“No es la agenda internacional, estúpido”
Podría ser la frase que da título a este artículo una de las sentencias más escuchadas en los despachos monclovitas o de Ferraz estos días. La estrategia del gabinete de Pedro Sánchez de basar su corta legislatura en viajes al extranjero y permanecer alejado de los problemas de los españoles ha tenido su primera consecuencia en el estrepitoso descalabro en Andalucía. La votación de este domingo se hacía en clave nacional y, de hecho, los líderes de los partidos estatales no han salido de la región en su convencido propósito de darle un vuelco político como así ha sido. La única excepción ha sido la del presidente Sánchez, más pendiente de la foto con otros dirigentes internacionales que atender los problemas domésticos.
En ocasiones, los líderes se resisten a aceptar las reglas más o menos escritas de la política y es su deseo de combatirlas, impulsados quizá por la autocomplacencia, las que les induce al caos. Desde que el juego democrático entre partidos se extendió en Occidente hace un siglo, la agenda política internacional ha sido protagonista fundamental en la segunda parte de los mandatos. Así, por ejemplo, en EEUU, Ronald Reagan pasó sus últimos dos años negociando con Gorbachov. Bill Clinton empleó su último mandato para involucrarse en el proceso de paz de Irlanda del Norte e intervenir militarmente en Kosovo. George W. Bush trató de retomar su impopular política exterior enviando más tropas a Irak y reiniciando las conversaciones de paz en Oriente Medio. Obama, por su parte, restauró las relaciones diplomáticas con Cuba y puso fin al embargo iraní en los últimos años al frente de la Casa Blanca. En el caso español, podríamos encontrar algún ejemplo similar con el caso de la presidencia de José María Aznar desde 2000 o incluso Mariano Rajoy que empezó a dinamizar sus viajes al exterior sólo a partir de 2017.
La razón para que eso sea así no es otra que en la primera legislatura los dirigentes políticos se lanzan a la política interna para recabar más apoyos hacia su partido y, de este modo, en la siguiente cita electoral lograr una mayoría mayor que incremente sus escaños en las cámaras representativas. Pero Pedro Sánchez no está haciendo nada de esto. Las cifras ya son conocidas. El presidente socialista ha dado más de tres vueltas al mundo en su veintena de destinos internacionales desde que asumió el cargo. Los casi 60.000 kilómetros de Sánchez fuera de España contrastan con los 9.000 kilómetros que el líder popular, Pablo Casado, ha recorrido en Andalucía durante las últimas semanas. Y ahí están los resultados. Una agenda internacional sin resultados que ofrecer no vale para nada.
Tras el hundimiento del pasado domingo en Andalucía, Sánchez no ha estado físicamente con los suyos. Ha cogido rumbo a Polonia, en un gesto que ni es entendido por los que han votado a la marca socialista en Andalucía, ni por nadie. Lo vivido este domingo es una demostración que la moción de censura que le llevó a Sánchez a La Moncloa no suponía un período de gracia indefinida como le hizo creer la cocina demoscópica del director del CIS. La forma con la que Sánchez ha encarado la crisis catalana, los insultos consentidos casi a diario a nuestra Constitución y al marco de convivencia, la equidistancia o la connivencia con quienes representan la ruptura de nuestra unidad, la ausencia de un proyecto político para el país, el uso partidista de la inmigración… han sido fundamentales para el fracaso en Andalucía. Todo un preámbulo de lo que está por venir y sin agenda internacional que lo evite.