La persecución a los republicanos en EEUU

La persecución a los republicanos en EEUU

A Donald Trump se le ha criticado desde amplios sectores por no haber tenido un buen perder en las elecciones del pasado 3 de noviembre. Recurrir unos recuentos de votos no sólo es un derecho, sino una obligación de cualquier líder político con su electorado. Pero hay un hecho incuestionable sobre el que quisiera reflexionar hoy: ¿ha demostrado la izquierda estadounidense, personificada en el Partido Demócrata, que ha sabido ganar? Personalmente soy de los que piensan que los hechos vividos, desde hace dos meses y medio, apuntan en sentido opuesto. Si se dice que para saber ganar hay primero que saber perder, las teorías de la conspiración promovidas por la izquierda política estadounidense e internacional en 2016, así como desde sus órganos de propaganda, para hacernos creer que Trump ganó entonces por la injerencia rusa y por un uso partidista de las redes sociales, podemos observar que la falta de juego limpio, la confrontación embarrada y la apelación a los instintos bajos ha sido la nota dominante en la izquierda estadounidense desde hace casi un lustro.

Detrás del último impeachment, o juicio político, promovido por los demócratas a Donald Trump hay mucho más que una simple revisión de su papel en el asalto al Capitolio del 6 de enero. De entrada, ya está condenado, como en las apriorísticas sentencias de los regímenes dictatoriales, por medio de lo que constituye un uso tramposo de las reglas y que puede acabar siendo tumbado por ser inconstitucional. Los demócratas han elaborado a su medida un impeachment contra Trump para lograr el resultado deseado. El espectáculo que volvimos a ver esta semana en el Capitolio abochornaría tanto a Montesquieu como el asalto vivido la semana anterior. Pero claro, gozó de la bula de la progresía mediática. Los mismos que han enarbolado la bandera del Estado de Derecho y de una supuesta exquisitez legal en contra de la conducta de Trump del pasado 6 de enero, hacen de su capa un sayo, y se burlan de la democracia para perseguir, batir y enterrar a un rival político de quien temen su regreso por su carisma.

Esto es algo que aquí en España no nos pilla de nuevas. Interminable es la lista de líderes políticos de la derecha que han sido calumniados, acosados y perseguidos hasta lograr su muerte política sin mediar sentencia condenatoria alguna, tan sólo la pena del telediario sumada a los escraches de los estómagos agradecidos del dictadorzuelo de Galapagar y a cientos de titulares de falsedades de los medios apesebrados del Gobierno socialcomunista. En su último libro sobre el ex presidente valenciano Francisco Camps, el autor Arcadi Espada habló de la existencia de 169 portadas de El País dirigidas contra el mandatario valenciano, ahora mismo absuelto de cada una de las causas que han sido cerradas.

Algo similar le ocurre a Donald Trump y al movimiento conservador de EEUU. La criminalización y persecución a la derecha estadounidense se ha extendido como una mancha de aceite contra representantes y senadores, como por ejemplo la deleznable campaña iniciada también contra Ted Cruz, uno de los dirigentes republicanos que más han elevado la voz ante las anomalías detectadas en las elecciones del 3 de noviembre. La caza de brujas ha llegado asimismo a comentaristas, analistas y representantes hispanos que lo único que hacen es hacer un uso legítimo de la libertad de expresión que recoge la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense.

La gran impulsora de este macartismo de nuevo cuño ha sido Nancy Pelosi, la octogenaria presidenta de la Cámara de Representantes, que actúa como una gamberra macarra encargada de demonizar, encrespar y polarizar a una sociedad ya dividida como la estadounidense que lo que necesita ahora más nunca son políticos que sepan suturar heridas en lugar de abrirlas. La gran diferencia entre España y EEUU es que allí el Partido Republicano ha cerrado filas alrededor de Trump. Algo que en la derecha española, hic et nunc, sería impensable.

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