Y Pedro sigue sin saber qué es una nación
A un político se le pide sobre todo criterio, aunque en el fondo carezca de él. Se le sobreentiende una capacidad innata para entender los problemas de sus conciudadanos, más allá de cierta empatía impostada, que admitimos porque va en el sueldo. Incluso le reconocemos, en la dificultad de su cargo público, una tremenda vocación de servicio que le hace disfrazar su escaso talento con horas de dedicación a la causa común. Somos, en el colmo de la paciencia, habitualmente condescendientes en el perdón, a pesar del desfalco moral que muchos de nuestros representantes reproducen con afán inquebrantable. Y ahora, cuando la desafección entre representantes y representados toma distancia sideral, ni siquiera valoramos algo que siempre hemos solicitado en él: coherencia. Y cuando hablamos de incoherencia, sobresale, por encima de todos en estos momentos, el actual secretario general socialista, un hombre sin discurso ni pasado al que el futuro le llama para representar el ocaso definitivo de una forma de hacer política.
Él, Pedro Sánchez, tiene un objetivo: ser presidente del Gobierno de España. Y una dificultad que, en otro tiempo, le hubiera resultado determinante para la consecución de aquel: no sabe qué es España. Y es metafísicamente imposible que sepas lo que quieres para tu nación cuando no sabes cuál es tu nación, qué significa como concepto, cuándo nace y qué valores comunes representa. A continuación, en cuatro actos, su posición al respecto:
Junio de 2015. Pedro Sánchez, en su presentación como candidato socialista, sube a un escenario cuyo fondo aparecía copado por una gigantesca bandera —constitucional— de España, una performance al modo norteamericano que no repitió en ningún acto político de campaña más, a pesar de defender por aquel entonces que “sólo hay una nación: España”.
Octubre de 2016. En el programa Salvados, una vez fue apartado de su cargo en el PSOE y sustituido por una Gestora, defendió ante Évole y millones de telespectadores que España era “una nación de naciones”, afirmación que la historia desmonta y la coyuntura política actual no legitima. Anteriormente, en pleno acuerdo de investidura —fallido— con Ciudadanos, volvió a defender que España era la única comunidad nacional, más allá de considerarla como noción política y sin matices culturales. Todo dependía del viento del contexto, algo muy habitual en quien sublima el oportunismo frente a la firmeza de ideas propias.
Abril de 2017. En una entrevista para La Vanguardia, dentro ya de la campaña de las primarias por recuperar el cetro arrebatado meses antes, definió a España, de nuevo, como “nación de naciones”, en sintonía con Miquel Iceta y Peces-Barba, “uno de los padres de la Constitución del 78”. Quizá le hubiera venido bien leer la comparecencia del representante catalán del Partido Socialista en las Cortes de 1978 mientras se debatía la aprobación del texto constitucional. Esto defendió su camarada por aquel entonces:
“Para ello creemos necesario alcanzar una Constitución que haga de las autonomías políticas, de las nacionalidades y regiones de España, el fundamento de la estructura del Estado, y su definición como tal Estado. Una Constitución como fundamento de la unidad de España, del derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran; de la solidaridad entre unas y otras, y entre todas ellas en el resultado común, fundamentado por la Constitución, es decir, por la soberanía popular.
Mayo de 2017. «Pedro, ¿sabes qué es una nación? ¿Sí? ¿Qué es?». Patxi López, en una demostración de que en España los debates políticos no los gana el mejor, sino quien mejor representa unas sensibilidades y juega simbólicamente con las sensaciones de un electorado tipo, puso en un brete al nuevo y renovado secretario general. En aquel debate, Sánchez balbuceó en ese dadaísmo político en el que incurre cuando sus costuras intelectuales se desmontan públicamente. La respuesta al desconocimiento es siempre un monosílabo o una vaga onomatopeya, resumen del actual tiempo político que nos toca vivir.
Cuatro ejemplos de la incongruencia de quien aspira a ser el próximo presidente del Gobierno. Sugiero a Sánchez la lectura de ‘Naciones y nacionalismo’, de Ernest Gellner, una obra que profundiza en el concepto y desarrolla la visión del fenómeno a partir de los dos condicionantes que hacen posible su defensa terminológica: la voluntad y la cultura. Y que lo haga cuanto antes, no vaya a ser que un día nos despertemos con la noticia de que el PSOE elimina la E de Español por la P de Plurinacional, para mayor gloria de évoles, icetas y errejones.