La mentira ya es motivo de dimisión

La mentira ya es motivo de dimisión
El ex ministro de Industria José Manuel Soria. (Foto: EFE).

José Manuel Soria es uno de los políticos con la cabeza mejor amueblada de este país que va camino de dejar de llamarse España. Es técnico comercial del Estado, una de las oposiciones más difíciles, y ¡habla inglés a la perfección!, rara avis en una clase política, la nuestra, poblada de indocumentados y tipos que de la lengua de Shakespeare apenas saben decir poco más que »jeluuu!» (lo que conocemos como «hello!») y con acento de su pueblo y que al diccionario de Cervantes le pegan unas patadas modelo Luis Suárez.

Su trayectoria ha sido, hasta ahora, intachable. Le quisieron enmarronar en mil y una guarrerías pero de todas salió indemne. La más cantosa fue la que saltó a la luz pública el verano pasado. Aseguraban que el grupo hotelero canario Martinón había invitado una semana a su resort en República Dominicana a él y a José Ignacio Wert, que acababa de dejar el Ministerio de Educación para poner rumbo a la OCDE. Pues bien: pronto quedó claro que él sí se pagó la estancia, que no estuvo siete días sino un par de noches y que Wert ni estuvo ni se le esperó en el Breathless Punta Cana. También le montaron un pollo por haber aceptado una invitación a pescar salmón en Noruega pero la Justicia archivó la denuncia al no considerar probado ningún tipo de soborno. Azote de las renovables, las renovables le pusieron la proa y fueron a por él.

Al final, no han sido los de las renovables, a los que cortó ayudas y subsidios como a todo bicho viviente en esta crisis galopante, los que han segado su cabeza. Ha sido el propio José Manuel Soria el que se ha hecho el harakiri. Negar la evidencia hasta el paroxismo es tan poco aconsejable en la vida en general como letal en política. Poseer una sociedad en un paraíso fiscal no es ilegal si está declarada a la Agencia Tributaria española o si eres residente en el país de marras. Sí lo es, además de una inmoralidad de tomo y lomo, si está abierta a espaldas de Cristóbal Montoro. Cada euro que evade esta gentuza es un euro que deja de ir a escuelas y hospitales públicos, a infraestructuras, en definitiva a la mejora de la calidad de vida de nuestros conciudadanos. Es dinero robado a la cohesión y a la justicia social y a la vertebración de una nación.

Al final ha sido el propio José Manuel Soria el que se ha hecho el harakiri.

En principio, y salvo novedades de última hora, es difícil determinar si su actuación fue ilegal. Entre otras razones, porque es un entramado de empresas heredadas a la muerte de su padre en 1990. Él figuró mes y medio en la panameña y sí estaba como administrador en la descubierta en Jersey y clausurada en 2002. Esta última dependía de otra radicada en Reino Unido.

Sea como fuere, la Agencia Tributaria tendrá la última palabra, aunque si hubiera delito presumiblemente estaría prescrito. El problema no es tanto que el hasta este viernes presidente del PP canario tuviera sociedades en territorios offshore (no eran fruto de la corrupción política sino del legado de su progenitor), que también, sino que lo desmintiera reiteradamente hasta caer en la mentira, consciente o inconsciente, pero mentira, trola, embuste o patraña al fin y al cabo.

Negar la evidencia fue de una torpeza cuasipatológica porque los Papeles de Panamá, destapados en España por La Sexta, ya estaban en la calle con dos nombres: el suyo y el de su hermano Luis Alberto. Tan cierto es que se trataba de un asunto viejo, 24 años, y ajeno a su voluntad como que el José Manuel Soria que aparecía entre los 11 millones de documentos era él y nada más que él. No entendí por qué lo desmintió «rotunda y tajantemente», sensu contrario, cómo no lo admitió desde el minuto uno.

