María Chivite: socialismo Bildu friendly

María Chivite: socialismo Bildu friendly

Me alegra irme unos días de vacaciones porque ya no puedo más con las noticias. Todo lo que tiene que ver con la investidura de Pedro Sánchez es de dar arcadas hasta la extenuación. Pero haber leído un titular como este de que la socialista María Chivite defiende un Gobierno «de progreso» de la mano de Bildu va a ser difícil de ignorar hasta a miles de kilómetros de distancia. Para muchísimos españoles va a ser imposible de perdonar en décadas lo que Pedro Sánchez y el PSOE nos están haciendo.

Así que con este artículo van mis últimas reflexiones de agosto sobre ese «alarmismo voxero» que nos está infringiendo una izquierda ya casi sádica de puro cínica. Esa izquierda que nos alerta sobre la «ultraderecha» y ya insinúa que la rebaja de los delitos de sedición y malversación para beneficiar a sus socios políticos no será lo último que suframos. Que están dispuestos a rendir al delincuente Puigdmont las ultimas plazas de dignidad que puedan quedar. Luego que viene la «ultraderecha». Vamos, pues que venga. Nada puede ser peor que ellos. Lo han demostrado.

Lo que da miedo es la debilidad de las instituciones. Y Sánchez se las ha ido cargando poco a poco. Ese es el temor. Para la ultraderecha (cuando la conozcamos) y para la ultraizquierda pro independentista que ya tenemos la desgracia de disfrutar. Que los partidos extremistas se conviertan en amenazas significativas para la democracia depende menos de los partidos y más de la naturaleza de las instituciones a las que se enfrentan. Cuando las normas y puntales democráticos son débiles, los extremistas tienen pocos incentivos para moderarse, como este PSOE de ahora. Y más cuando han visto que les siguen votando sin necesidad de seguir las reglas decentes del juego. Cuando las normas e instituciones democráticas son sólidas, como lo han sido durante décadas en Europa Occidental, los «ultras» de izquierda o de derecha tienden a moderarse porque hay poca base para llamamientos extremistas y explícitamente antidemocráticos. Y, si tardan en moderarse, otros actores políticos e instituciones pueden alejarlos del poder.

Podríamos poner de ejemplo a Marine Le Pen, que cambió el discurso del partido sobre la inmigración, se distanció del racismo y el antisemitismo y propuso que su partido defendiera el republicanismo francés y el laicismo ante quienes lo rechazaban. También tuvo el tino de atraer tecnócratas importantes procedentes de partidos conservadores y de centroderecha fracasados, abandonando su rechazo a la Unión Europea y distanciándose de Putin, con quien había flirteado políticamente. Giorgia Meloni, es la líder en Italia de unos «Hermanos de Italia» con antepasados en un «Movimiento Social Italiano» fundado por los fascistas después de la Segunda Guerra Mundial. Pero se distanció del fascismo y se considera «conservadora» y defensora de la familia y de la importancia del cristianismo para la identidad occidental e italiana, etc. También apoya a la Unión Europea y a la OTAN.

Que estos partidos se hayan moderado refleja la fuerza subyacente de la democracia en Europa Occidental. En España, si el extremismo de izquierdas, unido al independentismo, ha causado graves estragos ha sido por culpa del debilitamiento deliberado de puntales básicos como la Justicia. La debilidad institucional permite florecer a los extremismos. Aquí, de izquierdas, y en otros lugares, de la derecha. Comprender estas dinámicas tiene implicaciones sobre cómo evaluamos y respondemos a las amenazas a la democracia en la actualidad. Es fundamental distinguir entre las políticas que a uno no le gustan y las que la amenazan. Y que Chivite llame al suyo con Bildu un «gobierno de progreso» es una amenaza en toda regla.

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