No obedezcas por anticipado

Sánchez tiranía

Timothy Snyder titula «No obedezcas por anticipado» el capítulo primero de su libro Sobre la tiranía. Veinte lecciones para aprender del siglo XX. La primera edición de esta obra vio la luz en el año 2017 y nos brinda veinte lecciones para evitar que la tiranía (de corte nazi y/o comunista en esos años) que asoló Europa en el siglo XX prenda en las sociedades europeas del siglo XXI. «No somos más sabios que los europeos que vieron cómo la democracia se rendía ante el autoritarismo durante el siglo XX. Pero cuando el orden político parece amenazado, nuestra ventaja es que podemos aprender de su experiencia para impedir el avance de la tiranía. Ahora es un buen momento para hacerlo».

En el prólogo del libro, Snyder explica que los padres fundadores, cuando elaboraban la Constitución de Estados Unidos, meditaban sobre la caída de las democracias de la antigüedad, pues aunque la historia no se repite si puede aleccionar para impedir caer en errores del pasado. Así, recordaban que Aristóteles advirtió que la desigualdad conlleva a la inestabilidad, mientras que Platón estaba convencido de que los demagogos se aprovechan de la libertad de expresión para erigirse en tiranos. De ahí que los padres fundadores, al fundamentar su república democrática en el derecho, establecieron un sistema de frenos y contrapesos para evitar que triunfara lo que los antiguos filósofos llamaban tiranía; en suma, que un solo individuo o grupo usurpara el poder burlando las leyes en su propio beneficio. Supongo que todos ustedes han extraído ya algún ejemplo contemporáneo y bien cercano de cómo se puede llegar a ese extremo de demolición de un sistema democrático.

Y es que lo que estamos viviendo en España, con la parasitación de todas las instituciones y la acumulación de poder en un solo individuo, es una prueba paradigmática de cómo se puede repetir lo peor de la historia del siglo XX y de cómo un país democrático puede transitar hacia la tiranía.

De la historia también podemos aprender que cuando el tránsito de la democracia a la dictadura se promueve desde las instituciones no se requieren armas ni violencia física explícita; no al menos en primer lugar. Si quien promueve el golpe contra la democracia utiliza las instituciones democráticas habrá un periodo de tiempo, casi siempre demasiado largo, para reaccionar con éxito, en el que millones de individuos vivirán bajo la ficción de que lo que se está haciendo desde el poder es «democrático», más allá de que sea o no de su gusto. Por eso, es interesante comprender lo que Snyder explica en el capítulo que da título a este artículo, eso es, que la mayor parte del poder que concentran los gobiernos autoritarios les ha sido otorgado libremente, pues los individuos se anticipan a lo que querrá el gobierno más represivo –ése que demuestra cada día que está dispuesto hacer lo que sea y como sea para concentrar mayores cuotas de poder- y deciden ahormarse incluso antes de que se lo pidan, para vivir más cómodamente o, siquiera, para no ser excluidos. «Un ciudadano que se adapta de esa manera está enseñándole al poder lo que es capaz de hacer».

La obediencia anticipatoria es una tragedia política, pues ningún nuevo régimen dispone al comienzo de los medios directos para influir en los ciudadanos en uno u otro sentido. Como la historia nos recuerda, gracias a que millones de personas brindaron voluntariamente sus servicios a los líderes nazis o comunistas (en el 1932 en Alemania y en 1946 en Checoslovaquia) tanto los nazis como los comunistas se dieron cuenta de que podían avanzar rápidamente hacia un cambio total de régimen. Recordar es un deber, que escribió Primo Levi.

Revertir esos «irresponsables actos de conformidad» resulta siempre harto difícil, cuando no imposible, como lo fue en los citados ejemplos. Salvadas las distancias –no hay una guerra en suelo europeo de por medio, más allá de la invasión de Rusia a Ucrania y las repercusiones que pueda tener la masacre cometida por Hamas en Israel y la respuesta bélica y defensiva que ha provocado–, el resultado de las últimas elecciones generales en España es una buena muestra de hasta qué punto las personas son extraordinariamente receptivas a adaptarse a las nuevas normas en un nuevo escenario. Están «sorprendentemente dispuestas» a hacer lo que sea si así se lo ordena la autoridad o, meramente, si así se van a sentir más acogidas por quien manda.

Se me dirá que Sánchez no ha llegado a marcar las casas de los no adeptos como hicieron los nazis con los judíos, pero en el siglo XXI la exclusión no requiere de prácticas tan amanuenses. Hoy basta con excluir o señalar desde todas las esferas de poder a quienes no formamos parte del nuevo régimen para encontrar un ejército de obedientes discípulos dispuestos a anticiparse a la consigna. Quien se atreve a proclamar solemnemente que levantará un muro entre españoles ni siquiera tiene que llamarte facha para que millones de españoles comiencen a levantar el muro frente a ti en el colegio de tus hijos, en el comercio que regentas, en el medio de comunicación en que escribes, en el club social que frecuentas…

Así las cosas, sería en extremo inaceptable que el muro no puede ser derruido, lo que yo llamo rendirse por anticipado. Cuando los líderes políticos dan mal ejemplo es la hora del deber ciudadano y profesional; y en ese sentido resulta esperanzador que tantos colectivos hayan demostrado su compromiso con las buenas prácticas y que tantos ciudadanos se hayan declarado insumisos ante los abusos de poder del Gobierno. Para que triunfe el mal se requiere el silencio de la mayoría; para que triunfe la resistencia es preciso que las ideas de cambio frente al régimen autoritario motiven a personas que piensan diferente y que estén dispuestas a alzar la voz y asumir su nivel de responsabilidad.

Hemos de utilizar todos los instrumentos a nuestro alcance para que la inmensa mayoría de españoles, defensores de la democracia, la libertad y la Igualdad, volvamos a reencontrarnos sin ningún muro entre nosotros. Los comunicados, las firmas, los artículos, los pronunciamientos, las redes…, todo sirve. Pero para que triunfe la resistencia es necesario que el reencuentro se produzca en lugares públicos, porque nada es real hasta que no acaba en las calles. Así pues, ¡nos vemos!

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