A Irene Montero se le escapa la burguesa que lleva dentro

Casoplón Irene Montero

Cuando la ministra de Igualdad, Irene Montero, se justificó ante una mujer que le preguntó por su casoplón de Galapagar con el argumento de que se lo compró «porque tengo una pareja y porque mi padre falleció de cáncer con 60 años y me dejó una herencia porque soy hija única», no dijo toda la verdad. Sobre lo de la pareja, nada que objetar, pero sobre lo de la herencia, todo. Porque el casoplón se lo compró antes de que el padre falleciera y Montero pudiera heredar.

En cualquier caso, y más allá de la patraña de la ministra -nada nuevo, por cierto-, resulta sintomático que sus argumentos se enmarquen en ese imaginario facha que Podemos se esfuerza en criticar cuando alguien se compra una vivienda con ayuda de papá. Cualquiera diría que Irene Montero se ha vuelto cayetana, porque apelar a la pareja y al padre con posibles que le deja en herencia a la hija única un dinero para comprarse la casa que «me dé la gana» no responde al patrón ideológico de la formación morada. Lo que ha hecho Montero, de muy malos modos, por cierto, es una oda a la propiedad privada y al patrimonio familiar que Podemos tanto detesta. Se ha aburguesado tanto que cualquiera diría, siguiendo las coordenadas podemitas, que la ministra se ha vuelto de derechas.

Pablo Iglesias e Irene Montero compraron el chalet de Galapagar en 2018. Un total de 268 metros construidos en una parcela de más de 2.000 metros cuadrados con piscina, amplio jardín y casa de invitados en una urbanización de la sierra madrileña lindante con el parque natural de Guadarrama. Lo hicieron, según ellos, porque esperaban mellizos y necesitaban cambiar de barrio y de piso. La vivienda está diseñada en una sola planta, que gira alrededor de un amplio hall que divide en dos alas la distribución del interior y dispone de tres dormitorios, entre los que destaca «la suite principal con amplio vestidor y baño completo en mármol travertino». Lo dicho: presume de roja, pero tiene los tics propios de aquellas marquesonas de antaño que, cogidas del brazo del marido, iban sacando pecho y pisando fuerte: que si el chalet, que si papá, que si me compro lo que «me da la gana»…

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