Una historia de héroes y villanos

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Lo vivido en las residencias de mayores durante la crisis del coronavirus nos ha descrito la cara más cruel de la pandemia. Para el que nunca ha vivido una situación extrema de impotencia y desesperación es difícil imaginar por lo que esas miles de familias han atravesado. Ni información, ni acompañamiento, ni el desahogo de pensar que tuvieron la mejor atención. Con la muerte tomamos conciencia de nuestra inmensa vulnerabilidad, nos precipita a la devastación y reconstrucción de nuestra existencia. Eso es el duelo, acatar el sentido de trascendencia.  Pues ni eso han tenido. Ahora merecen conocer la verdad y que se haga justicia.

Que este gobierno no tiene límites lo he dicho en innumerables ocasiones, pero afortunadamente de su obscenidad política dan cuentan OKDIARIO y otros medios cada día. No obstante, en el asunto de las residencias ha pulverizado sus peores registros. Escuchar al vicepresidente Pablo Iglesias acusar de criminales a los miembros del gobierno de Madrid es una afrenta que debería tener una respuesta en los tribunales. No sé muy bien a qué esperan en la Comunidad de Madrid para acudir a la Justicia a defender la honorabilidad de quienes estos meses han tenido la difícil tarea de gestionar las consecuencias de la negligencia gubernamental y, peor aún, a defender la honorabilidad de nuestros ‘ángeles blancos’. En el imaginario colectivo, tan manido por el podemismo, criminal es aquel que comete un crimen, es decir, un delito de asesinato. Ni tan siquiera desliza el de Galapagar la negligencia como opción, ¿acaso plantea la voluntad expresa de asesinar ancianos? Si es así, al menos debería tener la valentía de expresarlo sin ambigüedades lingüísticas. Y lo mismo ocurre con el 8M. Es tan utilitarista su visión de la causa feminista que ni tan siquiera dudan en instrumentalizar ese movimiento como escudo político ante su infinita incompetencia.

En febrero el Gobierno conocía la letalidad de este virus, su contagiosidad y el riesgo de colapso del sistema sanitario. Fue tal su desconsideración del peligro que nuestro país pasó de contemplar el COVID19 como “un riesgo moderado para la salud pública” a decretar el estado de alarma sin solución de continuidad. Cualquier planteamiento restrictivo más allá del escenario de contención reforzada era automáticamente cuestionado por su experto de cabecera, Fernando Simón, y el ministro de Sanidad, Salvador Illa.  Y así llegó la catástrofe y, con ella, el estallido del sistema sanitario. Plantear la posibilidad de que, llegados a ese escenario, los médicos delinquieran en contra de su propio juramento Hipocrático para seguir órdenes políticas y no asistir a los enfermos que lo necesitaban, es demasiado hasta para este gobierno. Es tal la desesperación que les causa la imagen que pueden proyectar ante el espejo de la justicia que no han dudado en pasar de los aplausos a lanzar a los médicos al fango. Es mezquino y torpe, a la desesperada.

Los médicos están indignados, me refiero a aquellos que estuvieron salvando vidas mientras ponían la suya en peligro (lo que no incluye a los liberados sindicales). Dudar del trabajo heroico de los sanitarios que cerraron filas para contener la embestida del virus es una vergüenza que nos describe como país. Y todo para buscar el empate político. ¡Qué triste futuro nos espera si no sabemos distinguir a los héroes de los villanos! Y luego celebraremos el premio Princesa de Asturias.

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