La Ley Trans o cómo esa barbaridad ya está muriendo en todas partes

Ley Trans

Hay políticos que llegan al poder en una ola milenarista empujada por convencidos de que una Nueva Era está a las puertas. Irene Montero y sus chicas son un ejemplo de ello. Si ya la ley del sólo sí es sí se basaba fundamentalmente en que iban a revolucionar la Justicia y dar su merecido a la ‘derecha’ (ni siquiera era ‘a los hombres’), la Trans es el punto álgido de una fantasía distópica que ya se bate en retirada en todo el mundo. Otra cosa son los destrozos que tanto una ley como otra dejen por el camino

Luego están otros políticos que se apuntan al carro del oportunismo yendo de fracaso en fracaso por mezclar churras con merinas. Así es como parece haberse ido al garete la carrera política de la primera ministra escocesa Nicola Sturgeon. Si romper el Reino Unido era problemático, por lo menos era una aventura transversal y, aunque por los peores motivos, burguesa. No parece lo mejor añadir ahí unas políticas de género que sólo cree que comprende una minoría. Sturgeon cayó de la manera más humillante banderilleada por un incidente que sólo pronosticaba los muchos que iban a venir. Un doble violador convicto, por la mágica transmutación que le iba a permitir la nueva Ley Trans, había solicitado entrar en una cárcel de mujeres.

Las patológicas revelaciones de Isla Bryson, nuevo nombre del violador, que ni siquiera había iniciado un cambio químico o quirúrgico, causaron el escándalo. Sólo contaba para la nueva identidad con un nombre femenino, ropa de mujer y «una peluca poco convincente», según algunos malintencionados. Pero, en realidad, el proyecto de Sturgeon se estaba dando de bruces con el sentido común desde hacía tiempo. Lo gracioso es que en su discurso de renuncia apeló a la polarización y a lo «irrazonable e irracional», cosa divertida en alguien que había estado haciendo campaña por el derecho de los hombres (incluso de los violadores) a ingresar en cárceles de mujeres. Que se había llenado la boca llamando «transfóbicos», misóginos y racistas a sus oponentes críticos con el género. Aquellos que piensan que basta con proclamarse de «centro» («centro-izquierda», en su caso) para ser sensato han patinado bien con la Sra. Sturgeon.

Son verdaderos dramas, tanto en el caso de Sturgeon como el de las/los podemitas, estas fantasías tan fuera de la realidad. Son gente que aboga por cosas disparatadas y luego ignora unas consecuencias que para muchos eran obvias. Con una hipertrofia de sus sentimientos solidarios y una interpretación extrema de lo altruista, llegan a pensar que los sentimientos vulnerados de los delincuentes sexuales deben tener prioridad sobre la seguridad de las mujeres. Sabía Sturgeon que dos tercios de los votantes escoceses se oponían a esas leyes trans. Pero pensó que tenía suficiente apoyo para hacerle un pulso a Westminster y que la decisión de Rishi Sunak de bloquear el proyecto de ley bajo la Sección 35 de la Ley de Escocia abriría una brecha entre los escoceses y Westminster.

Y el electorado, incluso el independentista, ha preferido hacer la vista gorda con esto. La mitad de los escoceses, según una encuesta reciente, apoya la decisión de Westminster de vetar el proyecto de ley. Sólo un tercio se opone. Incluso los votantes de su partido están divididos. Sturgeon se ha caído estrepitosamente a pesar de llevar más de una década adoctrinando a la gente. Según un artículo publicado en Spiked, «desde que llegó al poder en 2007, el SNP se ha dedicado a tratar de administrar, vigilar y reeducar a los escoceses, como se ve con su Ley de censura contra los delitos de odio, el encarcelamiento de los fanáticos del fútbol ofensivos y su esquema de ‘persona designada’ afortunadamente frustrado, que habría asignado un tutor estatal a cada niño». Espero que en este país también sepamos sacarnos a los políticos woke de encima lo antes posible.

Lo último en Opinión

Últimas noticias