El peligro de las políticas procíclicas

El peligro de las políticas procíclicas

El gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, ha señalado hace unos días que supone un grave error el carácter procíclico de las políticas presupuestarias de los gobiernos nacionales, con la tentación de dejar al Banco Central Europeo la responsabilidad de mantener anestesiada la economía con las rebajas de tipos y demás medidas excepcionales para evitar un problema de deuda, al ser ingente el endeudamiento acumulado en las recesiones e incrementarla también en las épocas de auge económico con el carácter procíclico de las políticas presupuestarias.

¿Qué quiere decir esto, a mi juicio? Que los gobiernos suelen mantener e, incluso, incrementar el gasto en los momentos de recuperación económica, es decir, que empujan más el crecimiento, pero de manera sostenida, es decir, artificialmente, en los períodos en los que la economía crece, en lugar de reducir el gasto, lograr superávit y reducir la deuda para estar en mejores condiciones en su cociente de deuda sobre PIB cuando la economía caiga y, aunque sólo sea por los estabilizadores automáticos, el gasto, déficit y deuda aumenten. Es decir, el gran error, además de un desmesurado gasto público, insostenible en el tiempo si no se limita y reduce, es que los gobiernos siguen políticas procíclicas, esto es, a favor del ciclo, que hace que pierdan recorrido de actuación cuando la economía retrocede. En ese instante, cuando tendrían que actuar contracíclicamente, se encuentran con un nivel de endeudamiento tan elevado que corren el riesgo de no poder soportar un nivel de gasto derivado de los mencionados estabilizadores automáticos o de cualquier otra medida extraordinaria.

Es lo que está pasando, pero no nos damos cuenta porque el BCE tiene implantada una política monetaria tremendamente expansiva, que compra la deuda soberana, subsoberana y también de grandes compañías y que, con sus tipos nulos, anestesia el sufrimiento de los intereses de la deuda. Eso sirve para un momento concreto y siempre que desde el lado de los gobiernos se actúe complementariamente con reformas estructurales. Ya lo dijo Draghi en 2012, cuando afirmó que haría lo que fuese necesario para mantener a salvo la zona euro (el famoso “whatever it takes”). Entonces, Draghi dijo que sólo servirían en el largo plazo esas medidas de liquidez ilimitada si se llevaban a cabo reformas profundas en la economía por parte de los ejecutivos nacionales. Sin embargo, una vez que pasó el chaparrón, los gobiernos nacionales volvieron a las andadas y como el político busca maximizar votos, tal y como nos enseña la Teoría de la Elección Pública, y juega con la ilusión fiscal de los ciudadanos, intensifica el gasto para ganar las siguientes elecciones, sin preocuparle las consecuencias siempre que sean después de las votaciones.

Pues bien, esto es un grave error. El gasto, déficit y deuda no sólo no pueden seguir creciendo, sino que tienen que disminuir, para preservar el gasto esencial, entrar en una zona de superávit presupuestario y reducir el valor absoluto de la deuda, no sólo el cociente sobre el PIB. Junto a ello, deben implantarse reformas estructurales que dinamicen la economía, no que la frenen al estilo del aumento del salario mínimo, que deja a los jóvenes y a los laboralmente más débiles en el desempleo, o de la absurda política energética española, que eleva el precio de la energía y resta competitividad. Debe ahorrarse y reformarse para tener una economía saneada y ágil, para poder afrontar contracíclicamente los momentos adversos del ciclo.

El panorama no es halagüeño. Busquemos con detenimiento, ahora que empieza la elaboración de presupuestos en España para 2022 (los Presupuestos Generales del Estado y, después, los regionales y locales), para ver cuántas administraciones reducen su gasto, cuántas lo devuelven al nivel de 2019 y no digo ya al nivel de 2015, que es donde debería regresar, antes de la intensificación del gasto que se produjo tras ese ejercicio. Ojalá me equivoque, pero, de haber alguna, serán muy pocas, y eso en el mejor de los casos, sobre todo, sabiendo que entre mayo de 2023 y enero de 2024 hay elecciones regionales, locales y generales.

Gasto limitado y eficiente, reformas profundas, impuestos bajos, equilibrio presupuestario -tras los saldos positivos que reduzcan la deuda- y endeudamiento bajo son los objetivos a conseguir, pero me temo que no lo veremos, con lo que los futuros problemas económicos serán más graves todavía que los actuales. Si llega ese momento, cada gestor político deberá mirarse al espejo y preguntarse qué hizo: si luchó por acabar con los desequilibrios económicos, con medidas ortodoxas, responsables y audaces, o si se dejó llevar por la corriente del gasto creciente irresponsable pensando en un mensaje más amable de cara al electorado, dando por hecho que la ilusión fiscal les funcionaría a costa de un empobrecimiento de la economía. Es decir, si antepuso la responsabilidad y el interés general al cargo político personal, o viceversa.

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