O nos ahogamos o nos morimos de sed

Pedro Sánchez

Cuando algún fenómeno de la naturaleza nos provoca alguna suerte de desgracias materiales, como ocurrió con la erupción del volcán de La Palma, o personales, como ha acontecido con la DANA del pasado mes de octubre en Valencia, intentamos extraer alguna enseñanza para prevenir o limitar las consecuencias de futuros eventos. Y lo mismo debería pasar cuando lo que regala la naturaleza es un período continuado de benéficas lluvias en un país con un clima mayoritariamente seco, e incluso árido en algunos territorios.

Desde los últimos días de febrero se encadenaron unas cuantas borrascas atlánticas que han dejado inusuales lluvias en algunas zonas de España. Pero estas precipitaciones, que efectivamente son infrecuentes, no se pueden considerar extraordinarias si se abre un poco el período temporal en que se observan, y por eso deberíamos estar preparados para extraer de las mismas todo el beneficio que nos pueden proporcionar, que consiste, principalmente, en tener capacidad de embalsar y utilizar el agua caída.

Pero lamentablemente no es así. Aunque la naturaleza sí que hace su trabajo y aporta muchos recursos a los reservorios naturales y, más en concreto, a los acuíferos subterráneos, la cantidad de aguas superficiales que se consigue retener y aprovechar es insólitamente baja en relación con las precipitaciones acontecidas. En resumen, poco beneficio se extrae de las mismas y en poco ayudan a cubrir necesidades y escaseces futuras; que indudablemente las tendremos, porque días de mucho, vísperas de nada y no por beber mucho un día dejaremos de tener sed al siguiente.

Las condiciones climáticas de nuestro país y la conveniencia de aprovechar los recursos hídricos han sido evidentes para todos los moradores que ha tenido la península ibérica. Los romanos y los árabes ya realizaron numerosos acueductos y derivaciones; en la edad moderna se emprendieron importantes obras, como las infraestructuras de riego en el levante, las canalizaciones en el Ebro y el Guadalquivir o el Canal de Castilla; en el siglo XIX se realizaron las principales captaciones y traídas de agua para las grandes ciudades españolas; y ya en el siglo XX, las dictaduras de Primo de Rivera y de Franco impulsaron la construcción de nuestros grandes embalses y de los correspondientes aprovechamientos, acometidas, regadíos…

¡Pero hasta ahí llegamos! Aunque en los primeros años del actual período democrático se terminaron las infraestructuras ya iniciadas, después las ejecuciones de obras hidráulicas han sido mínimas en relación con los recursos de que se ha dispuesto, con el incremento de la población y con la multiplicación de los usos y, en general, de la demanda de agua.

Esa parálisis se intentó romper con el Plan Hidrológico Nacional que impulsó el PP de José María Aznar y que, sin ser muy invasivo, conseguía, entre otros muchos beneficios, alcanzar la vieja aspiración de unir la España húmeda con la seca. Pero el maléfico Rodríguez Zapatero, que es un felón a la altura de los más grandes de nuestra historia, como Bellido Dolfos, Antonio Pérez o el mismo Fernando VII, arruinó, quizá para siempre, esa posibilidad. Con su PSOE falsario y frentista, que es el actual, engañó a los aragoneses (que perdieron cientos de miles de hectáreas de regadíos en la cota 400), a los catalanes (que perdieron los trasvases de agua a toda el área urbana de Barcelona) y a los valencianos y murcianos (a los que colocaron unas contaminantes, ineficientes e infrautilizadas desaladoras).

Lamentablemente, parece que vamos a seguir así mucho tiempo. El sediento sudeste español seguirá sin tener infraestructuras que le permitan captar agua; todas las que han traído las gotas frías de otoño y las borrascas de invierno no han llenado sus embalses, que son de laminación y que se hicieron pensando en evitar grandes avenidas y no en captar las aguas de las escasas precipitaciones. Se seguirá, eso sí, sobreexplotando el trasvase del Tajo, que es una obra que se concibió hace más de 60 años cuando las necesidades de agua eran un 10% de las actuales.

Y por supuesto, a estos efectos, la actual administración ni está ni se la espera. Ya son 7 años sin hacer nada. Bueno, sin hacer nada no, el Ministerio del ramo abrazando la estrategia de la no intervención y la pseudo conservación que, como hemos visto en Valencia, solo trae malas consecuencias; y Pedro Sánchez sobreviviendo a costa de ejecutar la agenda de sus socios filoterroristas y secesionistas, que, obviamente, no están por impulsar una política nacional o por hacer algo que pueda ser bueno para nuestro país.

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