El negacionismo económico del Gobierno

El negacionismo económico del Gobierno
El negacionismo económico del Gobierno

Pese a que cada dato que se va publicando confirma, desgraciadamente, que la economía se para y que las expectativas empeoran a gran velocidad, el Gobierno se niega a aceptar la realidad, agarrándose siempre a algún matiz transitorio que les permita mantener su postura. Sin embargo, eso hace que Sánchez viva de espaldas a la realidad, instalado en un mundo paralelo, ficticio, inexistente, que sólo tiene cabida en su fantasiosa descripción de la evolución económica en España.

El presidente Sánchez insiste en hacernos ver que la economía española es la más rica, más potente y más próspera del entorno internacional, que va a avanzar con mayor fuerza porque él va a cambiar la estructura económica nacional, llenándola de tecnologías, renovables y economía verde para, con sólo decirlo y desearlo, pasar, de la noche a la mañana, a ser la economía puntera de Europa.

De nada sirve que la Comisión Europea, el FMI, la OCDE, la AIReF, BBVA Research o el Banco de España revisen a la baja sus previsiones -especialmente, para 2023- alerten del problema de la deuda en España, señalen un probable escenario de estanflación, adviertan del riesgo de la subida de tipos de interés para los gastos financieros de las finanzas públicas o prevean un fuerte descenso del consumo derivado del encarecimiento de los préstamos a familias y empresas. Para ellos, eso no es real e incluso, en algunos casos, no dudan en lanzarse para poner en duda los datos del INE o atacar al gobernador del Banco de España por narrar la realidad económica presente y la que parece venir.

Ahora, como mucho preparan el terreno para responsabilizar del deterioro -cuando ya se refleje claramente en los datos, probablemente, en este otoño- a la guerra de Ucrania, pero cada medida que adopta el Gobierno empeora la situación de familias y empresas. Sólo sabe recurrir a más gastos, impuestos y parches, sin ninguna idea que permita ayudar a la economía.

La realidad es muy distinta a la fantasía económica del Gobierno. Una vez que el margen del ahorro acumulado se haya agotado, el consumo disminuirá de manera intensa -como ya previó el Banco de España en uno de sus informes trimestrales- y, con ello, posteriormente lo hará la producción y, en último extremo, el empleo.

El Gobierno, sin embargo, hace como algunos niños pequeños, que se tapan los ojos cuando no quieren ser vistos, sin entender, en su inocencia, que están a la vista de todos. En este caso, no es la inocencia de los niños, sino la torpeza de querer aplazar los problemas y el intento de tratar de ocultar la realidad, pero no sirve de nada, porque se ven perfectamente los problemas de la economía española. Tapan, así, la desesperación de muchas empresas e industrias que tienen que parar su actividad porque no pueden soportar el coste energético; o el horror de las familias que ven cómo no llegan ya a fin de mes porque la cesta de la compra, el recibo de la luz o el depósito del coche lo hacen imposible. Ante este riesgo cotidiano, tratan de anestesiarlo con la especialidad socialista, especialmente de este socialismo: dinero público a espuertas, pagado por todos los contribuyentes, aunque venga de Europa, porque todo sale de los bolsillos de los ciudadanos vía impuestos, mientras no toma ninguna decisión para que la situación mejorase.

Es más, con ese espejismo creado a través del gasto, el déficit y la deuda, engorda el problema, para aplazarlo, con el ánimo de llegar al final de la legislatura y tratar de repetir en la presidencia, aupado en su realidad virtual, a modo de metarverso económico, o encontrar acomodo en la Unión Europea, pues a buen seguro que al presidente Sánchez le seduciría presidir la Comisión.

La realidad, como he dicho, es otra: viene un horizonte económico duro, con subidas de tipos necesarias -que ya han comenzado- para combatir la inflación que está empobreciendo a los hogares y a las empresas; subidas de tipos que encarecerán la financiación, elemento que hará caer el consumo y la inversión y, con ello, la producción, la actividad y el empleo. Este hecho, aunque sólo sea por el juego de los estabilizadores automáticos, tensará aún más el gasto, el déficit y la deuda, mientras caerá la recaudación -el efecto de la inflación en el crecimiento de la misma siempre será pasajero, hundiéndose, después, por caída de actividad-. Ese entorno económico español será mucho más duro de lo que debería, porque, en estos años, Sánchez no ha llevado a cabo ninguna reforma para agilizar y mejorar nuestra estructura económica; es más, la ha empeorado con la contrarreforma laboral, las subidas de impuestos y el gasto estructural que ha incrementado, dejando a la economía más endeudada, menos preparada y más débil.

Cuando Sánchez deje la presidencia, su gestión nos habrá salido muy cara a todos los españoles y la situación que dejará será todavía peor, en el medio plazo, que la que traspasaron los socialistas tanto en 1996 como en 2011, siendo muy malas ambas.

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