Operación Illa: la democracia robada

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La semana pasada fue intensa en noticias sobre la precampaña electoral en Cataluña. Hubo dos golpes de efecto importantes que son como el anverso y el reverso de un mismo problema. El primero, la retirada de Miquel Iceta como candidato del PSC a la Generalitat, para que lo sea el ministro Salvador Illa (designado a dedo desde la Moncloa, aunque lo ratifiquen los órganos del PSC). El segundo, la marcha de Lorena Roldán de Ciudadanos al PP tras ser víctima del mismo problema: aunque ella había ganado las primarias, le colocaron a dedo a otro candidato.

Lo ocurrido no es un episodio puntual, sino una consecuencia de la estructura política en la que vivimos: la partitocracia presenta importantes déficits democráticos. En efecto, cuando se negoció la Constitución, la casta del régimen saliente pactó con la oposición democrática un sistema en el que se optó por los partidos antes que por la democracia formal. La consecuencia de esto es que carecemos de separación de poderes legislativo- ejecutivo, y que todo pasa por los partidos, sin que pueda producirse una elección directa de los representantes por parte de los representados. Intentando mitigar el estropicio partitocrático, la Constitución dispone que los partidos deben regirse por la democracia interna. La aplicación práctica de esta exigencia podemos decir que ha sido meramente simbólica, pues si bien es cierto que en algunos partidos hay primarias, la realidad es que las decisiones a dedo se imponen siempre que a las oligarquías de hierro de los partidos les conviene.

Así ocurre en este caso: la operación Illa, según las informaciones difundidas, procede del ámbito presidencial, promovida por el asesor Iván Redondo. De modo que se da la situación de que un asesor, que ni siquiera es afiliado, decide el candidato en contra de la voluntad expresa de la militancia. Algo que no es nuevo, pues todos recordamos la caída de Borrell como candidato y otros casos. Pero pone de relieve una vez más que partitocracia no es democracia.

Naturalmente, no pretendo demonizar al PSOE en este aspecto. Los demás también han burlado la exigencia de democracia interna cuanto han podido, y ahí está para demostrarlo Lorena Roldán. Se trata de un problema estructural, no de un partido u otro. Sin ir más lejos, Podemos también se ha quitado del medio a la ganadora de las primarias en Cataluña.

Ahora bien, cada uno debe responder de sus méritos, y es evidente que el mandato constitucional de democracia interna lo cumplen unos mejor que otros. El PP eligió a su líder en primarias y ha recogido a la candidata elegida por la militancia de Cs, JxCat se ha sometido al mandato de las urnas y su candidata será Laura Borràs (aun al precio de tensiones internas con los partidarios de Puigdemont), y ERC también eligió a Pere Aragonès democráticamente.

Así las cosas, a la mala fama que arrastra por la gestión de la pandemia, Illa añade la tacha de ser un candidato impuesto desde Madrid. Lo cual me devuelve a una idea que he expresado otras veces: gran parte del éxito del independentismo está en lo mal que lo hacen los unionistas. En efecto, el día siguiente a las elecciones los «constitucionalistas» (dejen que me ría del adjetivo, viendo como pisotean el artículo 6 de la Constitución) se lamentarán una vez más de la victoria independentista. Dirán que la culpa es de TV3, la inmersión lingüística y no sé cuantas cosas más. Pero a lo mejor resulta que para derrotar a los indepes hay que ser mejor que ellos, o por lo menos estar a la altura, cosa que de momento los unionistas no han logrado casi nunca.

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