Illa contra Vox
Tengo la sensación de que las próximas elecciones europeas serán un revolcón. Especialmente para los partidos de izquierda. Que, por otra parte, se lo han ganado a pulso.
Ahí tienen al líder del PSC, Salvador Illa, afirmando en unas declaraciones al Times de Londres que Vox es «mayor amenaza para España que los separatistas».
Illa se apunta así al voto del miedo. Al fin y al cabo la gente vota por tres motivos: por ilusión -como la victoria de Obama en el 2009 o la de Zapatero en el 2004–, por el bolsillo -Clinton en 1992- o por miedo.
Los socialistas catalanes ya utilizaron este recurso, con éxito, en las elecciones del 2008. El entonces director de campaña, José Zaragoza, ahora diputado en el Congreso, se inventó aquel lema de «si tú no vas, ellos vuelven».
«Ellos» eran Rajoy, Acebes, Zaplana, Esperanza Aguirre y Aznar. Hasta presentaron unas matrioskas, aquellas muñecas rusas, con las caras de los citados dirigentes del PP.
Les dio buen resultado. Zapatero, que ya daba muestras de agotamiento, ganó una segunda legislatura. Pero recurrir al voto del miedo debería ser siempre el último recurso electoral.
En el caso del líder del PSC se le nota mucho. He de decir que, a pesar de lo que diga el candidato socialista, no he visto nunca a nadie de Vox quemando un contenedor. Ni en Cataluña ni en el resto de España. Vamos, es que ni una papelera.
En cambio, los indepes ocuparon un aeropuerto internacional, cortaron un par de autopistas, bloquearon la frontera de La Jonquera, interrumpieron el AVE, quemaron centenares de contenedores -la famosa batalla de Urquinaona- y hasta sabotearon líneas de Renfe. Hay también CDR pendientes de juicio por presunto terrorismo.
Mientras que los de Vox han tenido que salir con frecuencia de estampida. Como aquella ocasión en Vic. Con independentistas agarrados incluso al techo de la furgoneta.
O aquella otra en Salt (Girona). Santiago Abascal tuvo que reprochar al mando de los Mossos que estaba al frente del dispositivo que hiciera algo porque les lanzaban piedras desde corta distancia. Luego me enteré de que el mando en cuestión era indepe.
Por no decir otras localidades, creo que en Vilafranca del Penedès (Barcelona) tuvieron que ir con paraguas a pesar de que lucía un sol espléndido. Antifascistas les lanzaban objetos contundentes.
El derecho de participación política, sobre todo en campaña electoral, es fundamental: es la base de la democracia. Sea Vox o el Partido Pirata. Me da igual.
Ya puestos recordar que la «ultraderecha» de Vox -como los definen sistemáticamente en TV3- fue el partido que llevó el estado de alarma durante la pandemia al Constitucional. Y el alto tribunal les dio la razón dos veces. Illa, recordarán ustedes, era el ministro de Sanidad. O sea que menos lecciones.
Lo que decía al inicio de este artículo. La izquierda está nerviosa porque todo parece indicar que las elecciones europeas serán más que un revolcón, un auténtico terremoto.
En un tema tan candente como la inmigración -cada vez más en la agenda política y mediática- hay la sensación de que la UE no ha hecho apenas nada.
En octubre del año pasado, anunciaron a bombo y platillo que por fin habían alcanzado un acuerdo para reforzar las fronteras y evitar la llegada de inmigrantes ilegales.
Aún recuerdo la portada de La Vanguardia del 5 de octubre del año pasado: «Luz verde al pacto europeo que endurece la inmigración». Al final la cumbre fue un fracaso y tuvieron que dejarlo para diciembre.
El acuerdo no ha sido aumentar el control de las fronteras, sino repartir los inmigrantes por cuotas. Los llegados a Canarias los redistribuyen, a escondidas, por la Península.
Además, los países de la UE llegaron a un compromiso porque vieron las orejas del lobo precisamente en las próximas elecciones del 9 de junio. Lo admitían hasta ellos.
Voy a recordar otro titular, también de La Vanguardia, en este caso del 21 de diciembre del año pasado: «El temor a una revuelta en las elecciones de junio impulsa el pacto». Más claro, agua.
Fíjense Macron, que siente el aliento de Marine Le Pen en el cogote. Ya hizo una remodelación de gobierno y puso de primer ministro al titular de Educación que había prohibido la abaya islámica en las escuelas públicas, Gabriel Attal.
Yo estoy en contra de prohibir. El problema no es prohibir la abaya en cuestión, el problema es que refleja el elevado porcentaje de población musulmana en algunas banlieues de Francia y, sobre todo, su escaso nivel de integración. Por eso, me temo que, en esta cuestión, vamos tarde.
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