Jueces, periodistas… el siguiente, el Rey

Rey

Esta semana que viene debería ser toda ella, o casi toda ella, fiesta nacional. No lo será por culpa directa del Gobierno comunista de esta Nación en peligro. Al jefe de esta cuadrilla no le parece suficiente que nuestro Rey, Felipe VI, lleve diez años en el Trono comportándose de manera estrictamente constitucional. Tengo para mí que lo que molesta al sanchismo totalitario es precisamente esto: que el Monarca no se haya salido un milímetro de las atribuciones y límites que le marca nuestra Norma Suprema.

Qué más hubiera querido el psicópata (así le definen los especialistas y no el cronista) que hubiera borboneado al estilo del XIX y principios del XX! ¡Qué más hubiera querido que el Rey Felipe le hubiera ungido con ese regalo! Ahora mismo estaría instalada la República con un presidente a la cabeza: Pedro Sánchez Pérez-Castejón.

Una vez le escuché lo siguiente a José María Aznar: «Cuando la Monarquía pierde su aura se llama de otra manera». Pues bien, este tipo de prestigio tan dorado, tan institucionalmente jerárquico, se puede ir por el sumidero por dos razones: o porque el titular de la Corona lo horade con su conducta o porque el Gobierno lo destroce y intente disolver por lisis. Y eso es lo que está pasando. Lástima que no debamos contar todo lo que está ocurriendo. Por eso esta semana venidera es tan importante, decisiva: serán siete días en los que se retrate lo que para la mayoría del país, salvo para Sánchez y sus cómplices, es evidente: que el Rey, la Familia Real entera, componen un factor extraordinario de movilización e ilusión para el gentío en general.

En lo poco que interviene Felipe VI porque está capado por la Constitución y, sobre todo, por el ninguneo al que le somete su jefe de Gobierno, transpira liderazgo moral, la condición que le es ajena a este presidente que nos humilla. Diez años es nada, pero resulta un tiempo suficiente para cargarse una institución o para situarla en el primer puesto de la clasificación popular. Y eso es lo que ha conseguido Felipe VI.

Y naturalmente, eso es lo que conturba y molesta a Sánchez. En los tiempos más gloriosos de don Juan Carlos I, cuando aquel Rey era el modelo de la conducta nacional, su jefe de la Casa acrisoló una frase que ahora resulta válida siempre y cuando cambiemos el adjetivo de medición: «Al Rey se le está poniendo tan alto, tan alto que un día no se le va a ver». Cuando se le vieron las costuras, el Rey cayó. En estos momentos ocurre exactamente lo contrario: que se trata de poner tan bajo, tan bajo al Rey para que no se le pueda ver. Con una discreción de cartujo y una paciencia de orfebre, trabaja su cometido Felipe VI para impedir que los dinamiteros, le vuelen la cabeza.

Él nunca lo dirá, pero alguno de nosotros, los que aún podemos hacerlo, lo decimos sin ambages. Con gran atención se espera el discurso que el próximo 17 desarrollará el Rey. Con certeza que quienes le rodean, singularmente el nuevo jefe de la Casa, el diplomático Camilo Villarino (lo está haciendo muy bien) están soportando dos presiones contrapuestas: por una parte, la de los leninistas y toda su ralea de barreneros que están perpetrando contra la Monarquía una protesta que pretenden masiva; por otra, que tiene aún más peligro, la de los cafeteros interesados, nada monárquicos por cierto, que pretenden convertir esta declaración pública del monarca (hace la 801 de su Reinado) en una diatriba brutal en contra de los felones que aún se estancan en el poder.

Felipe VI desdeñará ambas alternativas. Lo que va a hacer-decir mejor, es algo que me recuerda a la abuelita de un amigo que todas las mañanas, apenas levantada, se dirigía al teléfono y amagaba con que «Voy a hacer unas llamaditas». Pues eso, del Rey se puede confiar en que en ese discurso haga algunas «llamaditas» o diga unas «cositas». Hasta ahí puede llegar.

Él sabe que está ya el primero en la lista de espera para ser sacrificado Los matarifes han laminado todas las instituciones posibles y el jefe del bombardeo, el sujeto que atiende por Pedro Sánchez, se dispone a esquilmar a los heroicos jueces que cumplen con su deber y a toda la Prensa libre, a todos, los medios y periodistas desafectos incluidos. Como Sánchez y sus abyectos conmilitones son maestros en disfrazar sus propósitos han denominado al objetivo: «Paquete de calidad democrática».

Naturalmente que en su condición de cobardes y de embusteros no se atreven a llamar al morlaco por su nombre, o sea, algo así como un instrumento de excepción al margen de los tribunales. Pocos eruditos (si es que queda alguno en este páramo de España) han destacado que ese fin fue el que dió forma a una de las leyes más represivas de la II República: la de Defensa de la idem contra la cual se pronunció en las Cortes uno de los políticos que debieron, pero no quisieron, asentar la Monarquía: Santiago Alba. Ahora los constitucionalistas bien intencionados se la cogen con papel de fumar y advierten que un bodrio como aquel no cabe en modo alguno en nuestra Primera Norma. «Bueno y ¿qué?», tronaría un castizo: ¿es que acaso a Sánchez le ha importado una miaja saltarse a la torera todo lo que le viene en gana? Por favor, no seamos ni ingenuos, ni idiotas.

Sánchez quiere robarle al Rey la potestad de nombrar al presidente del Tribunal Supremo a propuesta del Consejo General del Poder Judicial. Esta atribución que dispone inequívocamente el Artículo 123, 2 de nuestra Constitución, no es un endoso pequeño por eso lo pretende este fusilero, quiere en suma hurtar la potestad ¿Qué sucederá en breve cuando haya que reponer al presidente actual o, peor aún al presidente de la Sala II del Supremo, Manuel Marchena, que tantos disgustos está dispuesto a darle al presidente del Gobierno? Para echarse a temblar.

Lo terrible es que estamos inmersos en una trampa letal que afecta al propio Rey; si se aprueban las dos leyes, la de la reforma judicial que prepara el sanchismo, y la de fin de la libertad de Prensa que es la obsesión de este liberticida, el Rey no tendrá otro remedio que refrendarlas. Vistas las cosas con perspectiva, ¿no sucederá que el Rey deberá suscribir su propia caída? Pues en eso está Sánchez, por esto es tan trascendente que la semana que viene hagamos imposible que sus objetivos respecto a la Corona se cumplimenten a su antojo. Tenemos una semana para gritar: ¡Todos con el Rey! Incluso delante de las narices del psicópata.

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