El primer ministro británico, David Cameron, vivió una situación idéntica al figurar como heredero de patrimonio offshore de su padre. Pero hizo todo lo contrario: decir la verdad. Tras titubear en unos primeros instantes, luego habló a calzón quitado con el flamante number 10 de Downing Street a sus espaldas. En Reino Unido se montó un pollo más que notable pero el sucesor del sucesor del sucesor del sucesor del sucesor del sucesor del sucesor de la sucesora del sucesor del sucesor del sucesor del sucesor de Winston Churchill no se vio en la inexcusable obligación de renunciar.

En la democracia más antigua del mundo hay dos pecados capitales: la corrupción y la mentira. Tan mal vista está la primera como la segunda. Es lo que los estadounidenses definen con una pregunta que permite definir las cualidades morales de un hombre o mujer público: «¿Le comprarías un coche usado?». Es decir, ¿te fías de él o de ella? Hace 42 años el hombre más poderoso del planeta, el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, tomó el helicóptero y desapareció para siempre de la escena pública impelido por la amenaza del impeachment por obstruir a la Justicia, organizar una gigantesca red de corrupción electoral, ser el autor intelectual de una red de espionaje al Partido Demócrata pero también por mentir mil y una veces sobre el fondo y las formas del escándalo más conocido de la historia: el Watergate.

El ministro de la Energía del Gobierno Cameron, el libdem David Huhne, tuvo que irse por donde había venido en 2012 tras descubrirse que ¡¡¡9 años antes!!! había endosado una multa por exceso de velocidad a su mujer. También tuvo que coger las de Villadiego el ministro danés Morten Bodskov porque se demostró fehacientemente que había soltado una trola chorra en una comisión parlamentaria. El ex consejero delegado de la .com Yahoo hizo tres cuartos de lo mismo al descubrirse que había falsificado su currículum. Un ministro y una ministra de Merkel tuvieron que coger el petate por fusilar sus tesis doctorales. Y este viernes la ministra belga de Transportes, Jacqueline Galant, dijo «au revoir» al pillarle la prensa con el carrito del helao: juró y perjuró que su departamento no recibió una advertencia de la Comisión Europea sobre los fallos de seguridad en el aeropuerto de Bruselas cuando sí había llegado a sus manos.

Aquí se miente mañana, tarde y noche. Por tierra, mar y aire. Con alevosía, premeditación y nocturnidad. Y no pasa nada. Los número 1 en la materia son los podemitas, los tipos más mentirosos que vi en mi vida. Si esto fuera Dinamarca, no quedaba ni uno en la cúpula de la formación morada. Para muestra, un botón: Rita Maestre, la que habla como los pijos del barrio de Salamanca, negó haber participado en el asalto fascistoide a la capilla de la Universidad Complutense. Luego, cuando la trincaron con sus infundios, expresó su «compromiso» de dejar el cargo si la condenaban. Mintió dos veces: la primera cuando negó lo obvio y más tarde cuando la sancionaron por un delito contra los sentimientos religiosos. Y ahí sigue más chula que un ocho. Como la otra Rita, que nos engañó y se corrompió. A ver si esta última aprende del ex ministro de Industria, que prefirió irse para no hacer más daño al partido que le había dado todo y al presidente que confió en él.   

La dimisión de José Manuel Soria no es sólo un triunfo del periodismo libre. Supone algo más. Bastante más. Es un gran salto adelante para ese regeneracionismo que llevará a La Moncloa con mayoría absoluta al que lo ponga en práctica de verdad y no de boquilla. Un aumento exponencial de la calidad democrática en este país en el que hasta ahora políticos, politiquillos y politicastros sólo asumían sus responsabilidades cuando les pillabas con las manos en la masa. Y no siempre. Ni mucho menos. Desde ayer la mentira es motivo de dimisión. Algo que nos aproxima a países mucho más saludables en términos democráticos como Estados Unidos, Alemania, Reino Unido o esos países escandinavos genialmente retratados en la serie Borgen. Soria es un buen tipo que se enganchó en embustes y medias verdades y eso en un estado serio se paga con el cese. Que cunda el ejemplo. Claro que esto es como pedir peras al olmo en esta España en la que la trampa forma parte del ADN colectivo y hasta está bien vista.

Lo último en Opinión

Últimas noticias