‘Ley Trans’: el transformismo de Manolita Chen

Manolita Chen

Manolita Chen actuó como vedette en todas las ferias y fiestas españolas en el periodo que va desde los años 50 a los 70. Nunca se supo si era hombre o mujer o cocodrilo, ni tampoco si era china como aparentaba ser, o si se había rasgado los ojos con carboncillo. Era, en resumen, una pionera del transformismo que ahora mismo quiere entronizar Podemos y su ministra aberrante, Irene Montero. Contaré que las mujeres diputadas del Partido Popular -es de suponer que también las de Ciudadanos- están recibiendo en estos días muchos mensajes de las feministas del PSOE cabreadas por este este adefesio moral. Les piden directamente apoyo para impedir que el todavía presidente, Pedro Sánchez Castejón, se avenga a las exigencias de sus socios leninistas del Gobierno y termine por dar pábulo al engendro legislativo que está en fase embrionaria en el Parlamento aunque, recuerden el dato, se ha tramitado por vía de urgencia lo cual elimina gran parte de las trabas que podría acumular en la Cámara. Esto quiere decir, ni más, ni menos que si prospera la extorsión de Podemos al aún presidente, la Ley Trans puede ser aprobada antes del fin de año y ya en septiembre entraría en vigor.

Es decir, dentro de 10 meses un niño de 14 años puede transformarse en niña, según le pida el cuerpo, y a los seis meses, si no le complace el cambio, regresar a su estado anterior, el de niño. Esta bestialidad biológica, incluso antropológica, es la que pretenden Montero, Yolanda Díaz y sus secuaces con la ayuda inestimable del citado Sánchez. Porque, no se engañen: éste puede dilatar un poquito, solo un poquito, el proceso parlamentario, pero no va a evitar que la coacción repugnante de Podemos y su tribu de humanicidas consiga su propósito. ¿Por qué? Pues porque esta ley es el único caramelo que Sánchez puede ofrecer a sus cómplices para que éstos le aprueben los Presupuestos, que es su único afán. Éste es el bastión que le servirá para continuar en La Moncloa de viaje en viaje, como el que ahora planea por África acompañado de la doctora falsa que es la mitad de su matrimonio. Sánchez prefiere tragar con el citado bodrio antes que aceptar en sus actuales términos la Ley de Seguridad o la Ley de Vivienda que le enfrentaría con toda la sociedad española en general. Con eso cuenta Podemos para asegurar, como lo está haciendo por doquier, que la Ley Trans va a salir adelante, a pesar de todos los pronunciamientos desfavorables venidos de cualquier institución social que se precie. Sólo hay una buena noticia: Feijóo ha prometido que en cuanto llegue al Gobierno se cargara este infame batiburrillo.

En todo caso, lo peor de esta bazofia infecta es que, una vez aprobada, tiene una casi imposible reversión, por más que el Partido Popular, hoy a las puertas del poder según aventan las encuestas decentes (la de Tezanos es una auténtica estafa ciudadana) esté mostrando un rechazo radical a la porquería en cuestión. Este tipo de textos necesitan de toda una revolución para removerlos. ¿Imaginan ustedes lo que podrían hacer Iglesias, Díaz, Montero y demás recua si una vez en el Gobierno, Feijóo intentara volar ese guisote inmoral? Pues sí: llenarían las calles de protestas y, alteradamente, colocarían al país boca abajo, que es donde este comisario político que nos destroza prefiere colocarse. La protesta de las feministas del PSOE encabezadas por Carmen Calvo tiene muy poco recorrido, ninguna vocación de éxito. A este cronista le ha llegado la declaración doméstica del que es ahora mismo secretario de Estado para las Relaciones con las Cortes, el desdichado sectario Rafael Simancas, que ha dictaminado que lo que sobra en el PSOE no es la Ley Trans, sino la propia ex vicepresidenta del Gobierno. A Calvo le ha costado la Presidencia del Consejo de Estado su postura en esta Ley. Así, como suena.

No hace falta ser especialista, ni endocrino, ni psiquiatra infantil, ni pediatra, para horrorizarse con la maldad de esta monstruosidad. Para la Ley que se quiere dictaminar favorablemente el sexo ya no existe; es más, resulta intercambiable cada medio año si así lo desea el sujeto o la sujeta en cuestión. ¿Qué hoy me siento niña? Pues ¡hala! Voy al Registro y digo que me pongo falda (las que aún la lleven). ¿Que me canso del cambio porque no me como una rosca ? Pues ¡hala! Vuelvo al Registro y digo que mi apetencia es regresar al masculinismo? No digan que el cronista exagera porque esto es exactamente lo que puede ocurrir con un proyecto que se cuece en el horno parlamentario y que cuenta -lo digo con toda la información del mundo- con la aquiescencia de este impresentable presidente que aún okupa el Gobierno.

A Sánchez Castejón le trae realmente por una higa que la comunidad española se le eche encima: desde las organizaciones médicas profesionales, pasando por las iglesias y terminando por los simples empleados jurídicos de los despachos, todo el mundo aborrece la Ley de Irene Manolita Chen. El individuo tiene que llegar hasta diciembre 2023 en el poder y a ese fin somete cualquier incidente que se le presente en el camino. Carece de moral y es el protagonista máximo de la mayor falta de decencia política que haya sufrido nunca España. Por eso, no hay duda: la Ley Chen es la Ley Sánchez. En Europa, en los países íntegros que todavía quedan, se hacen cruces por lo que se pretende legislar en España. Sánchez, que tanto dice converger con la Unión Europea en toda su esencia, está a punto de vulnerar todos los derechos históricos para convertir a Irene Montero, la cajera de barrio, en la artífice de una Ley que cambia copérnicamente los usos de la sociedad entera. Mayor delito no se puede cometer. Este Gobierno está plagado de leninistas furiosos que están demoliendo una sociedad que era digna y decente hasta que ellos llegaron al poder. Ahora parece una aberración que no sólo destila inseguridad jurídica, sino inseguridad moral y personal. Un ataque humanicida que hasta avergonzaría a la pobre transformista Manolita Chen: «Yo soy Manolita Chen y vengo a entretenel-los, amigos».

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