Otros 134 días, no

Otros 134 días, no

Ha terminado este lunes el periodo que se inició el 20 de diciembre tras la celebración de las elecciones generales. CIENTO TREINTA Y CUATRO DÍAS en los que los españoles y las españolas hemos asistido a algo nuevo y distinto. Aunque no mejor, sino todo lo contrario, de lo que estábamos acostumbrados a ver en nuestra ya madura democracia —o eso es lo que pensábamos—. Ha sido imposible elegir un presidente y formar un Gobierno. Se marcaron tantas rayas por parte de todos —rojas, azules, moradas y naranjas— que han demostrado que tanta incompatibilidad, rechazo y exclusiones sólo nos ha llevado a una situación inédita. España sin presidente y sin Gobierno capaces de gobernar durante al menos siete meses. Con un déficit como el que tenemos, que necesita crecimiento del país para no acudir a ajustes, tal incapacidad adquiere aún mayor gravedad.

Doy por hecho que esta experiencia nos habrá vacunado a todos y bien haríamos en exigir que en el plazo más breve posible tras las elecciones del 26 de junio haya presidente y haya Ejecutivo. Si puede ser en julio o a comienzos de agosto. Otros 134 días nos llevarían al 16 de noviembre. Y sería inconcebible. Se conocen los programas y, muy pronto, los candidatos y las listas. Bastaría con que cada uno se expresara con claridad respecto a una serie de cuestiones para que todo fuera más fácil en esta anómala campaña. Lo primero, el ‘proyecto de país’ que cada uno tiene. Saber qué España queremos es imprescindible para empezar a hablar de los españoles.

Lo segundo es qué presupuestos se presentarán en octubre en el Congreso de los Diputados. Ingresos y gastos. Porque, sólo así será creíble cada uno con sus políticas. La estabilidad económica no puede olvidarse de la estabilidad social.  Sin cuentas públicas saneadas, las consecuencias recaerán en la parte más débil de la sociedad. Cuanta menos capacidad tenga el Gobierno para atraer partidas presupuestarias al gasto social, más injusticias y desigualdad habrá. Dicho de otra manera: necesitamos crecer para lograr los objetivos en la lucha contra la pobreza y la exclusión social. Lo tercero es el modelo territorial y la reforma de la Constitución. El debate resulta difícil de construir sobre una coyuntura que no suele conducir a nada bueno. Debemos plantear la situación desde el convencimiento de que lo que tenemos está dando síntomas de agotamiento. El Tribunal Constitucional ha pasado de ser el superior intérprete de la Carta Magna a una tercera cámara que parece ser la que legisla y gobierna este país, y no precisamente por su culpa.

Lo cuarto tiene que ver con los nacionalismos y los soberanismos. Al tipo de nacionalismo que existe en algunas comunidades le interesa una España débil, ésa a la que se refieren en tercera persona. Los peores momentos de los nacionalismos han sido siempre aquéllos en los que la política de Estado ha tenido claro que España no es la suma de partes sino un espacio común, compartido, diverso, plural y compuesto. Por eso es necesario que cada uno deje muy claro en esta campaña hasta donde está dispuesto a llegar a este respecto. He aquí cuatro asuntos sobre los que podría girar esta campaña. Probablemente ayudaría a saber antes lo que quieren —lo que queremos— hacer después. Un proyecto de país. Un proyecto de crecimiento justo y ético. Un proyecto de igualdad.

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