LA BUENA SOCIEDAD

Louis Vuitton regala a Mallorca la gran fiesta del siglo

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El titular no exagera lo que vivimos el lunes en el Castillo de Bellver de Palma, desde dentro y como invitados de la casa. Conozco a Pietro Beccari, chairman y CEO de Louis Vuitton, y uno de los grandes tótems del imperio de la moda LVMH que dirige Louis Arnaud, del que es mano derecha, hace ya más de 15 años, cuando vino a pasar unos días a Mallorca invitado por Fabrizio y Carla Plessi.

Llegó junto a su bellísima esposa en lo que debían ser unas vacaciones, más o menos, pues el matrimonio por su trabajo dispone de muy poco tiempo libre. Unas vacaciones que sirvieron para que los Plessi le convencieran para que abriera una tienda de Louis Vuitton en Palma, algo que la compañía había descartado. La siguiente vez fue en el aeropuerto para entrevistarle, la otra en Roma y por supuesto en los grandes fastos que se celebraron para la inauguración de la tienda. Siempre ha sido todo sublime, aunque el desfile de joyas que presenciamos el lunes en Bellver y todo lo que lo acompañó lo fue todavía más.

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Esteban Mercer con Pietro Beccari, CEO de Vuitton, y su esposa.

Tras esta introducción que explica por qué fui el único periodista invitado, voy a intentar trasmitirles lo que viví en ese lugar mágico, que como Raixa, pertenece a todos y sin embargo pocos visitan más de una vez en la vida. El único castillo redondo del mundo, situado sobre una de las montañas con vistas al mar más bello, fue el lugar elegido por la firma francesa, junto a la Fortaleza de Pollença, para celebrar una presentación de joyas, valoradas en 600 millones de euros, que traerá en los próximos días a 600 grandes fortunas de todo el mundo para que conozcan y compren. El lunes, al menos que yo sepa, se vendió un reloj de un millón de euros. La mayoría de invitados de esta primera gran noche eran asiáticos.

La cita era a las 19.30 horas. El coche te llevaba hasta la escalinata principal del Castillo de Bellver donde a izquierda y derecha se situaban tamborers mallorquines impecablemente vestidos de época, marcando el paso de cada escalón con mamporreo acompasado. Resultaba impresionante, los vellos se erizaban a medida que ascendías hasta pasar bajo la torre del homenaje iluminada por la tarde rosácea que se había aliado con la fiesta.

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Un momento del desfile de joyas en el interior del Castillo de Bellver.

El monumento que trae el lujo a Mallorca para que se quede no fue elegido al azar. Todo un equipo de localización llevaba meses trabajando en ello y quedó claro que habían dado con el lugar perfecto. Antes de entrar, en las terrazas se sirvió un coctel de bienvenida mientras esperábamos la llegada del matrimonio Beccari, anfitriones de la velada. Cada cojín cubriendo las banquetas, cada mueble auxiliar, cada sofá… todo había sido confeccionado para la ocasión. Los cuartos de baños, al fondo quedaban disimulados tras unas falsas paredes de cartón piedra que parecían estar ahí toda la vida. Se habían cuidado todos los detalles, tanto que la mayoría pasaban inadvertidos, tal era su buena factura. Como en la alta costura, lo importante es lo que no se ve, pero que hace que la pieza resulte perfecta.

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Una de las piezas de alta joyería del desfile. 

Era maravilloso ver en las terrazas de Bellver una amalgama de gente educada y feliz alabando la isla que muchos conocían por primera vez y elogiando sobre todo el lugar de ensueño donde se encontraban. Nos encontrábamos, porque yo estaba tan fascinado como ellos. Era el único mallorquín invitado y sin embargo me sentía como uno más, casi un anfitrión más, dando la bienvenida a toda esa gente sofisticada y culta, consciente del privilegio que suponía vivir ese momento impagable. Los mallorquines somos siempre anfitriones y si no más vale serlo.

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Una modelo luce una sofisticada pieza.

Llegaron los Beccari, les saludé con cariño y comenzó el espectáculo de música y luz. La puerta del castillo se abrió y un fuego simulado con luz y humo parecía llevarnos al otro mundo, el del pasado guerrero de la casa de verano de los reyes de Mallorca. Cruzado ese umbral y con los cientos de empleados colocados en su lugar y funcionando como un reloj nos dirigieron a la segunda planta del castillo.

Toda la circunferencia estaba cubierta por unos sofás en color piedra pegados a la pared con el nombre del invitado escrito en oro. Nos sentamos en nuestro lugar, ya en un sueño continuo, y comenzó el desfile de joyas, brillantes, piedras preciosas de color tutti frutti, en una inspiración tradicional de la joyería, casi un homenaje a las grandes casas de la historia que han hecho historia. Collares que caían en cascada como el de los Maharajas, sautoirs, gargantillas, broches, rivieres, agujas de flores y hasta piezas para hombre fascinaron a todos.

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Otra de las piezas de joyería que se pudieron ver en Bellver.

En ese momento la velada ya había sido un éxito y no había hecho más que empezar. Tras el desfile nos dirigimos a la planta inferior donde el logo de la casa Louis Vuitton dibujaba el escenario del patrio central. Se da la circunstancia de que es el mismo motivo que engalana los miradores del patio. ¿El destino? Quién sabe.

Una mesa circular daba la vuelta al patio, cubierta con manteles hechos adrede, sillas medievales hechas adrede, platos confeccionados con inspiración también medieval y un postre delicioso de higo, obra de Kike Dacosta. Se sirvieron los mejores vinos y el mejor champán, y la magia de repente volvió a envolverlo todo. Una orquesta interpretando los clásicos acompañando un coro de ángeles.

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Esteban Mercer con la esposa de Pietro Beccari y dos invitadas al desfile.

La noche bailaba entre ángeles y demonios. Y el cielo se tiñó de grises con nubes danzando al son de la música tan reales que uno se pregunta cómo ese efecto podía ser posible en un lugar tan limitado, sin que se descubriera el truco de esa mágica noche, una vez acabada la cena. Entonces la música sonó en el patio de nuevo con las hermanas Lunaocidas del mundo haciendo que todos nos levantáramos de nuestros asientos para las copas y el baile que cerró la noche.

La fiesta costó 24 millones de euros, repartidos entre Bellver, La Fortaleza y Cap Rocat, aunque lo más importante es que gracias a estas localizaciones, al trabajo de artesanos mallorquines encargados de todo el mobiliario y demás necesidades, a empresas de la isla contratadas para trabajar para el mejor del mundo, Betak estudio, hemos salido ganado todos. Que la fiesta continúe, por el amor de Dios.

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