Jimmy se ha muerto en legítima defensa

Jimmy Giménez-Arnau

Jimmy se ha muerto en legítima defensa, que es el recurso de los libres. Hay personas que llevan su rebeldía al extremo de morirse cuando les sale de las narices. Jimmy era así. De modo que cuando hace unas semanas me dijo que no escribiría su columna para OKDIARIO porque «no me encuentro muy bien», pensé que era Jimmy en estado puro.

Era finales de agosto y lo imaginé entregado a la molicie, fumándose su artículo con esa irredenta elegancia que sólo tienen quienes ponen su vida al máximo régimen de revoluciones. Jimmy no se encontraba bien y ha terminado muriéndose a la misma hora que el Gobierno detallaba su ley mordaza.

Se ha ido dando un portazo, mandando todo al carajo a la hora exacta en que empezaba a sangrar la libertad. Para no verla, como sólo pueden hacer los grandes. «¡Que no quiero verla!», como gritó Federico cuando el niño trajo la blanca sábana que cubrió a Ignacio Sánchez Mejías a las cinco de la tarde.

Jimmy era un ácrata de principios con un Código Penal particular, un Poe contemporáneo que, a diferencia de Edgar Allan, no perdía el tiempo en ponerse condiciones para alcanzar la felicidad. Lo más fácil, recurriendo al tópico, es decir que era un niño grande, pero era todo lo contrario: un grande niño. Y un descomunal ser humano.

Le voy a echar de menos los viernes por la tarde, a la hora en que me mandaba, con puntualidad británica, el mismo mensaje en el móvil: «Gracias por evitarme la querella». Y yo, tras adaptar su texto a la ley, respondía con un escueto «A mandar».

Así durante cinco años. Te has marchado en legítima defensa, Jimmy, lo sé. Por eso no te guardo rencor, tocayo. ¡Viva la libertad, carajo!

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