No nos podemos permitir una ETA bis en Cataluña

No nos podemos permitir una ETA bis en Cataluña

La violencia larvada que se está generando en Cataluña por parte de radicales como Quim Torra, que incitan a «apretar» y apoyan las algaradas callejeras de los autodenominados CDRs, puede acabar cristalizando, si no se toman las medidas adecuadas, en una banda terrorista al estilo de Terra Lliure. Se está produciendo una banalización de este fenómeno que es muy peligroso. Ya no es solo el pasear a Arnaldo Otegi por todos los rincones de esta comunidad autónoma como si fuera un hombre de paz, y que tanto Carles Puigdemont como Esquerra Republicana compitan en ver quién es más amiguito del dirigente de Bildu.

Es que en Cataluña comienza a ser un mérito el haber pertenecido o colaborado con una banda armada. Ya no se trata solo de casos como el de Gonzalo Boye, abogado de Carles Puigdemont y que fue condenado a catorce años de prisión por colaborar con ETA en el secuestro del empresario Emiliano Revilla. Es que Carles Sastre, uno de los asesinos del empresario José María Bultó como miembro del Exèrcit Popular Català, es un sindicalista reivindicado por el secesionismo y fue definido como “un gran reserva del independentismo” en la televisión de la Generalitat.

Por no hablar de Fredi Bentanachs, uno de los fundadores de Terra Lliure, al que hace unos días Carles Puigdemont recibió con todos los honores en la ‘Casa de la República’ que tiene en Waterloo, y que se ha fotografiado con Quim Torra y Joan Tardà en diversos actos secesionistas. Sin olvidar su activo papel en el violento escrache que un centenar de radicales hicieron a Societat Civil Catalana en un homenaje a El Quijote que se celebraba en el Aula Magna de la Universidad de Barcelona.

La Cataluña de 2019 está mucho más radicalizada que la de los 80’s e inicios de los 90’s, cuando Terra Lliure fracasó ante la falta de apoyo social. Los catalanes no crearon un tejido como el que la izquierda abertzale construyó para apoyar a ETA, y el problema no se enquistó. La ERC de Àngel Colom consiguió que dicha banda criminal, ante su fracaso, se disolviera y la vía terrorista quedó abandonada en Cataluña. Muchos de sus antiguos integrantes son actualmente cuadros de esta formación o de entidades satélite, como en el caso de Sastre, y deberían difundir entre el independentismo el error de escoger la vía de la violencia armada.

Los ‘lehendakaris’ de los años de plomo de ETA eran mucho más cuidadosos en sus declaraciones públicas que Quim Torra en la actualidad. Y eso ya es mucho decir. Cada declaración del presidente de la Generalitat que deslegitima el sistema democrático español da alas a los más radicales que quieren tomarse la justicia por su mano para «librar a Cataluña” de esa «España» que es para ellos una «dictadura franquista».

Si el secesionismo no hace una reflexión seria, el actual conflicto social pasará a una fase más peligrosa. Ahora mismo hay dos Cataluñas que se ignoran. Pero las miradas de odio que se ven en las concentraciones pro CDRs, en los mitines separatistas en los que se incita a «marchar de Cataluña» a los que no piensan como ellos, o su búsqueda de la exclusión del espacio público de los catalanes no independentistas, no son buenas señales. Se empieza tachando de “colono”, “invasor” o “no catalán” al vecino y se acaba aplaudiendo su asesinato.

Ni Cataluña, ni el resto de España se pueden permitir una reedición de Terra Lliure. A la sociedad vasca le ha llevado mucho sufrimiento, y varias décadas, alcanzar cierto nivel de convivencia aceptable, y aún hoy en día la influencia del entorno que protegió al terrorismo de ETA es muy grande y las heridas causadas por la barbarie de la banda asesina están lejos de cerrarse.

Es imprescindible que Cataluña no emprenda el mismo laberinto sin salida por el que los vascos, y todos los españoles, tuvimos que pagar un precio muy alto. Y el primer paso es que los dirigentes secesionistas tengan, por una vez, el valor de reconocer que se equivocaron al violar la Constitución, que mintieron a sus seguidores, y que España no es una dictadura y que la única manera de convivir en paz es aceptar que los catalanes no independentistas no son sus enemigos, sino sus vecinos. El problema es que ese político independentista valiente y con sentido de Estado ahora mismo no se sabe quién es. Y ante ese vacío solo queda la opción policial y la firme acción de la Justicia democrática de nuestro país para defender a millones de catalanes de una violencia que cada día puede ir a más.

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