Los médicos en pie de huelga

médicos, Mónica García
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

A lo peor este Gobierno se encuentra con lo que nunca querría: la primera gran protesta social desde que Sánchez, engañando a todo el mundo, abordó La Moncloa. La cosa es que ahora, disimulada por todos los escándalos del PSOE y aledaños, existe una guerra médica desatada entre los propios profesionales y la insensata ministra de Sanidad, Mónica García. También con la vicepresidenta Montero. Sobre la primera, personas que han trabajado con ella, le dicen a este cronista: «Era lo más borde que se puede encontrar en un hospital». La descalificación viene de alguien de su misma especialidad, la anestesiología. Tal parece que esta condición la ha traspasado, sin corregir pero aumentada, a su ejercicio político en un Ministerio que, en condiciones normales solo hubiera pisado como funcionaria sin prestación.

Sin pensarlo dos veces y animada por chicos y chicas aún más leninistas que la propia, ha parido un Estatuto Médico que posee, de entrada, esta intención: desproveer al médico de su liderazgo en la gestión del proceso asistencial. Se ha inventado esta señora una definición nunca colocada como dogma: la profesión sanitaria, es decir, todos a una, metidos en el mismo saco, desde el honrado camillero, al superespecialista en la Oncología más avanzada. Tal es el estropicio que si la obsesión ultra de García prospera, un celador podría intervenir en la fijación del salario del más prestigioso de los especialistas médicos. Esto viene de lejos, no se crean, viene de hace no menos de treinta años cuando un cura rebotado, el padre Gamo, ganado por el comunismo prochino, imponía condiciones de trabajo en la Fundación Jiménez Díaz; Quería este adelantado de las guerras médicas de ahora nada menos que elegir los quirófanos en los cuales tenían que operar, por ejemplo, cardiocirujanos de la talla mundial del doctor Gregorio Rábago.

Nostálgica de aquel tiempo, la ministra ha alumbrado un cuerpo que, además de lo dicho, perturba todos estos factores porque en todos se entromete: la estabilidad laboral de los profesionales de la Medicina, sus condiciones de trabajo, la calidad asistencial que ejercen, la regulación de su jornada laboral, o la fijación y reparto de las guardias. Todo esto y además una exigencia tan atrabiliaria como totalitaria: la prohibición de que los facultativos, una vez terminado su turno de trabajo, no puedan dedicarse en su tiempo libre a otra cosa que no sea el maldito bricolaje o el «footing», que no sé si ahora se llama así. Pero a ver, García: ¿quién eres tú para fiscalizar cómo emplea su tiempo libre en lo que le da la gana un ciudadano español? ¿Quién para prohibir a un cirujano que gane unos euros de más interviniendo en la clínica privada que le contrate y le apetezca? Esto es como si los preparadores de futuros abogados del Estado o de los horrendos inspectores fiscales (hace falta cuajo para dedicarse a eso) no podrían cumplir con esas clases precisas para que el aspirante afronte su desafío profesional. ¿A quién se le ha ocurrido esto? A ella, porque ¿saben cuál es el modelo?: el cubano del que sus médicos huyen en cuanto la Revolución castrista sufre algún despiste.

Cómo será el Estatuto leninista que pretende imponer la señora que ha logrado poner de acuerdo a «casi» toda la profesión médica. Hay que recalcar la cautela del «casi», porque naturalmente un sindicato volcado a la izquierda montaraz, está también «casi» dispuesto a apoyar las sinrazones totalitarias de la todavía ministra. Los médicos han establecido un Comité de Huelga al que, curiosamente, García se ha empeñado en no recibir porque le van a obligar a olvidarse de ese legado de estupideces leninistas que se ha construido en Sanidad. La Confederación Española de Sindicatos Médicos, ante la vista de que la señora García se niega a partir con ellos, ha recurrido a la Comisión de Salud del Parlamento Europeo.

Ya han comenzado las movilizaciones, las que se han llamado «guerras médicas» y, de no arreglarse el conflicto, que no se va a arreglar, el próximo 23 de mayo las calles de nuestras ciudades, principalmente Madrid, se llenarán de un ejército de batas blancas que pondrá, con toda seguridad, muy nervioso al Gobierno social-comunista que nos asfixia. Una huelga profesional de este jaez caería a cualquier Gobierno decente de cualquier país civilizado de nuestro entorno. Aquí no; aquí el PSOE ya acusa al Partido Popular de grabar estas protestas. Mentira. ¿Por qué? Pues porque, aunque parezca mentira, el PP no ha tomado la menor nota hasta ahora de esta presión social. Ocupados en los aranceles, las consultas clínicas parecen importarles muy poco a los muchachos y muchachas de Feijóo. Quizás les pille el toro y cuando estalle nuclearmente el conflicto, se quedan fuera de una movilización nacional de proporciones siderales, sin antecedentes.

Naturalmente que habrá quien escriba y diga -lo estamos comprobando en este momento- que esta «guerra médica» convocada por el CESM es una ambición corporativa que únicamente busca mejorar la nómina de los médicos. Bien, y si fuera únicamente así, que no lo es, no pasaría nada. Fíjense en el orden funcional que decida la Administración, las enfermeras/os tienen ya asignada una calificación de A1. Bien por ellos, los médicos solo solicitan que, dada su formación y su responsabilidad profesional, se les ofrece un A1 más, algo que los legos no sabemos exactamente en qué consiste pero que sí encierra una verdad: en el ejercicio sanitario los médicos ocupan el primer lugar en la consideración profesional. Esto es lo que rechina a la tribu de García que, como todos los leninistas que se aprecian, no tienen otro fin que igualar a todos por abajo, más aún si su mantenimiento depende directamente del Estado. Este aprendiz de huelga que se corre en estos días, anuncia una movilización general que, por ejemplo, asegure la función laboral del médico, de tal modo que cuando nosotros, pacientes todos, vayamos a una consulta no nos encontramos con un señor ojeroso que lleva diecisiete horas trabajando. Tal es la realidad de hoy. La huelga que va a poner al Gobierno boca abajo. Pura sociedad civil. Con eso nos bastaría a todos.

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