Locura antidemocrática en Alemania

Alemania

Me equivoqué, mea culpa. Estaba convencido de que todas las amenazas de ilegalización contra los soberanistas de Alternativa para Alemania acabarían en agua de borrajas. Pero ahora parecen ir en serio, muy en serio.

Ya con los socialistas de Scholz hubo mociones en el Bundestag para desmantelar a AfD, y el momento más peligroso llegó cuando el servicio de inteligencia alemán, la Oficina Federal para la Protección de la Constitución (BfV), calificó oficialmente a la agrupación de «partido extremista confirmado», una etiqueta necesaria para que el Tribunal Constitucional diera el visto bueno a su ilegalización.

Era una locura. AfD, por supuesto, demandó a la BfV, que tuvo que «suspender» su calificación y el propio nuevo canciller se expresó en contra de la ilegalización. Las aguas parecían haber vuelto a su cauce, olvidando el disparate de quitar de las papeletas el que se ha convertido en el primer partido de Alemania en intención de voto.

Pero en Europa estamos viviendo una deriva antidemocrática muy peligrosa que hubiera sido impensable solo unos años atrás. A lo de AfD, sometida a escuchas a sus dirigentes por parte de los espías del Gobierno, se sumaron la descarada injerencia en las elecciones rumanas, en las que se descalificó al candidato más votado (soberanista, naturalmente), el enjuague electoral en Moldavia, las presiones cuasimafiosas en Georgia y el descarado lawfare contra Marine Le Pen diseñado milimétricamente para que no pueda presentarse a las presidenciales francesas.

Europa -Europa- va a calzón quitado. La idea de dejar a una mayoría simple de alemanes sin alternativa electoral ha vuelto a la mesa y los socialdemócratas del SPD, integrantes de la coalición de Gobierno, están decididos a imponer a dos jueces de extrema izquierda en el Constitucional. Por ahora han fracasado, gracias a la intervención del canciller Merz, pero el SPD no se rinde y podría acabar saliéndose con la suya.

Uno de los problemas de fondo es que la izquierda lleva décadas perdiendo causas una a una. El cambio climático ya no conmueve al electorado alemán, que cada vez lo ve más como una coartada para justificar su visible empobrecimiento. La inmigración se ha vuelto un banderín de enganche perdedor para la izquierda (aunque no vaya a renunciar a él), y es mejor no menearlo demasiado. Y el Estado del Bienestar, la gran conquista social, va a sufrir un tajo radical para aumentar el gasto militar. Así que solo le queda el odio y el miedo a la derecha, verdadera base ideológica de Verdes, parte del SPD y Die Linke (La Izquierda).

Es una apuesta ganadora, porque el miedo a AfD no solo mantiene la unidad de una izquierda que andaría a bofetadas sin él, sino que permite recabar el apoyo renuente de la derecha convencional, los democristianos de la CDU.
Y esto es lo que puede romper un equilibro insostenible a medio plazo. El Constitucional empezará a llenarse de jueces de izquierdas apoyados por partidos empeñados en ilegalizar AfD. Cuando finalmente se consiga la mayoría judicial necesaria para prohibir la AfD en Karlsruhe, todo cambiará. Las terminales sociales de la izquierda se lanzarán a la calle para exigir la medida, y hasta la propia CDU temerá la campaña de desprestigio. Y no, la AfD no puede moderar su mensaje para lograr el indulto; nada de lo que diga hará cambiar la decisión de las izquierdas.

Eso significa que AfD tiene los días contados. O los años, una década a todo tirar. Así que, si no logran entrar en el Gobierno a partir de las elecciones de 2029, pueden darse por disueltos.

Y, después de los propios soberanistas, los más perjudicados con la desaparición de AfD del panorama electoral serían los democristianos de la CDU: igual que sin Vox el PP pasa automáticamente a ser el partido «fascista», sin AfD la CDU se convierte en el enemigo que demonizar de las fuerzas izquierdistas hegemónicas.

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