Hacia el abismo en Ucrania

Hacia el abismo en Ucrania
Hacia el abismo en Ucrania

Limán es una ciudad pequeña en el norte de la región oriental ucraniana de Donetsk, más pequeña que Ávila, pero que ha vivido intensamente los últimos diez años. En 2014, cuando los separatistas prorrusos se hicieron con el control de Donetsk y quisieron extender sus fronteras a lo largo y ancho de la región, una feroz batalla se libró en esta ciudad que terminó con el dominio de los ucranianos. En aquel momento la ciudad se llamaba Limán Rojo, adjetivo puesto por los comunistas soviéticos décadas atrás.

Con la ley que el parlamento ucraniano aprobó un año después, conocida como ley de “descomunistización” de Ucrania, la ciudad pasó a llamarse simplemente Limán. Qué curioso resulta ver, por cierto, que mientras aquí en España la extrema izquierda se empeña en crear calles para la peor calaña que su ideología política dio en las cuatro primeras décadas del siglo XX, Ucrania tiene una ley que precisamente lo que busca es borrar todo legado comunista del país. Hasta tal punto que el partido comunista allí es actualmente ilegal.

Es decir, que en Ucrania una calle supuestamente dedicada a La Pasionaria, a Carrillo o a Largo Caballero, sería no sólo impensable sino que estaría prohibido de acuerdo con su legislación. Asimismo, la vicepresidenta Yolanda Díaz, Pablo Iglesias y toda su tropa andarían en territorio ucraniano más perdidos que un pingüino en un desierto.

Volviendo con la situación de Limán, este fin de semana tras cinco meses de dominio ruso, volvió a ser reconquistada por las tropas ucranianas. Aunque se trate de un enclave aparentemente poco atractivo, su comunicación ferroviaria que se extiende a lo largo del sur de la ciudad, la convierte en una conexión crítica para las fuerzas rusas en el este de Ucrania.

Aunque habían transcurrido menos de 24 horas que Vladimir Putin había aparecido en pantallas de video gigantes en Moscú y había anunciado la incorporación de Limán a Rusia, este sábado por la noche los 2.500 soldados rusos que quedaban en la ciudad tiraron la toalla y dieron la espantada. Estaban exhaustos y hartos. Después de haber solicitado sin éxito alguno instrucciones para poder abandonar y retirarse, simplemente acabaron huyendo. La artillería ucraniana había ido eliminando las posiciones defensivas rusas una por una, hasta que ya no encontró soldados del adversario que defendieran puntos estratégicos.

Sin embargo, desde Rusia la propaganda oficial se dedicó a decir que sus soldados “se retiraron a posiciones más defendibles”, ocultando la realidad de un colapso y la realidad de las filas militares rusas. Ahora mismo en el frente de batalla, los soldados rusos se preocupan más de su propia supervivencia, se echan la culpa unos a otros y no disponen de motivación alguna para luchar. Los movimientos hacia la retaguardia acaban por convertirse en una derrota y las órdenes son papel mojado.

Lo que también ha hecho de Limán un episodio muy significativo en la guerra es el hecho de que Putin haya estado involucrado personalmente en ordenar a sus fuerzas que permanecieran en sus puestos y aguantaran. Obsesionado con la necesidad de mantener izada la bandera rusa en la ciudad, se opuso a las solicitudes de sus generales para retirarse. Incluso actuó como Hitler durante los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, decidiendo qué posiciones deberían atacarse y planificando el despliegue de las unidades.

Vladimir Putin ha perdido el control y la capacidad de dar forma a las acciones de sus tropas sobre el terreno. Sin embargo, no significa que sea probable la aceptación de su derrota. El riesgo de una escalada peligrosa es ahora mayor. Putin posee armas nucleares y está listo para usarlas antes de ser derrotado. El reto de Occidente es persuadir a Putin de que tal ataque sería una apuesta perdedora y, si la disuasión falla, evitar que el conflicto que siga se vaya de las manos y arrastre a la humanidad al abismo.

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