Un libro para Rufián

Un libro para Rufián

Rufián, ese político que primero escribe sus discursos en versión digital para pasarlos a limpio en analógico, ha hecho de su apellido una marca. No sé si realmente ha entendido para qué sirve una herramienta como Twitter o nos da una lección cada día sobre cómo utilizarla. Ha conseguido estar en la memoria colectiva hasta cuando no es noticia, algo raro tratándose de alguien que necesita opinar de todo para justificar su magro parné. Un tipo que se enorgullece de ser humilde, un perico al que le pone palote todo lo que suena a España, Madrid o la meseta cavernaria. Hijo de emigrantes, hace tiempo que emigró de la razón para dedicarse al noble arte del bufoneo, tan prestigioso en la España medieval y moderna. Como entonces, el populacho se divierte hodierno con las gracietas y fanfarrias que don Gabriel ofrece cual saltimbanqui.

Refugiado en la indecencia, don Gabriel apostató del buen hacer parlamentario desde que llegó al escaño, no vaya a ser considerado uno más inter pares. Porque él es especial. Por ello, con la complacencia del resto de señorías y de los periodistas de salón —amarillo—, predica su exquisita educación mediante respuestas corteses, siempre apegadas a las preguntas que le realizan, sin dobleces ni huidas, con seriedad de dandy catalán. Sabemos que la última vez que se quitó el cráneo para honrar el mérito ajeno o descubrirse ante la elocuencia adversaria no existía ERC como partido. Porque don Gabriel es más de zascas, una expresión creada ad hoc para él. Desde su inigualable originalidad, ya se atreve incluso a publicar tuits previamente citados por usuarios anónimos, porque él los hace más grandes aún, arropado por esa irreductible y respetuosa comunidad de fieles creyentes a su causa. Ahora no eres nadie si don Gabriel no te contesta. Todos buscan un rufianazo a tiempo que llevarse a la boca.

Don Gabriel ha instaurado la política churrigueresca, ornamentada y cuidada en el acabado, con una forma de expresión al alcance de observadores privilegiados. Sus últimas actuaciones tuiteras no son propias del teatro del absurdo, sino que demuestran unos profundos y bien articulados conocimientos de historia. Las fecundas arremetidas léxicas contra sus adversarios políticos, de linaje menos noble que el suyo, aventuran que estamos ante un Cid de las letras, campeador de causas perdidas. Por eso ha llegado el momento de que seamos solidarios con don Gabriel antes de que su buen hacer acabe. No debemos permitir que su vasta intelectualidad quede reducida a pequeños accidentes de teclado puñetero por culpa de sus esculpidos dedos de obrero.

Estoy seguro de que la audiencia lectora, especialmente digital, del político charnego-tractoriano —discúlpeme don Gabriel el gentilicio creado, usted entenderá la gracieta siendo su mayor predicador— agradecerá que impulsemos una campaña para que todos los que apreciamos su trabajo, su oratoria forense, su discurso en modo alguno taimado, amplíe su biblioteca con recomendaciones variopintas. La campaña se va a llamar #UnLibroParaRufian. Y quiero inaugurarla aconsejándole a don Gabriel dos libros en vez de uno, que para eso soy el creador de la campaña, modesta no obstante en comparación con las que don Gabriel impulsa. El primero de ellos es ‘El arte de la prudencia’, de Baltasar Gracián, un ejemplar perfecto y en el que seguro se reflejará por su contención manifiesta en la conversación. El segundo es ‘España, tres milenios de historia’, obra del magno catedrático de Instituto D. Antonio Domínguez Ortiz. Un repaso por los hitos que configuraron a España como nación desde sus orígenes tartesios. Ya sabemos que don Gabriel conoce esta historia y que nunca situaría Tartesos en Tortosa, pues don Gabriel es un hombre honrado.

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