La legitimación del terrorismo de Torra

La legitimación del terrorismo de Torra

Ayer volví a sentarme en una mesa de debate en la que Cataluña logró rasparle 7 minutos y 25 segundos a los 32 minutos destinados a hablar del garbeo de Franco en helicóptero desde el Valle de los Caídos a Mingorrubio, 25 minutos al tradicional cuplé de “Los ricos son cada vez más ricos mientras los pobres son cada vez más pobres” presentado en un pizarrón por un millonetis de la SER que decía que él no llegaba a fin de mes y por un trincón de la dictadura Venezolana que se metió en el bolsillo 450.000 por inventarse una especie de bolívar más falso que las tetas de Yurena… (No lo sé Ricks, parece una estafa).

Antes de todo eso fueron los 20 minutos de rigor para convertir en machista al puñetero descuartizador de Valdemoro, aunque no contaron conmigo para hablar de la truculenta escabechina, pues según el manual de estilo para estas lides, ya ha quedado suficientemente probado que “no cuento con la necesaria capacidad empática para los temas de sensibilidad social”, patología que también se me atribuye cada vez que llamo a Torra “jefe de una organización terrorista”. Afirmación que sostengo en romántica sintonía casi con el juez de la Audiencia Nacional.

No me cuadra esa sutil deshumanización mía por parte de las presentadoras que humanizan a las bolsas de basura que se lanzan “de forma pacífica”. Cuando yo bajo las mías las lanzo al contenedor lo hago con todo el asco y el odio incendiario que me provocan sus hedores, repulsión y odio parecidos, por cierto, al que siento por los putos terroristas independentistas catalanes y los presentadores de TV3 y otros nacionales que dicen que hay que ser más pacífico con la basura que con el 52% de los catalanes.

Esos son los que ha inoculado en nuestra conciencia el chantaje de que, para ser un ser humano decente, no hay que odiar absolutamente nada. ¡Nada!

Yo puedo odiar lo que me da la gana porque no soy una hurí con un puto velo al servicio de un empotrador islamista del Raval.

Yo odio a los médicos y profeso la más radical y profunda repulsión hacia el personal sanitario del Ku Klux Katalán que esta semana helaba la sangre mientras danzaba tribalmente dentro del mismo hospital en el que un guerrero de la UIP se ha debatido entre la vida y la muerte.

Odio al periodista colegiado que se planta en las tertulias con su cogorza de eufemismos para referirse a las columnas mussolianas de Torra como “manifestantes” y para hablar de represión policial con 300 policías nacionales y Mozos de Escuadra heridos y 274 coches policiales quemados. A uno de esos gilipollas contra nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado le he visto varias veces loar el mismo “proceso de paz” auspiciado por Santos que incluía la contratación de los cuadros medios de las FARC para unirse a la Policía Nacional colombiana por 300.000 dólares al año, y llamar “policía venezolana” a los colectivos formados por los asesinos sacados de las cárceles y armados por Maduro para patrullar la capital caraqueña.

Periodistas que aprueban la metamorfosis de Cataluña en una versión post moderna de Kosovo y legitiman la equiparación moral de un Companys en fa menor con cualquier otro presidente autonómico.

Esos periodistas te repiten que la perdición del profesional del gremio es su falta de neutralidad. Esa es una falacia que nos han repetido y nos repetirán los peones de la subversión mediática separatista como tenue método de extorsión a los que nunca toleraremos que se intenten generar reacciones de solidaridad hacia los terroristas y la mafia que dirige la Generalidad de Cataluña.

La perdición de estos, reflejada ya en sus perdidas de audiencia, es la pereza, la cobardía y la renuncia a señalar a los culpables de un Estado de sitio dirigido por Torra y auspiciado por una insurgencia civil que ha sido armada y ha recibido instrucción militar por él, por el terrorista de Terra Lliure que explosionó con un botón el cuerpo del empresario catalán José María Bultó, y por Frederic Bentanachs, el “pacífico” terrorista con cuerpo escombro de licántropo al que, de vez en cuando, se amorra el tonto-tronista del folklore borroko-separata, Guardiola.

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