A los muditos podemitas les mola el golpismo

Maduro-Venezuela-Podemos
Nicolás Maduro en una reciente imagen (Foto: AFP).

Que un asesino convicto e integrante de una banda de delincuencia organizada presida un Tribunal Supremo es una cosa de lo más normal del mundo. Tiro, obviamente, de ironía para describir el disparate que es Venezuela, la verdadera patria chica de Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, la multimillonaria Bescansa, el moderado Errejón (si éste es moderado, yo soy virgen), el black Echenique y cía. Pero la causticidad y la realidad no son en este caso cuestiones excluyentes porque Maikel Moreno, un hijo de mala madre que segó la vida de una mujer de un tiro, es en efecto el gerifalte del máximo órgano judicial del país sudamericano.

Cualquier salvajada que se les ocurra a nivel institucional es posible en el Estado bolivariano. Ya conocíamos la profesión del presidente, conductor de autobús, actividad respetable donde las haya aunque no parece la más adecuada para ejercer las máximas funciones ejecutivas de una nación. Ahora conocemos los macabros méritos contraídos por el tal Maikel para liderar la Corte más importante de la República Bolivariana de Venezuela.

Como sabemos hace tiempo los que poseía Diosdado Cabello para detentar la Presidencia de la Asamblea Nacional: ser el capo del narcotráfico en el país. Ni un gramo de cocaína se mueve en las 25 provincias venezolanas sin el visto bueno del en estos momentos diputado y hasta enero de 2016 number 1 del legislativo. Durante tres ejercicios ejerció el pluriempleo compatibilizando la Cámara con el comercio de polvos blancos en cantidades industriales. Pero no se engañen: llegó donde llegó merced a virtudes añadidas: era el jefe de otros dos mundialmente conocidos camellazos, Efraín Campo y Franki Flores. Dos tipos que ahora se alojan en un maravilloso hotel rejas estadounidense tras ser cazados por la DEA con una cantidad que lógicamente no era para consumo personal: 800 kilos. Cuando les pusieron las esposas en pies y manos, cantaron la Traviata: «Nuestro jefe es Diosdado Cabello».  Lo que callaron como putos a la implacable Agencia Antidroga estadounidense fue un insignificante detalle, la identidad de su tío y de su tía: Nicolás Maduro y Cilia Flores, la trincona primera dama.

Volvamos a Maikel Moreno. Este repugnante asesino hizo de mamporrero de su jefe Nicolás Maduro el jueves pasado al disolver «porque sí» la Asamblea Nacional, en manos de la oposición democrática desde hace 14 meses pese a los pucherazos con que les obsequió la dictadura en los comicios de diciembre de 2015. El matón justificó su decisión en la toma de posesión de cuatro diputados de la provincia de Amazonas que, según él, fueron elegidos en medio de irregularidades. Echó mano de este falsario argumento como se podría haber sacado de la manga cualquier otro por alucinante que fuera. La oposición habla de «golpe de Estado» erróneamente. Es tanto como suponer que antes había una democracia. Mucho más certero estuvo el presidente de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, que dio en el clavo con el término «autogolpe». Es decir, un golpe para asentar una autocracia. Ni más ni menos.

Venezuela es una dictadura prácticamente desde el año 98, cuando Hugo Chávez aterrizó democráticamente en el poder. Porque las satrapías no sólo son hijas de los tanques y las bayonetas. El mundo está lleno de tiranos que conquistaron la Presidencia en las urnas. Hitler es el sangriento símbolo de cuanto digo. Desde el minuto 1 el orondo paracaidista se cargó el poder judicial purgando a fiscales y jueces independientes, el legislativo robando elección tras elección con el expeditivo modus operandi de quemar las papeletas de la oposición (no todas sino las suficientes para ganar y dar apariencia de elecciones libres), la propiedad privada quedándose las propiedades de los adversarios del régimen y la economía de libre mercado por la vía de expropiar las empresas con un justiprecio de 0 dólares.

