nunca hay que vivir como se piensa, ni pensar como se pontifica. Él siempre fue un magnate del textil en Manchester. Algo parecido a lo que practica el millonario de Galapagar.
La falta de coherencia personal de la izquierda se volvió a ver esta pasada semana con su clara irresponsabilidad de no pronunciarse respecto a la inmunidad europarlamentaria del prófugo Puigdemont. O se está a favor de la democracia, o se está con los golpistas. Aconsejo la lectura de la profesora de la Universidad Lusófona de Oporto, Catherine Maia, quien recuerda en su último trabajo sobre el procés que la inmunidad parlamentaria no puede ser un privilegio para eludir las responsabilidades por los actos cometidos, sobre todo antes del ejercicio de su cargo.
Lo mínimo que hay que exigirle a un político en el desempeño de su cargo es coherencia entre lo que dice y lo que hace. De otro modo, el ‘pin’ del que hace gala Pedro Sánchez de modo exultante, se convierte en insultante.