OPINIÓN

Charocracia

Charocracia

Tras el emblemático discurso del vicepresidente de Estados Unidos en Munich, la pregunta unánime de los medios del sistema (todos los de peso) fue: “¿Por qué J.D. Vance odia a Europa?”. Pero para cualquiera que hubiera oído el discurso y, sobre todo, tenga dos ojos en la cara y sepa usarlos, la verdadera pregunta es: “¿Por qué los gobernantes europeos odian a sus pueblos?”.

Las pruebas están por todas partes, elijan un campo: la malhadada Agenda Verde tiene por único objetivo discernible empobrecernos y hacer nuestra vida más incómoda. ¿Luchar contra el Cambio Climático? Si atendemos a la versión oficial, a la defendida por todas las instancias públicas, sería necesario que los principales emisores de CO2 abandonasen los combustibles fósiles. Pero ni China, ni la India ni, ahora, la Norteamérica de Trump están por la labor. ¿Qué va a cambiar un pigmeo relativo como la UE? Nada, claro. Pero, mientras, va a empobrecernos.

¿Inmigración masiva, que vengan a “pagarnos las pensiones”? En el caso de España, el país con más paro de toda la OCDE y uno de los peores del mundo en este aspecto, la idea supone un sarcasmo sangrante. Por ahora los inmigrantes ilegales pesan especialmente en recepción de prestaciones sociales y en la población reclusa, por no hablar del efecto en el precio de la vivienda de dejar entrar a 2,5 millones de extranjeros con el mismo parque inmobiliario?

¿Calidad democrática? La Comisión Europea ya ha dejado claro que no va a consentir que ganen las elecciones nacionales partidos soberanistas que no son de su cuerda. El vergonzoso caso de Rumanía, el acoso a AfD en Alemania y del FPÖ en Austria, el ‘lawfare’ descarado contra Le Pen y el cordón sanitario contra Vox nos habla de una élite que se ha cansado de fingir siquiera que la voluntad popular es la base de la soberanía.

Pero Vance, en su discurso, se refería a la merma visible de las libertades y, muy concretamente, de la libertad de expresión. Mientras justificamos en parte que Europa se arriesgue a una guerra nuclear en apoyo a Zelensky “por la democracia y la libertad” y porque Putin es un autócrata, Rusia ha detenido a 40 personas por mensajes “inapropiados” en redes sociales. Terrible, ¿no es cierto? Solo que Gran Bretaña, madre de las libertades, detiene a un millar de ciudadanos británicos por publicaciones en redes ¡AL MES! “¡Los britones nunca serán esclavos!”, se repite en la canción patriota y patriotera Rule, Britannia! Habría que revisar ese estribillo.

Y, sin embargo, este poder tiránico cuenta con un enorme cuerpo de colaboracionistas en el público, de informantes y sostenedores del poder. Llamémosle “la Charía”, porque el prototipo de este confidente voluntario y entusiasta de la Stasi moderna y transnacional es un personaje que se ha convertido en mítico en el imaginario popular: La charo (en minúsculas, para no ofender a las Rosarios).

La charo es la fanática defensora del régimen, una especie de Joven Guardia Roja dispuesta a tragar las versiones más inverosímiles con las que el poder trata -cada vez con menor convicción- sus descarados desmanes y corruptelas. La charo vive de consignas facilonas y le mueve un resentimiento disfrazado de una empatía empalagosa y visual. Como una forofa futbolera, va a defender los colores de su equipo -en PSOE en nuestro país, aunque el personaje es ubicuo en todo Occidente- contra viento y marea, contra cualquier evidencia, contra el peor latrocinio.

Son “los suyos”, y su concepción de la política es la que describía Carl Schmidt, un juego de suma cero entre amigos y enemigos, una interminable guerra tribal donde no está mal que roben estos porque si no, robarían los otros. Y hay que parar el fascismo.

“De todas las tiranías, una tiranía ejercida sinceramente por el bien de sus víctimas puede ser la más opresiva”, decía acertadamente C. S. Lewis. Esa es la base la Charía, la justificación de su superioridad moral. Y ese mismo remedo de ideología, teledirigido por los medios, no mediante el argumento racional sino a través de la imagen lacrimógena, ha gobernado también durante años la fachada de hipocresía de la geopolítica. Todas esas guerritas de Clinton, Bush y Obama que han dejado un panorama desolador allí donde se han librado, se emprendieron para “exportar la democracia”, en nombre de la liberación de las mujeres, con el propósito de izar la bandera arcoiris en tierras de bárbaros. Con deplorables consecuencias perfectamente previsibles.

Trump ha dicho que no va a caer en la ilusión de la “construcción de naciones” en su política internacional, y cruzamos los dedos para que nunca caiga en esa tentación. Y para que la tiranía de nuestro tiempo en Occidente, la Charía, caiga de una vez para siempre.

Lo último en Opinión

Últimas noticias