Hay registrados presos políticos, una de las características de cualquier sistema absolutista, desde al menos 2003. Un policía que se negó a decir «amén» al chavismo, Héctor José Rovaín, fue el primero en dar con sus huesos en la cárcel con cargos más falsos que Judas. Y ahí sigue. A día de hoy, Leopoldo López es el más famoso pero no el único. Hay al menos 92 leopoldoslópez en las durísimas prisiones venezolanas. Muchas de ellas, como la de nuestro héroe socialdemócrata, son puras jaulas, sin techo o paredes que te guarezcan de la lluvia, el frío o el calor. De las inclemencias climatológicas… o de los excrementos que les lanzan los cobardes carceleros.

La dictadura no es, pues, una novedad en Venezuela. Dura ya 19 años. Casi dos décadas en las que la economía se ha hundido pese a gozar de las mayores reservas petrolíferas del mundo, cuatro lustros en los que se han consumado más de 400.000 asesinatos y 7.000 días en los que llevarte algo a la boca se ha hecho más complicado que cuando sí había alternancia en el poder y democracia. Tiempo en el que la inflación se ha llegado a situar en el 700% anual. Es decir, que lo que el 1 de enero compras por 100 euros el 31 de diciembre te cuesta 700. Un joven disidente llamado Brian Fincheltub lo pudo manifestar ayer más alto pero no más claro en un artículo titulado Golpistas siempre: «Es la historia de un pueblo que se condenó a sí mismo tratando de castigar a su clase política. Millones de personas que votaron por orden y mano dura sin saber que lo que se avecinaba era el más puro estado de anarquía donde los que pueden salvarse son unos pocos privilegiados».

La fiscal general del Estado, Luisa Ortega, ha parado teóricamente los pies al Supremo instándole a que devuelva las competencias al Parlamento. Debe ser que tras observar que a su asqueroso amigo Nicolás Maduro le quedan dos telediarios, ha sentenciado: «Pongámonos al frente de la manifestación antes de que la manifestación nos lleve por delante». No es o era dudosa: esta pájara fue el cerebro del encarcelamiento de ese mito viviente que es Leopoldo López. Digo teóricamente y digo bien porque lo más normal es que se trate de un mero movimiento táctico tras la unánime condena de la comunidad internacional. Bueno, unánime, no. España ha oscilado entre la rotunda tibieza de Mariano Rajoy y el implícito colaboracionismo de José Luis Rodríguez Zapatero. El colaboracionismo por omisión es otra forma de colaboracionismo. El ex presidente socialista considera que la resolución emitida por el asesino Maikel Moreno es «un elemento más del conflicto que se vive en Venezuela, fruto del antagonismo intenso entre dos modelos de entender el país». Manda narices. Las dictaduras hay que condenarlas sin ambages ni paños calientes, sean azules, rojas o mediopensionistas. Querido José Luis: no es la pugna entre la visión de un partido democrático y otro, entre la derecha y la izquierda. Ni tampoco un conflicto. Es simple y llanamente un régimen en el que el führer con el que te reúnes en Miraflores y su camarilla tienen bajo pata a 30 millones de conciudadanos.

Todo seguirá igual en Venezuela… y en España. O irá a peor en Venezuela… y en España. Mucho me temo que la libertad resucitará as usual: tras el derramamiento de hectolitros de sangre de un pueblo que no aguanta más. Y, mientras Leopoldo López continúa en Ramo Verde, los miserables discípulos de Maduro en España continúan negándose a reprobar las salvajadas de su patrocinador. Ya se sabe: quien paga, manda. Quien no censura la tiranía no es por equidistancia, moderación o imparcialidad. Es, sencillamente, porque es lo mismo. Si no estás activa e inequívocamente en contra del totalitarismo es que estás a favor de él. Y, consecuentemente, eres la misma basura ética, estética y moral. Olvidar o hacer oídos sordos a lo que está aconteciendo en Venezuela es condenarnos a la posibilidad de repetirlo en España. «No seas exagerado», me objetará alguno. Por cierto, la misma frase que soltaban a los realistas venezolanos, y no precisamente mágicos, que en la recta final de los felices 90 vaticinaban el desastre en un país con la mayor y mejor calidad de vida del Cono Sur. No tentemos a la bicha…

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