Con mascarilla hasta la vacuna

Con mascarilla hasta la vacuna

Ya se pueden dar prisa los científicos de Oxford, los de los Institutos de Salud de Bethesda, en Estados Unidos, y quizá los de China, si es que estos son de fiar, que es muy dudoso, en correr hacia la comercialización universal de la vacuna contra nuestro maldito virus porque si no, estaremos embozados prácticamente ‘sine die’. Los expertos más reputados de España afirman, sin ambages, que “hasta la vacuna, todos con mascarilla”. Son los mismos que están aconsejando, urbi et orbe, la utilización de este molesto adminículo y los que hacen una reflexión sobre el carajal de infecciosos que están constatando desde que, un día de junio, y con pocas previsiones, el personal se echó a la calle creyéndose que la estúpida “nueva normalidad” acuñada por el gurucillo Redondo, significaba un regreso sin control alguno a nuestros antiguos hábitos. El informe de estos científicos patrios no deja lugar a dudas. Hay una noticia buena y otra mala. La buena es que el Covid es ahora mismo menos asesino que en la primavera; la mala, es que sigue ahí y que ni siquiera el sofocante calor ha terminado con él. Claro está que a este último respecto matizan: “Si el Sol no apretara como lo está haciendo, en vez de rebrotes, sufriríamos otra clarísima pandemia”.

Estos expertos entienden mejor al virus y sus letales consecuencias que al público en general. Les parece insólita la irresponsabilidad y frivolidad de la gente y tampoco les resulta inteligible la inanidad del Gobierno de la Nación que ha dejado en manos de absolutos mentecatos la vigilancia de los efectos del virus. El más tonto de la clase es, en opinión de estos científicos, el presidente de Cataluña, Torra, sólo ocupado en estos días en azuzar las nuevas oleada del separatismo y, en un acto de deslealtad suprema, ningunear al Rey sin que, eso sí, medio alguno de Cataluña (tampoco el que preside un grande de España, que ni es grande, ni es de España) le afee la conducta. Pero a lo que vamos: la salida en masa de los catalanes a paseos, piscinas, y discotecas, ha propiciado la nueva catástrofe que sufre el antiquísimo Principado donde, en veinticuatro horas, se registraron el martes nada menos que 777 casos. Para mayor “inri”, el número de rastreadores es ahora mismo en Cataluña, la mitad de los que actúan en Castilla-La Mancha que tiene sólo dos millones y medio de habitantes.

Si todo siguen encaminado en esa mórbida dirección, se hará obligatoria no ya la consabida mascarilla, sino incluso otro nuevo confinamiento. Los investigadores del Instituto Carlos III, dependiente del Ministerio de Sanidad, han cifrado ya en más de cuarenta y dos mil las personas que han fallecido desde que el COVID, y también en más de doscientas sesenta mil, las que han sufrido el contagio. Pues bien, ni el Gobierno, ni más concretamente su ministro Illa y su surfeador Simón, se dan por enterados; es más, hace un día estos funcionarios de pacotilla presumían de dos fallecimientos cuando únicamente en Cataluña se habían registrado siete. Es decir, de nuevo la persistente ocultación que, ¡ojo!, ha producido en España la siguiente sensación: ya que nos mienten, hagamos los que nos viene en gana. Y así seguimos.

Los científicos mencionados hacen para otoño una pésima predicción: nos vendrá una nueva oleada que, eso sí, según nos aventan, no será tan letal como la que todavía padecemos; el diagnóstico precoz es mucho más adelantado y rápido, y el arsenal terapeútico de que disponen nuestros medicos es inmensamente mejor que el que existía -que no existía, esa es la verdad- en el pasado mes de marzo. Pero aún así, la protección contra el maldito virus, ese que ahora  le resulta ajeno al Gobierno del Frente Popular, es la eterna mascarilla. Por lo demás, se  está afirmando, y es mentira, que tras la recuperación de competencias por parte de las regiones, el Ejecutivo de Sánchez y sus corifeos, se han quedado sin margen de maniobra para actuar. Falso: cuentan con dos leyes fundamentales: la de Sanidad, y la de Protección Civil para asumir el mando de una situación absolutamente descontrolada, y eso sin contar con un instrumento decisivo para aislar decisivamente la pandemia por ejemplo en Cataluña y quizá también en Aragón: la aplicación, por mal que suene, del Artículo 155 de la Constitución que reza, lo vamos a recordar aquí, de la siguiente manera: “Si una comunidad no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente al interés general de España, el Gobierno… podrá adoptar las medidas necesarias para obligar al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones” Dicho queda: o ¿es que nadie repara en que ahora mismo Cataluña, con el setenta por ciento de contagios generales, es un problema para la salud de todo el país? Pues entonces.

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