No son los indultos del Rey, son del felón

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El 3 de octubre de 2017 Felipe VI, pronunció en televisión el discurso que, probablemente, será el más comprometido, más arriesgado, más polémico de su Reinado. Fue la respuesta del jefe del Estado al golpe que habían perpetrado días antes los sediciosos catalanes. Dijo cosas tan claras, tan extraordinariamente medidas, como éstas: “Se ha proclamado ilegalmente la independencia de Cataluña”, “Las autoridades han incumplido la Constitución”, “Han vulnerado los principios democráticos de todo Estado de Derecho”, “Se han situado al margen del Derecho y de la democracia”, “Han pretendido romper la unidad nacional” y “Han quebrado el orden constitucional”. Normalmente, de las intervenciones trascendentes del Rey (por ejemplo, sus intervenciones en Nochebuena) tiene conocimiento previo la Presidencia del Gobierno. Siempre ha sucedido así, tanto que en ocasiones muy contadas el texto preparado en La Zarzuela ha resultado inconveniente para La Moncloa. Así ocurrió cuando en plena conmoción nacional por la corrupción monstruosa del Partido Socialista, Don Juan Carlos redactó un primer borrador en el que, sin ambages, se dolía y denunciaba los numerosos casos de corrupción general que nublaban la sociedad española hasta hacerla apestosa. El borrador sufrió alguna variación y la final el discurso real quedó, si no anulado, sí bastante decolorado.

¿Qué sucedió en los primeros días de octubre de 2017? Pues que el Rey, ya Felipe VI, comunicó a Rajoy su interés por intervenir en el tremendo conflicto institucional que habían provocado los secesionistas. Al presidente de entonces le pareció adecuada la iniciativa, y La Zarzuela compuso un discurso calificado, casi por unanimidad, de “magistral”. No se ha dicho que Rajoy no añadió, ni quitó una coma al texto del Monarca, ni tampoco que el presidente, dada la trascendencia del momento, juzgó imprescindible que el jefe del principal partido del país, ya por entonces el PSOE de Pedro Sánchez, conociera no sólo la intención de Felipe VI de dirigiese a la Nación, sino, además, las líneas maestras de su alegato. Así fue, por lo tanto Sánchez no puso pega alguna a lo que iba a afirmar Su Majestad, y en consecuencia, se mostró conforme con el requerimiento que hizo el Rey para que los independentistas regresaran al orden constitucional.

Es trascendente este hecho porque demuestra hasta qué punto el actual presidente no sólo ha traicionado el mensaje de Felipe VI, sino que ahora mismo  se dispone a perdonar, que no otra cosa son los indultos, a los transgresores de la principal Ley que rige nuestra democracia. Son los mismos políticos con los que se conchaba y que perpetran desaire tras desaire al Rey. Pero a él le trae por una higa erosionar su figura. Con sus  comportamientos indecentes ha colocado a la Monarquía parlamentaria en el trance más oscuro de su trayectoria desde el golpe de Estado de 1981. Contra la opinión de no menos del sesenta por ciento de la población, y con el único fin de permanecer en el poder, va a perpetrar un atentado al orden constitucional arrastrando para ello a un Rey que, según explicaba documentalmente el lunes Loreto Ochando en este periódico, no tiene otro remedio que suscribir los decretos, éste y otro cualquiera, que le le envíe el Gobierno. Este cronista recuerda a este respecto que en una ocasión, uno de los padres de la Constitución, el centrista Gabriel Cisneros, adujo que las funciones del Rey quedaron mermadas en la versión final de nuestra Norma Suprema. Dijo textualmente en el Club Siglo XXI de Madrid. “¿Qué pasará si al Rey se le pone a la firma un decreto disconforme con la propia Constitución?” “Pues bien -se contestó a sí mismo- que no tendrá otro remedio que firmarlo”.

Claro está que en unos momentos como estos en que, al contrario de la opinión de Cisneros, lo que menudea en el Gobierno social leninista es la idea de, al revés, recortar todavía más, las funciones de la Corona, apoyar una revisión al alza de estos poderes sería una estúpida ingeniosidad que ni siquiera secundarían los partidos del centroderecha español. Por tanto, nada por ahí; por ahí no cabe rectificación alguna al hórrido desfiladero por el que transita el felón Pedro Sánchez. ¿Qué cabe? Pues que  Felipe VI, tal y como ha hecho al recibir la Medalla de Oro de Andalucía, haga varios gestos precisos y directos más para refrendar no solo la unidad de España, que también, sino la descalificación de todos los que pretenden subvertirla.

El Rey en consecuencia no tiene otra posibilidad que firmar lo que se le exige, otra cosa es sin embargo, que sea preciso en estos momentos recordar, por un lado, este extremo y por otro, delatar con toda rotundidad a quien le ha puesto en el trance de contradecir sus propias palabras del 17. Y es que contradecir es exculpar, aunque sea por deber y por mandato constitucional, a los delincuentes que hace cuatro años se colocaron “al margen del Derecho y de la Democracia”. Pero lo “políticamente correcto” triunfa tanto en España que las palabras, vehementes y sin filtro, de la presidenta de la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso sobre la guarrería política que ha articulado Sánchez exigiendo al Rey una firma que seguro que aborrece, han parecido escandalosamente inapropiadas, fuera del cacho político habitual. Y nada más lejos de la realidad: la desvergüenza es que todo un presidente del Gobierno del Reino de España, someta a su titular al trance de suscribir un decreto con el que se muestra en desacuerdo, como por lo demás lo hace -ya está escrito- más del sesenta por ciento de la ciudadanía española. Ese es el escándalo que protagoniza el felón más grande que haya padecido España desde los tiempos de Fernando VII. Los indultos por todo esto no son una opción satisfactoria para el Rey, son todo lo contrario a lo que él piensa. Es su terrible obligación constitucional. No hay más cera que la que arde en la pira en que ha transformado España el psicópata narcisista (es definición de los psiquiatras) Pedro Sánchez.

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