O se acaba con Santisteve o Santisteve acaba con Zaragoza

O se acaba con Santisteve o Santisteve acaba con Zaragoza

El alcalde de Zaragoza, Pedro Santisteve, es un auténtico coleccionista de despropósitos. La última ocurrencia del Ayuntamiento maño es ofrecer clases de masturbación con dinero público. El catálogo de actividades habla por sí solo: autoexploración genital, tonificación del suelo pélvico, utilización de juguetes eróticos y uso de lubricantes. Nada tenemos en contra del disfrute y del conocimiento sexual, ya que es sinónimo de salud. No obstante, el dinero público ha de utilizarse en otras cuestiones. Entre lo ridículo y lo sospechoso, además, está el hecho de que Santisteve recurra a la cooperativa ‘Desmontando a la Pili’, con tienda en la propia ciudad. 

La imagen de frivolidad, pachanga y chapuza que siempre rodea a este dirigente es como para que los ciudadanos tomen nota de cara a las próximas elecciones locales y acaben con él de manera política. Si Zaragoza no pone punto y final al periplo de Pedro Santisteve en su casa consistorial, Santisteve acabará con una de las ciudades más representativas de España. Su figura representa a la perfección el gran fraude de «los alcaldes del cambio». Esos dirigentes municipales que Podemos lanzó como salvadores de la política y cuyos mandatos al frente de algunas de las capitales más importantes de España han acabado en absoluta decepción, cuando no en preocupante desgobierno.

Ahí están los ejemplos de Kichi en Cádiz, Carmena en Madrid, Colau en Barcelona, Ribó en Valencia o el propio Santisteve en Zaragoza. Este último estuvo en el ojo del huracán a principios de este mes de febrero después de que su equipo publicara un folleto en el que se fomentaba el consumo de drogas. En ese documento se incidía en que estas sustancias no sólo constituyen un asunto de «riesgo», sino «también de placeres y salud». Un mensaje devastador para todos los ciudadanos, en especial de cara a los más jóvenes. Los «alcaldes del cambio», como el propio Podemos, se han diluido en la realidad. Es mucho más fácil hablar que gestionar, pero es muy difícil hacerlo peor de lo que lo han hecho ellos. Los ciudadanos deben reaccionar y acabar en las urnas con todos ellos.

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