OXFAM: el negocio de la pobreza

OXFAM: el negocio de la pobreza

Tras las repugnantes orgías que Oxfam ocultó en Haití y los escándalos sexuales de sus directivos en Chad, nos hemos enterado de que, además, silenció abusos a menores en algunas de sus tiendas solidarias en Reino Unido. Si hubiese sido una organización católica, la jauría progre la habría lapidado. Como no lo es, silencio. Hipocresía barata. Coherencia de todo a 100 que nos sale muy cara.

Oxfam es, por si a estas alturas alguien todavía no lo sabe, una mal llamada Organización “No Gubernamental” —considerando que sólo en nuestro país recibió, siempre según datos oficiales de la Agencia Española de Cooperación Internacional, cerca de 59 millones de euros públicos entre 1992 y 2015— que ha convertido la pobreza en un negocio muy rentable. Conocida por sus “informes” y estadísticas anuales sobre desigualdad, donde se manipulan hasta la extenuación fuentes y datos, ha vivido de nuestros impuestos mientras se permitía pontificar sobre lo insolidarios que somos desde una superioridad moral de la que, sin ningún género de duda, carece. Y resulta que no es la única. A su “hazaña” se suman, sólo en el pasado año, 120 denuncias diferentes de acoso sexual que implicaban a Save the Children, Médicos sin Fronteras y algunas otras agencias de ayuda humanitaria.

Varias se han apresurado ya a expiar sus culpas motu proprio en las últimas horas —asustadas por el efecto contagio de Oxfam— aunque callaran sin pudor hasta la fecha demostrando los suculentos incentivos con que contaban para hacerlo. Son conscientes de lo que se juegan. Las donaciones particulares se esfuman en estos casos tan rápidamente como una gota de agua en el desierto. Quienes comprometemos dinero propio a causas humanitarias buenas no tenemos ningún problema en cancelar las aportaciones cuando se descubre que los encargados de gestionar la caridad ajena se benefician tan alegre y placenteramente de ella.

Sólo hay dos cuestiones que me resultan más complicadas de entender, aunque igual de vomitivas. Por qué a trabajadores humanitarios —con independencia de su rango en la organización a la que pertenezcan—, a los que se presupone están para ayudar a víctimas de catástrofes naturales o en entornos deprimidos, se les ocurre celebrar fiestas al más puro estilo Sodoma y Gomorra. Qué les pasa por la cabeza para pagar a mujeres locales —algunas de ellas muy posiblemente menores de edad— a cambio de sexo y abusando de su necesidad extrema, salvo que se trate de auténticos depredadores sin escrúpulos o bien que sus esfuerzos solidarios vayan encaminados a convertir ciertos lugares en macroprostíbulos tipo Cuba como solución a la pobreza… La primera, cómo es posible que la cúpula de una organización solidaria pueda llegar a ser tan corrupta y dañina —como sus anticapitalistas ideas— hasta el punto de situar a sus directivos entre el 1% de los más ricos del planeta. La segunda, cómo ante semejantes comportamientos inhumanos e injustificables —carentes de toda ética— haya quienes por sesgo político o periodístico sean capaces de omitir y silenciar lo que en el ejercicio de la labor informativa debería ser enérgicamente condenado sino visibilizado, como mínimo.

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